
“… Nadie puede salvarse, ni dar a Dios un rescate”. Me quedé con este verso, aún desligándolo de su contexto, que haría alusión a las riquezas. Quise llevarlo a la oración, estaba abierto a esa luz que me descubriría más y mejor la gratuidad de la salvación. Mis riquezas podían ser también entendidas como mis obras buenas que me compraban la salvación. Entender que nadie puede salvarse, me fue dando luz para descubrir lo que es la verdadera salvación. Ésta sólo se puede entender desde la novedad que supone dejar a Dios llegarse a mí para salvarme. No para pedirme un rescate, que sería lo que podría entender, sino para ofrecerme su salvación, que está por encima de mis cálculos y posibilidades. Estar abierto a ella, recibirla como don, es reconocer que “nadie puede salvarse”, pues nadie puede saber lo que es la auténtica y verdadera salvación. Con humildad vine a reconocer lo que el verso del salmo me decía. Como verdadero pobre acepté y me gocé de no poder dar a Dios rescate alguno, porque no me lo pedía, sino abrirme a recibir de Él su amor y su gracia.
F. Brändle