Al Señor me acojo

“Al Señor me acojo…, el Señor está en su templo santo” (Sal 10,1.4). Al comenzar mi oración, con el deseo de acogerme al Señor y vivir esos momentos, rápido me vino otro versículo: “El Señor está en su templo santo”. Sí, estaba en nuestra iglesia, donde oramos junto con los huéspedes que nos acompañan, pero no era eso lo que me parecía confirmar este versículo. Comencé a sentir que mi comunidad orando, era para mí el lugar donde se hacía presente el Señor, para poder acogerme a Él. No siempre es fácil dejar de hacer la oración desde uno mismo, y sentir que se ora junto con los demás. En esta ocasión se me hizo claro, si quería acogerme al Señor, era sintiendo que su presencia inundaba la vida de todos mis hermanos que oraban conmigo. Así pude entender lo hermoso que es el hecho de orar juntos en un lugar y ofrecer ese signo como expresión de lo que es la presencia del Señor en su templo santo.

F. Brändle

Mi alma tiene sed

“Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 41,3). Este verso del salmo con el que quise vivir mi oración, me recordó de inmediato lo que al llegar a este lugar hace unos cinco años, junto con otros cuatro que iniciamos este camino del desierto “carmelitano” de Batuecas nos parecía era el objetivo de este lugar: “Buscar la “fuente” de la que brota la vida verdadera, la que supera el vivir sensible, exteriorizado al que nos vemos sometidos en nuestra sociedad, y así descubrir la unidad que nos hace sentir en comunión con el Misterio divino, con todos los seres humanos y con toda la creación”. Eso me parecía era tener sed del Dios vivo. La fuente es el signo más elocuente de la vida que brota y se entrega, y en ella se puede saciar con verdad la sed. Así la fuente era el símbolo más propio para el Dios vivo, del que como gracia sentimos tener sed. Era así el modo de vivir una verdadera vida contemplativa, que viene asociada a la noticia amorosa, escondida, general que brota de la sed que me lleva a la fuente escondida, la fuente eterna.

F. Brändle

Eres príncipe desde el día de tu nacimiento

“Eres príncipe desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados, yo mismo te engendré, desde el seno, antes de la aurora” (Sal 109,3). Con la iglesia e repetido en muchos momentos de la liturgia estos versículos, con la iglesia he podido cantarlos, pero no había tenido ocasión de para mi oración contemplativa. Por supuesto que sabía bien que la iglesia en su liturgia lo aplicaba a Cristo-Mesías, sin embargo, poco a poco se me fue haciendo luz, lo que es evidente, y seguro habrán comentado muchos, pero que en mi caso se hizo más, vino a ser una vivencia interior, por la que la palabra príncipe se asoció mucho más al Reino de Dios, no era un príncipe de un reino de este mundo, que era lo que mi imaginación, o mi razón podría conocer. Al vivir así el contenido de la palabra príncipe se llenó del contenido de los relatos del nacimiento. La pobreza del pesebre, la adoración de los pastores, la envoltura en pañales enriquecida con la tradición que me habla de la cercanía de los animales y de la naturaleza expresada en aquella gruta. Un reino ligado a la naturaleza humana en su expresión más sencilla: un niño recién nacido, sin más signo de su grandeza que unos pañales, y una naturaleza hecha paja acogedora en un pesebre, y cueva para proteger. Esos signos eran lo que revelaba a Dios en su verdad eterna, que tenía su fundamento antes de la aurora, es decir, el tiempo.

F. Brändle

«Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria…»

“Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria…” (Sal107,6). Hoy, Nochebuena, pido a Dios que mi testimonio te ayude a vivirla más y mejor. En estos días, cuando repetía este verso en la oración, se me hizo claro que Dios estaba sobre el cielo de mis pensamientos, por muy sublimes que fueran, y que en el fondo eso es lo que debía desear: que Dios no se limitara a mi pobre capacidad. Así debía pedirlo no tanto para que fuera, que así es: Dios está por encima de mis pensamientos, sino para que yo así lo viviera. Pero al mismo tiempo la súplica se me hacía propia de este día, al completar el verso, el Dios que está por encima de mis pensamientos, llena la tierra de gloria al manifestarse en un Niño, la humanidad en esperanza, que habría de llenar la tierra de gloria, con su resurrección. Contemplar al Niño es esperar su plena manifestación partiendo de esa realidad entrañable que es la humanidad en su pequeñez e inocencia, la del niño, de la que todos hemos de partir. ¡Felices días de la Navidad, contemplando en esperanza su gloria! F. Brändle

No daré sueño a mis ojos…

“No daré sueño a mis ojos… hasta que encuentre un lugar para el Señor” (Sal 31,2.5). Escogí y junté para mi oración estos dos versículos del salmo. Me quedé con ellos, descartando otros, que forman un todo y que darían pie para una meditación en torno a la conducta de David, porque tuve la intuición de que algo se me iba a dar a entender que a simple vista no entendía. Como siempre traté de que mi oración fuera una sencilla mirada amorosa, con estos versos de fondo. Así se me descubrió, sin pensarlo, una forma de asimilarlos muy sencilla y cercana. No se trataba de traducirlos en un mandato, una obligación, sino de caer en la cuenta de que antes de quedarme dormido tendría muy en cuenta que lugar iba a ocupar el Señor en mi vida, que lo que me esperaba como tarea no oscureciese esa presencia luminosa de Dios que a todo debe alcanzar, y esto de modo ordinario, sin esperanzas utópicas, sino con la sencilla confianza de que el deseo de colocarlo en el centro de mi actividad se haría posible, porque en estos momentos antes de dar sueño a mis ojos, así lo quería.

F. Brändle

Me mantienes siempre en tu presencia

“Me mantienes siempre en tu presencia” (Sal 41,13). Tomé como versículo para vivir mi oración éste tan simple y sencillo. En un primer momento me sorprendió que aunque en el verso está claro, mi lectura la había hecho en un sentido más activo: “mantener la presencia de Dios en mi vida”. Caí claramente en la cuenta que era Dios quien me mantenía en su presencia, más allá de mi conciencia de ello. Se trataba, pues, de caer en la cuenta de que no podemos hacer nada mejor que refugiarnos en la mirada de Dios. En estos días leía: “Cuánto más profundamente conozcamos a Dios más ardiente será nuestro deseo de exponernos a su mirada…Y ahuyentar el temor que quisiera detenernos… Lo bueno ¡míralo! Los defectos míos ¡míralos también! … ¡Míralo, Dios mío! En cuanto hagamos esta voluntaria exposición ante los ojos de Dios hemos fijado un punto de partida indestructible para nuestra propia renovación! (R. GUARDINI, Sobre el Dios vivo,Sapientia, Madrid 1957, p.31). Estas reflexiones las vivía ahora en apoyo de mi oración para concienciarme que nada hay mejor que sea Dios quien nos mantenga en su presencia. En su presencia mi vida queda protegida. No buscaba tanto el refugiarme, cuánto el ser puesto, mantenerme, en esa presencia salvadora por la mano del mismo Dios, y nada mejor que esta oración silenciosa para proyectarlo en la vida.

F.Brändle

Te cantará mi alma sin callarse

“Te cantará mi alma sin callarse” (Sal 29,13). Es algo muy apreciable en la historia de la iglesia alabar al Señor con cantos. Según los distintos pueblos y naciones se usa más o menos, con mejor gusto, o de modo más pobre, el canto en las celebraciones, pero al escoger este versículo tenía bien claro que era una confesión personal del salmista, y que habría de hacerla mía en ese sentido. Dudaba si quedarme con este versículo para la oración, porque mis capacidades para la música son pobres, y pensaba como podría recogerme en oración sintiendo la urgencia de cantar sin callar, cuando mis dotes musicales son pobres. Bien podía decir que lo que importa es que lo haga con amor y con ello agradaría al Señor, aún así dudaba. El hecho es que me quedé con este versículo para mi oración contemplativa. Al repetir el versículo pronto la conciencia me llevó a mi vida, como canto ininterrumpido al Señor. Sí, un “cántico espiritual”, que bien sabía era el fruto de haber sido creado para ello. Todos mis deseos de allegarme al Señor, de venir a unirme con Él por una oración contemplativa y silenciosa, se convertían en ese “cántico espiritual”, que se traducía en una vida de fe, esperanza y amor, donde se hace presente el misterio de Dios. Al repetir el versículo iba ahondando en esa armonía que es la vida humana abierta a Dios. No habrá ya momento en que para Dios no deje de sonar este canto que es mi vida. Ahora podía también hacer mío ese canto ininterrumpido: “sin callarse”.

F. Brändle

Cristo rodeado de ángeles tocando instrumentos. Hans Memling, 1480

¿Por qué habré de temer los días aciagos?

“¿Por qué habré de temer los días aciagos?” (Sal 48,) Al tomar este versículo para mi oración no me propuse hacer una meditación en torno a las causas que podrían hacerme temer los días aciagos, y tratar de disiparlas con mi reflexión. No sería una ayuda para vivir una oración silenciosa y contemplativa. Simplemente traté de dejarme alcanzar por lo que el Espíritu me dijera a través de esta frase, sin más. Con ello lo primero que me asaltó fue la impresión de que esos días aciagos, que podrían llegar en mi vida, dejaban de serlo si los vivía en esa dimensión abierta a Dios que estaba tratando de vivir en mi oración. Tendría que venir a vivir la gracia de esa presencia amorosa en medio de esas situaciones y dejarían de ser días aciagos que tendría que temer, para ser nuevas ocasiones de encuentro con Dios en mi vida. Dejarían de ser días aciagos, y por lo mismo no necesitaba respuesta a esa interrogante que planteaba el versículo del salmo, sino una nueva manera de acoger los acontecimientos de la vida. Con ello mi oración, que trato de que sea contemplativa, volvía a ser esa noticia general, oscura y amorosa que lejos de apartarme de la vida me daba luces para vivirla en dimensión teologal, creciendo en fe, esperanza y amor.

F. Brändle

No permitirá que resbale tu pie

“No permitirá que resbale tu pie” (Sal 120,3) Un versículo tan sencillo, me ayudó a dejar que mi oración se envolviera en este gesto de Dios, en apariencia tan sin relieve. No necesitaba reflexión, como siempre que me ayudo de un versículo. Trato de no hacerle objeto de consideración alguna, lo repito en la sencillez de su sentido. Sin embargo, siempre que así hago, en el discurrir de la oración, el versículo me va iluminando espacios de mi vida que no pensaba. En esta ocasión el no permitir Dios que se resbalara mi pie, me vino a descubrir que las caídas de las que Dios me salvaba eran las que yo ni siquiera podía sospechar. Me vino a la mente el pasaje evangélico de San Mateo 23,14-15, los fariseos andando de un lado a otro buscando prosélitos. Al final todo vano, porque al que encontraban lo hacían caer en su misma limitación. Sus pasos eran resbaladizos, y a los que ayudaban les vendrían a hacer caer. También yo podría recorrer muchos caminos en busca de fruto en mis tareas pastorales, y sólo Dios podría hacer que no me resbalase, es decir que aquellos a los que pudiera ayudar, lo fuera realmente y para nada se metiera interés alguno por mi parte. Esto sólo podía hacerlo Dios que mira para que mi pie no resbalase. Mi oración se hizo acción de gracias, y súplica porque siguiera no permitiendo que se resbalase mi pie.

F. Brändle