«Preserva a tu siervo de la arrogancia… del gran pecado» (Sal 18,14).


“Preserva a tu siervo de la arrogancia… del gran pecado” (Sal 18,14).
Cuando leí estos versos del salmo rápido pensé en llevarlos a la oración.
No tanto para pedir cuanto para al pedir descubrir lo que encierran,
porque con facilidad me veía envuelto de orgullo en muchas ocasiones
sobre todo porque no sabía desprenderme de mí, ceder, reconocer mi
impotencia; me parecía dejar ser alguien seguro de sus convicciones e
ideales. Ahora al repetir los versos me creía ver que no bastaba con
reconocerlo y hacer propósito de la enmienda, que algo mucho más serio
encerraba este verso. Envuelto en esa presencia amorosa que conlleva la
oración contemplativa se me hizo patente la primera palabra: ”preserva”.
No se trata de hacer propósitos y proponerse no caer en el orgullo, la
vanidad, sino de ponerse en humildad dejando a Dios su labor de
preservarme. Esta es la tarea que se me ofrecía: dejar hacer a Dios, pero
en la oscuridad de la fe y la confianza. Entender que el gran pecado de
enorgullecerse no sólo afecta al hermano sino a la auténtica relación con
Dios. No dejarle a El actuar es cerrar la puerta a la verdadera humildad y
abrir el camino del orgullo. La victoria de la Cruz que celebraremos en esta
Semana Santa es el ejemplo más vivo de cuanto había ido descubriendo.

F.Brändle

Anuncio publicitario