“Te gusta un corazón sincero…” (Sal 50,8). Elegí este versículo del salmo 50 para mi oración. Quería así descubrir lo que a Dios le gusta del hombre, haciéndolo oración viva, contemplativa, con ello pretendía no darle vueltas para saberlo, sino dejar que Él mismo me lo fuera descubriendo. Así poco a poco se me fue haciendo luz, sobre algo que aparentemente no necesitaba mucho tiempo ni trabajo para entenderse, aunque me parecía que esa comprensión rápida y ligera no llegaba a desvelarme lo más profundo de su sentido. En efecto, para empezar, se me hizo claro que el corazón, que es lo que Dios ve, no son las apariencias, es decir lo que yo hago y programo, aún tratando de agradarle en todo, pues habrá cosas que se me escapan. Por tanto, ese corazón sincero, es el corazón humilde y verdadero, que se siente agraciado con el don de ser creatura de tan gran Dios. Mis sentimientos fueron haciéndome ver que todo hombre, aunque yo no lo vea, tiene un corazón desde el que vivir, que cuando no ha descubierto su origen, se desliga de Dios, y obra aquello que no responde al proyecto de Dios; pero que siempre estará llamado a ser lo que Dios ha proyectado para él. Por eso mi juicio del otro tiene que tener en cuenta que tiene un corazón sincero, verdadero que yo no puedo ver, pero que tengo que saber reconocer porque Dios lo creó así. Al tiempo que debo saber que aunque mi obrar tenga sus deficiencias, que todos los santos han reconocido, mi convicción ha de llevarme a buscar vivir desde ese corazón sincero, desde la verdad de lo que soy.
F. Brändle