Que tus sacerdotes se vistan de gala

“Que tus sacerdotes se vistan de gala, que tus fieles vitoreen” (Sal 131,9) Me llamó la atención este verso del salmo, todo el dedicado al traslado del arca. ¿Que es lo que pedía al Señor, al rezarlo como creyente cristiano?. Lo tomé para llevarlo a mi oración silenciosa. No tardé, al repetirlo, en caer en la cuenta, que “tus sacerdotes” eran todos los que en Cristo habían alcanzado su dignidad sacerdotal, con la que acercarse a Dios. Vestirse de gala, era dejar que el Padre, que viste a los lirios del campo, los revistiera con aquellas virtudes que nacen de su amor. La presencia de Dios que Cristo nos muestra está ligada a esta nueva condición sacerdotal de la humanidad. En cada hombre tendría que ver al sacerdote que Dios viste de gala, para celebrar su presencia en medio del mundo. La morada de Dios está entre nosotros, descubrirlo ha de llevar a todo hombre a vitorear gozoso por haberla descubierto. Sentí en mi oración lo cerca que Dios está de nosotros, en medio de unas apariencias que parecen ocultarlo.

F. Brändle

Nadie puede salvarse

Cristo en la Tormenta del Mar de Galilea, Rembrandt van Rijn, 1633 – obra desaparecida

“… Nadie puede salvarse, ni dar a Dios un rescate”. Me quedé con este verso, aún desligándolo de su contexto, que haría alusión a las riquezas. Quise llevarlo a la oración, estaba abierto a esa luz que me descubriría más y mejor la gratuidad de la salvación. Mis riquezas podían ser también entendidas como mis obras buenas que me compraban la salvación. Entender que nadie puede salvarse, me fue dando luz para descubrir lo que es la verdadera salvación. Ésta sólo se puede entender desde la novedad que supone dejar a Dios llegarse a mí para salvarme. No para pedirme un rescate, que sería lo que podría entender, sino para ofrecerme su salvación, que está por encima de mis cálculos y posibilidades. Estar abierto a ella, recibirla como don, es reconocer que “nadie puede salvarse”, pues nadie puede saber lo que es la auténtica y verdadera salvación. Con humildad vine a reconocer lo que el verso del salmo me decía. Como verdadero pobre acepté y me gocé de no poder dar a Dios rescate alguno, porque no me lo pedía, sino abrirme a recibir de Él su amor y su gracia.

F. Brändle

El Señor es la defensa de mi vida

“El Señor es la defensa de mi vida” (Sal 26,1). Cuando repetía este verso para vivir la oración, estaba cierto que mi vida era ese misterio que Dios me ayuda a descubrir: Sí, en alguna ocasión había caído en la cuenta que con ello podía superar mi “egoísmo”, el yo que se apodera de “mi vida”. Ahora caí en la cuenta de lo ingrato que había sido con Dios, que me había dado gratuitamente la vida. Tan acostumbrado a oír que la vida viene de Dios a través de nuestros padres, y siendo estos el elemento visible, siempre, gracias a Dios, pude agradecer a mis padres haber sido generosos y contribuido con Dios a que mi vida fuera posible. Pero al orar este verso vi claro el inmenso don que era “mi vida” venida de Dios. Que no porque me fueran bien o mal las cosas, merecía la pena o no vivir. No porque yo pudiera ser creativo, era dueño de la vida. Mi vida viene de Dios, y es suya en el más genuino sentido: de regalo y don; pero que he de descubrirlo así, para poderla vivir en su verdad. Sólo así puedo descubrir a Dios que al darme la vida, quiere ser mi “Centro”, el “más profundo”, que diría San Juan de la Cruz, porque con Él podía vivir el amor y llegar a vivirlo en su más profundo centro, y también desde su más profundo centro, porque el amor verdadero no sólo me une a Dios, sino que me une verdaderamente a mis hermanos. Que sentido tan hondo me descubrieron estas palabras del salmo cuando las viví como esa vida que Dios me ha regalado. Es la vida pascual que Cristo resucitado nos ayuda a descubrir. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

F.Brándle

Un pastorcico

Repetir un verso de alguno de los salmos rezados en la oración litúrgica, sigue siendo el modo en que mantengo la atención amorosa, pero tal atención me la ha suscitado la conciencia del Dios que me busca y ama, mucho más que yo pueda hacerlo a él. Me ama desde su condición divina, por eso estos versos de San Juan de la Cruz me lo han recordado siempre, y son tan propios para ser colocados en este fin de Semana del Triduo Pascual:

1.    Un pastorcico, solo, está penado

ajeno de placer y de contento,

y en su pastora puesto el pensamiento,

y el pecho del amor muy lastimado.

2.    No llora por haberle amor llagado,

que no le pena verse así afligido,

aunque en el corazón está herido,

mas llora por pensar que está olvidado;

3.    que sólo de pensar que está olvidado

de su bella pastora, con gran pena

se deja maltratar en tierra ajena,

el pecho del amor muy lastimado.

4.    Y dice el pastorcico: ¡Ay, desdichado

de aquel que de mi amor ha hecho ausencia,

y no quiere gozar la mi presencia,                          

y el pecho por su amor muy lastimado!

5.    Y a cabo de un gran rato, se ha encumbrado

sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,

y muerto se ha quedado asido dellos,

el pecho de el amor muy lastimado.

Que modo tan bonito de recordar la resurrección: como los brazos del crucificado y resucitado, Dios en Jesús que me ha buscado y quiere encontrarme, por eso: el gran rato, que es la historia hasta su final. Así puedo vivir siempre con la conciencia de esa presencia amorosa de Dios. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

«Preserva a tu siervo de la arrogancia… del gran pecado» (Sal 18,14).

“Preserva a tu siervo de la arrogancia… del gran pecado” (Sal 18,14).
Cuando leí estos versos del salmo rápido pensé en llevarlos a la oración.
No tanto para pedir cuanto para al pedir descubrir lo que encierran,
porque con facilidad me veía envuelto de orgullo en muchas ocasiones
sobre todo porque no sabía desprenderme de mí, ceder, reconocer mi
impotencia; me parecía dejar ser alguien seguro de sus convicciones e
ideales. Ahora al repetir los versos me creía ver que no bastaba con
reconocerlo y hacer propósito de la enmienda, que algo mucho más serio
encerraba este verso. Envuelto en esa presencia amorosa que conlleva la
oración contemplativa se me hizo patente la primera palabra: ”preserva”.
No se trata de hacer propósitos y proponerse no caer en el orgullo, la
vanidad, sino de ponerse en humildad dejando a Dios su labor de
preservarme. Esta es la tarea que se me ofrecía: dejar hacer a Dios, pero
en la oscuridad de la fe y la confianza. Entender que el gran pecado de
enorgullecerse no sólo afecta al hermano sino a la auténtica relación con
Dios. No dejarle a El actuar es cerrar la puerta a la verdadera humildad y
abrir el camino del orgullo. La victoria de la Cruz que celebraremos en esta
Semana Santa es el ejemplo más vivo de cuanto había ido descubriendo.

F.Brändle