
“Mi sacrificio es un espíritu quebrantado” (Sal 50,17). Llegue a la oración con este versículo. Lo escogí porque sentía que no siempre uno vive el gozo de una entrega que le ilusiona. Que lo que ofrecía a Dios no era mi vida llena de entrega, sino mi vida en su limitación y pobreza. Me unía a tantos que viven deprimidos, faltos de ilusión, sabiendo que así me unía como dice San Pablo, a lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col 1,26). También así podía vivir una verdadera relación con Dios. El misterio de la Trinidad me envolvía igualmente, reconociendo en mi vida que el amor es la meta, y que lo que hacemos es pasajero. No descarté que envueltas en ese amor las obras cobran todo su sentido, y que tener proyectos en los que plasmar la vida es un camino de realización humana, pero reconocí en mi oración que también estos momentos en los que como dice el verso, el espíritu está quebrantado, se hacen medio de comunicación viva con Dios. Entrega verdadera a Dios.
F. Brändle