En la tarde del 17 de enero de 2023, antes de comenzar el rezo de Vísperas, la comunidad de carmelitas del Desierto de Batuecas vivió con gozo una ceremonia entrañable, largo tiempo esperada, pues el inicio de este momento estaba en el día ya pasado hace años en que oramos por nuestro Hermano Frederik para que el Espíritu a través suyo plasmara el icono que íbamos a introducir en la capilla.
Señor Dios, Santa Trinidad, a quien ninguna inteligencia puede abarcar, ni palabra alguna expresar, a quien ningún hombre ha visto en parte alguna, que has querido revelarte al hombre. Nosotros creemos lo que hemos aprendido de las Santas Escrituras y la enseñanza de las palabras divinas de los Apóstoles, y te confesamos Dios Padre sin principio, a tu Hijo consubstancial a Ti, y a tu Espíritu que reina y es consubstancial contigo.
Al contemplar este icono de la “TRINIDAD” recordamos que así te has revelado en el Cristo por el Espíritu.
De modo sencillo, procedimos a orar y bendecir el icono. Sentimos como nuestra oración durante el tiempo pasado se había plasmado en el icono pintado, de modo que ahora contemplándolo con los ojos, lo grabáramos en nuestra mente, y con ello glorificáramos a la Trinidad por sus beneficios. Rezamos con sencillez:
Te pedimos que derrames misericordiosamente sobre nosotros tu bendición. En tu nombre tres veces santo, dígnate bendecirlo y santificarlo, a fin de que cuantos lo miren con devoción obtengan la misericordia, la gracia y la liberación de todos los males y dolores, el perdón de los pecados, y consigan ser dignos del reino de los cielos.
TOOOS:
Te lo pedimos por la gracia, la misericordia y el amor a los hombres del DIOS ÚNICO GLORIFICADO EN LA TRINIDAD, PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO, DE QUIEN ES LA GLORIA AHORA Y SIEMPRE Y POR TODOS LOS SIGLOS. AMÉN
Lo rociamos con agua bendita, lo incensamos, con ello quedo introducido en nuestra capilla.
La noticia de la partida inesperada de nuestro querido padre Miguel nos deja a todos un vacío y una pena llenos de profundo agradecimiento y emoción. Desde el momento en que se ha ido sabiendo la noticia me llegan de muchas partes mensajes de condolencia y de reconocimiento, expresiones tan sinceras de cariño y vivo aprecio por la persona del padre Miguel, hermano, padre, amigo… Ayer me comentabas el vacío que deja su partida, que desde ahora a Batuecas le falta una lámpara encendida, constante, firme irradiando siempre en estos años fuerza misionera a la contemplación y ardor apostólico al silencio del desierto.
En nombre de toda la Orden, de todos los carmelitas de África y de España, doy gracias a Dios de todo corazón por la vida y la entrega del padre Miguel. ¡Qué orgullo y qué honor haber tenido el don precioso de un Misionero íntegro de alma y cuerpo, que durante 50 años se gastó y desgastó sin respiro y sin reservarse nada para sí al servicio de todos! Cien por cien Misionero y cien por cien contemplativo, como le gustaba tanto decir, y, sobre todo, tal cual él vivía.
El padre Miguel es testimonio de lo mejor de un Carmelita, entregado hasta la médula a la misión que Dios le encomendó, sin otro interés propio que darse a los demás. Un vacío grande nos deja, pero, sin ninguna duda su ausencia se convierte para todos nosotros, en Batuecas, en la misión, en el Congo, en África, en España, a partir de ahora en una presencia, mucho más viva, mucho más eficaz, mucho más ‘molesta’ para sacarnos de nuestra comodidad tranquila y empujarnos a todos a dejarnos contagiar de su ardor, de su insistencia Misionera y evangélica irrefrenable.
Tres encuentros cruciales recuerdo de él:
1989, nos encontramos en el convento de Toulouse, había salido de la misión para hacer un año y obtener la licencia en filosofía. Daba muchas asignaturas de teología y quería poder dar también filosofía. Admirable afán de aprender, excelente profesor, casi sin papeles. Me sobrecogió su lucha por mejorarse, por crecer también intelectualmente.
2016, fui con sus antiguos compañeros misioneros a recibirlo al aeropuerto de Madrid. Venía definitivamente, después de 50 años en la misión, con una pequeña mochila roja que yo le había regalado. Después de 50 años solo traía algunas cosas que cabían en una pequeña mochila. Se traía a sí mismo, como los auténticos misioneros, nada en los bolsillos, y el corazón rebosante de vida, de nombres, dispuesto para otra misión. Venía encorvado por la caída en aquella trampa, que dejó doblado su cuerpo, pero nunca doblegada su alma entusiasta.
2019, en mi visita a Batuecas, la presencia de Miguel, en su silla a la derecha de la capilla, orando, recordando a los laicos que estaban presentes, todos los acontecimientos, los cumpleaños, las fechas importantes… memoria viva de un contemplativo misionero.
Incomódanos y espabílanos querido Miguel, querido Guti, querido hermano. ¡Qué suerte la de haberte conocido y haberte tenido entre nosotros. ¡Qué suerte que ahora te tenemos más cerca! Bendice a Batuecas, ahora que puedes hacerlo con mucha más eficacia. Seguro que no vas a dejar de molestar en el cielo a todos, hasta salirte con la tuya, seguro que los vas a cansar recordándoles las cosas de la Misión, de la formación, de las jóvenes vocaciones, seguro que ahora podrás pedir vocaciones para Batuecas, y hablar al corazón de cada uno de nosotros para empujarnos y contagiarnos. No dejes de hacerlo, te necesitamos todavía mucho más ahora. Te encomiendo toda la Orden, la pongo bajo tu cuidado. Confío en tu valiosa intercesión y tu terca oración.
Gracias Francisco, gracias a vosotros hermanos que habéis sido sus compañeros de la última hora, gracias a toda la familia de Miguel, a todos los amigos de Batuecas, a todos los misioneros de antes y de ahora, gracias a todos los que vivís este momento de despedida como un momento de gracia y de envío a la Misión más importante, la que se juega en este momento. A todos vosotros, un abrazo lleno de afecto y de agradecimiento misionero y contemplativo. Acoge, Señor, a tu hijo Miguel, siervo bueno y fiel de tu viña, gracias por el regalo tan precioso de su vida para todos nosotros. Hasta pronto, Miguel. Mientras tanto, nos conforta saberte aquí, lámpara viva que nunca se apaga. Gracias a Dios por tu vida, de todo corazón.
P. Miguel Márquez Calle, General OCD
El P. Jesús Gutiérrez Portero (Fr. Miguel de los Sagrados Corazones) nació en Bernuy de Zapardiel (Ávila) el 2 de enero de 1939. Profesó en Segovia el 6 de agosto de 1957 y recibió el presbiterado el día de N. P. San José de 1965. Desde 1966 misionero en el Congo (entonces Zaire). Massisi, Nyakariba, Kananga, Bukavu y Goma son nombres que asociamos a su peripecia misionera y a su apasionado modo de ser misionero y contemplativo.
En 1997 se le encomendó la fundación de Costa de Marfil. Volvió a Goma y Bukavu como profesor regresó a Salamanca en 2016. Se incorporó a la comunidad de Batuecas en 2017, donde ha completado su misión apostólica y contemplativa.
(Ofrecemos a nuestros lectores esta honda reflexión del carmelita descalzo, P. Daniel de Pablo Maroto, al conmemorar el pasado 15 de octubre su fiesta)
Santa Teresa por José de Ribera, Museo de Bellas Artes, Valencia
La muerte de santa Teresa de Jesús un 15 de octubre de 1582 me sugiere las siguientes reflexiones. Quien piense que los santos son felices porque Dios se les revela, es el médico que sana su cuerpo y su espíritu, les da éxito en la vida, etc., les pido que borren de la mente ese cliché porque es falso. Más bien, sucede todo lo contrario: que a los santos Dios les concede no las glorias mundanas, sino ser imitadores del “crucificado” Jesús de Nazaret. Esta es la lección que nos enseña la hagiografía cristiana y los mártires de nuestro tiempo.
Esta historia les parecerá una acción injusta a los increyentes o a los fieles devotos que creen que la fe en Dios es un paraguas que les protege de las inclemencias de la vida, la enfermedad, la pobreza, la falta de trabajo, etc. Pero es la ley de la Providencia, cuyos caminos “no son nuestros caminos”. Es posible que el silencio de Dios escandalice a los débiles en la fe, pero enamora a los escogidos para una misión especial en la Iglesia.
San Juan de la Cruz escribe a los que creen en el Dios-tapa-agujeros, que se puso de moda en el postconcilio: “Él (Dios) está sobre el cielo y habla en camino de eternidad; nosotros, ciegos sobre la tierra y no entendemos sino vías de carne y tiempo” (Subida del Monte Carmelo, II, 20, 5). Y algo más grave todavía, como defensor de la fe desnuda de apegos “No es de condición de Dios que se hagan milagros, que, como dicen, (¡!), cuando los hace, a más no poder los hace” (Subida, III, 31, 9). Pero nuestro Dios, que permite la cruz, compensa con los dones del Espíritu Santo: la paciencia y la fortaleza para soportar la prueba.
Teresa de Jesús fue un ejemplar de mártir, “elegida” por Cristo para realizar en la Iglesia, y en la civilización occidental, una obra de gigantes, aun siendo una mujer Hoy, en el día aniversario de su muerte, recuerdo a los lectores su experiencia del martirio cotidiano, su “noche purificativa” y martirial, como ella misma confiesa: “Yo conozco una persona que, desde que comenzó el Señor a hacerla esta merced que queda dicha, que ha cuarenta años, no puede decir con verdad que ha estado día sin tener dolores y otras maneras de padecer, de falta de salud corporal […]. Yo siempre escogería el del padecer, siquiera por imitar a nuestro Señor Jesucristo” (Moradas, VI, 1, 7).
Cuando la Santa escribe esta página en 1577 tiene 62 años; hace “cuarenta años”, como dice ella, tenía 22. ¿Qué sucedió, a esa edad, en la vida de la monja recién profesa en el convento de La Encarnación? Lo que ella misma confiesa y confirman los testigos en los Procesos de beatificación como oído a las monjas del convento: había una monja que padecía una “grandísima enfermedad, y muy penosa” y lo sufría con paciencia, y Teresa pidió a Dios que “le diese las enfermedades que fuese servido”, siempre que, al mismo tiempo, le concediese la misma fortaleza para aceptarlas. Según su confesión, Dios aceptó su ofrenda y desde entonces en su vida sufrió toda clase de enfermedades (Cf. Vida, 5, 2). Sé que es una razón que la medicina científica no entiende, pero este es el hecho histórico y verdadero.
Descendiendo a la realidad de su vida, constatamos que lo escrito corresponde a la vivencia de las “noches pasivas del espíritu” previstas por san Juan de la Cruz, mucho más abundantes y dolorosas en los que recorren el camino espiritual hasta la santidad. La Santa Doctora lo ha experimentado casi en la cumbre del camino, como lo describe en las Moradas VI. En esa “noche” experimenta un cierto abandono de Dios, siente y sufre su silencio “en lo interior del alma”, como si estuviera en el “purgatorio” (¡!). Tiene una sensación o experiencia de una inmensa soledad porque “criatura de toda la tierra no la hace compañía”, es casi como una muerte del alma. Es la noche que sufre el alma antes de pasar a las Moradas séptimas (Cf. Moradas, VI, 11, 3-12).
Lo que describe en las Moradas son jirones de la propia alma, “noches oscuras” que está viviendo mientras funda conventos, llorando de pena mientras arrastra su cuerpo enfermo y por no poder misionar para “salvar almas” por ser mujer; sufriendo las inclemencias del tiempo y los obstáculos de las autoridades civiles y eclesiásticas; la angustia por la falta de los dineros que no llegan; la persecución o incomprensión de los buenos, etc. “Noches oscuras” tenuemente iluminadas por “los levantes de la aurora”, soñados por Juan de la Cruz.
La madre Teresa soportó también la “noche” oscura al final de su vida, desde que salió de Ávila para la fundación de Burgos un 2 de enero de 1582, en pleno invierno de la meseta castellana. Ella, enferma de gravedad, tiempo hostil, con fríos y lluvias hasta impedir el paso por caminos embarrados; recepción displicente por parte del arzobispo que creía amigo y permisivo; larga espera de la licencia; penuria de vida de la comunidad que hacía sufrir a la Fundadora; abandono del único apoyo que le quedaba, el provincial P. Gracián. Y, por fin, la fecha de la inauguración el día 19 de abril de 1582.
Se hizo también “noche oscura” en el camino de retorno a su querido convento de San José en Ávila, donde esperaban las monjas hambrientas de pan y de presencia de la Madre. Meditaba en el camino las cosas que le quedaban por hacer y le hacían sufrir porque sentía que se le iba agotando la vida: la soñada fundación de Madrid; resolver los líos de la compra de la casa de Salamanca; sosegar el ánimo de algunas prioras medio rebeldes a la autoridad de la Fundadora y del Provincial. Y, al llegar al soñado descanso de sus conventos de Valladolid y Medina, rota por la enfermedad, se encuentra con unas prioras que descargan sobre ella antiguas rencillas. Días y noches de dolor. Y en Medina, la autoridad, quiebra el deseo de volver a Ávila, pero pasando antes por Alba de Tormes.
Y allí descansó para siempre en la noche del 4 de octubre de 1582, siendo al día siguiente, por capricho del calendario, día 15, quizá simbolizando que la “noche” oscura anunciaba y se convertía, por la muerte de una Santa, en una noche “en pos de los levantes de la aurora”, como glosó también san Juan de la Cruz. Murió tranquila, “hija de la Iglesia”, recordando sus pecados, esperando con gozo que iba a ser juzgada por aquel a quien había amado apasionadamente y que le decía: Entra en el gozo de tu Señor. ¡Descansa en la paz de Dios Andariega, Doctora de la Iglesia y Heraldo de Cristo!
Al leer esta sencilla proclamación de un deseo, expresado así por el salmista, me inundó de pronto la consideración de qué sería esta totalidad de las criaturas… Todas, todas… y en una sola voz. Era el universo, en su totalidad el que me abría la conciencia a una experiencia de la creación en consonancia con lo que el Papa nos alienta a vivir en su encíclica “Laudato Si”. Hemos de volvernos a la naturaleza, no como meros observadores, menos aún como dominadores, sino como inmersos en ella con esos sentimientos de gratitud, de ofrenda graciosa de cuanto soy y tengo a quien quiero agradecer lo que de Él recibo. Hemos emprendido en Batuecas la restauración de alguna ermita de las dispersas por el valle, en las laderas del monte, con la seguridad de que quien en ellas pase unos días tendrá que vivir esta experiencia de comunión con la creación. Será una vuelta no a la forma de vida primitiva que vivieron durante más de ciento ochenta mil años los seres humanos, sino a la conciencia de comunión con la creación en la que necesariamente habían de vivir. De la naturaleza recibían los alimentos, en ella crecían sin más abrigo que una cueva… Ha sido el cultivo de la tierra, la abundancia de frutos, aunque no siempre bien repartidos, la que ha hecho innecesaria esa comunión tan profunda con la naturaleza y nos ha recluido en las ciudades, donde hallamos sustento y cobijo al margen de esa naturaleza que nos rodea. Por ello al repetir una y otra vez, que “todas tus criaturas te den gracias” me veía inmerso en ellas para con ellas hacer brotar en mí esos sentimientos de gratitud, al Señor, “Amado” que todo lo plantó.
El domingo primero de Septiembre, estando de retiro espiritual con un grupo, los Padres Carmelitas me invitaron a presidir la Eucaristía en el templo del Desierto de san José de Las Batuecas. Ese díael evangelio nos regalaba unas palabras luminosas: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Estábamos allí, reunidos en el nombre del Señor, la comunidad contemplativa del valle, los huéspedes del monasterio y algunos turistas a los que se les permite acceder al recinto y participar en la misa. Se palpaba en el ambiente que la palabra del Señor es verdadera. Bastó un toque de silencio para tomar conciencia de que Dios estaba en medio nosotros. A pesar de la distancia social y las mascarillas que impone el momento, se podía sentir la unidad de todos en el mismo amor.
La liturgia de la palabra insistía ese domingo en la corrección fraterna. Es tarea profética, dura y difícil la de poner al otro frente a su pecado. “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo a solas. Si te hace caso has salvado a tu hermano”. Corregir no es afear la conducta, es acompañar en el discernimiento espiritual, valorar si una vida es adecuada a los planes de Dios. Eso sí, todo se ha de hacer con mucha humildad y amor. “El amor no hace daño”, decía san Pablo en la segunda lectura.
¿Cómo ejerce una comunidad contemplativa la corrección fraterna?, me pregunto. No me refiero ahora a la vida interna de la comunidad, corrección entre los monjes, sino en relación al mundo. La respuesta a esa pregunta se me antoja simple: una comunidad contemplativa reprende y corrige al mundo siendo ella misma sociedad de contraste, punto de referencia de valores sociales. “No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte”, y tampoco se oculta al mundo una comunidad luminosa. Con la sola presencia de los monjes el valle se hace luz divina y profética.
Luz divina y profética. Aunque hay quienes se empeñan en negarlo, mística y profecía van unidas; no puede haber profetas sin experiencia mística, ni místicos verdaderos que no sean profetas. La sola presencia de una comunidad monástica es signo profético en medio del mundo. Con su vida centrada en Dios, su amor a los hermanos de comunidad y sus brazos abiertos a huéspedes y visitantes, los monjes anuncian en silencio y desde el silencio que el Reino de Dios está aquí, en medio del mundo, que Dios está ahí donde te encuentras con ellos.
¿Qué buscamos en Batuecas los que acudimos al lugar? De un modo más o menos consciente todos buscamos a Dios y ahí se nos da la oportunidad de conocerlo. El entorno paradisíaco, la cercanía anónima de quienes se ejercitan contigo en el silencio, la presencia orante y servicial de los monjes, que como la figura del Amado en el Cántico de san Juan de la Cruz, visten de hermosura el lugar. Si cierras los ojos percibes que son ciertas las palabras de Saint Exupèry: “Lo más hermoso del desierto es que en algún lugar oculta un pozo”. En este caso el pozo es el monasterio y todo lo que significa la vida monástica; de este pozo mana el Agua pura.
La sola presencia de la Comunidad, “sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz”, pregona la Presencia del Misterio en Batuecas. Y no sólo anuncia el amor de Dios, también ejerce con ternura y suavidad la misión profética de denuncia. La existencia de un espacio de bondad compartida es ya una llamada a la conversión. El hecho de poder ver con tus ojos una comunidad fraterna basada en la práctica de la acogida incondicional, la sencillez de vida y la fascinación por la belleza del Reino de Dios, pone en evidencia la desorientación de un mundo caracterizado por el narcisismo y el culto a la productividad, de una humanidad que vive con prisas por llegar a ninguna parte y se aferra a una libertad engañosa que hace del “me apetece” una jaula de oro.
A las comunidades contemplativas se les suele acusar de inacción, de ser poco prácticas, de no servir para nada. En un contexto social donde se idolatra el “hacer”, es difícil lograr ver que la verdad está en el “ser”. Lo verdaderamente importante no es lo que hago sino lo que soy. ¡Cuántos hermanos vienen a este monasterio para encontrar su propio ser! Aquí hallan el ambiente adecuado para hacer un viaje interior hacia su propia identidad.
Batuecas y su comunidad contemplativa son un sacramento, un signo y lugar de encuentro humano y divino; a pesar de estar físicamente en una hondonada es una ciudad colocada en lo alto de un monte. (Mt 5,14); desde la cima espiritual que es, alumbra a quienes en la noche le tienen como punto de referencia para no perderse en el camino. Atraídos por el desierto, personas con diferentes sensibilidades se acercan a esta ciudad esperando encontrarse a sí mismas. En el aire limpio, las aguas claras y los bosques frondosos no es difícil a cada uno descubrir su ser natural, su centro y su sitio en el mundo. Aquí es fácil sentir la mirada de Dios deleitándose en ti, deleitándote en Él y sosteniéndote en la noche.
¡Doy gracias a Dios y doy gracias a la comunidad de Batuecas! Gracias porque entre vosotros se respira Espíritu; sois profetas en un desierto que anuncia la llegada de algo nuevo, presencia y mirada del Amado para cuantos se acercan buscando un cambio en sus vidas. Sólo con estar aquí gritáis a todos que otro mundo es posible. El hecho de que tantos vuelvan una y otra vez al lugar es signo de que estáis en el buen camino. Gracias.
Hoy, en mi oración por la mañana, me detuve en los versos del salmo ciento veintinueve y, aunque el rezo siguió con otros salmos e himnos, mi corazón se quedó allí. Estos son los momentos en los que el cuerpo se queda silencioso, haciendo lo que la gente del entorno espera que haga, para no llamar la atención sobre lo que ocurre en su interior. Pero, el alma se pone a viajar y el corazón se ensancha de alegría como si descubriera la fuente del agua viva.
¡Desde lo hondo a ti grito, Señor!… decía muchas veces, todavía sin llegar a traspasar el misterio oculto de estas palabras que en aquella mañana me fascinó. Sin duda, era una oración existencial que expresaba no sólo el sentir del salmista, sino el de todo ser humano que experimenta su propia fragilidad. El velo que cubría estas palabras del salmo solo aumentaba el encanto que producía en mi alma. El día transcurrió como uno de tantos, aunque a veces como un viento que se pone a mover todo lo que está en su entorno, así el simple recordar de las palabras: “desde lo hondo a ti grito, Señor”, ponía en movimiento mi sed de plenitud.
Estas palabras que desde la mañana me producían tal atracción, ahora al caer la tarde se llenaban de sentido. Pero, no llegué a esta iluminación solo, me ha ayudado un abuelo que todos los días pasaba por la iglesia para hacer un rato de oración. Hoy mirándole percibí que sus ojos estaban fijos en los vitrales, donde el sol realzaba sus colores y hacía de las imágenes una verdadera preciosidad. ¡Quedé maravillado! Pero, en la medida que el sol se ponía, las vidrieras se quedaban opacas y hasta oscuras.
El anciano, viendo este espectáculo, añadió unas breves palabras, que en mí corazón resonaron como una enseñanza divina. “Mira”, decía él, “la belleza del hombre que deja que el sol divino se refleje sobre él. Pero, ¿te has dado cuenta de lo que es el ser humano sin Dios? La belleza y la capacidad que hay en él se quedan oscuras y sin atractivo con la ausencia de la luz divina”. Estas palabras me permitían entender mejor el salmo que por la mañana había rezado.
Entonces, repetí con calma: ¡Desde lo hondo a ti grito, Señor! Mi clamor ahora se llenaba de sentido. Necesitaba de Dios para reflejar una belleza que llevo oculta en mí, pero que sólo la luz divina es capaz de poner en evidencia. En aquella iglesia, al caer la tarde, al mirar aquellos vitrales ya sin color, entendí algo de mí, de mi pobreza y fragilidad. Comprendí que soy incompleto, que no soy todo lo que soy llamado a ser sino al dejar pasar la luz de Dios a través de mí.
Por esto, terminé mi día haciendo una oración al Dios siempre nuevo, que me ha permitido bucear en el hondo de mí ser para entender la necesidad que tengo de Él.
Nebulosa del Mono, polvo de estrellas. Foto: NASA, ESA, and the Hubble Heritage Team (STScI/AURA)
La vida contemplativa nos tiene siempre como iniciados y principiantes. Mirar a Dios y dejarse mirar por Él nos hace siempre más humildes, más sinceros. (A aquella persona que amamos y que nos ama, es muy difícil ocultarle nada; ni podemos ni realmente queremos hacerlo).
Errar es de humanos. No es fácil analizar bien, elegir bien y realizar bien dando frutos buenos. Igual que en una cadena de producción eficiente, los artículos defectuosos no son descartados sin más para pura basura, sino que son reciclados; así debiéramos hacer nosotros con nuestros fallos humanos. «De los errores se aprende», dice el dicho popular. Hay muchos de nosotros que vamos guardando nuestros errores en el cajón de los fracasos. De vez en cuando, lo abrimos y los repasamos torturándonos inútilmente.
La cruz es como ese cajón: suma de todos esos fracasos de los hijos de Adán. Jesús abrió nuestro cajón y empezó a escarbar y a apartar, buscando y buscando cada uno de nuestros corazones. Los fue reciclando, resucitando, uno a uno en el Amor.
«¡Feliz culpa que mereció tal Redentor!»
De la basura de nuestras miserias, el Creador hizo abono, replantó el árbol del género humano y lo revivió haciéndolo mejor que cuando lo creó. ¡Y cuántos frutos buenos ha dado, está danto y dará! Aprender esta lección es plantarle cara a nuestros errores y pecados con el Amor entrañable que Cristo pone en lo profundo de nuestros corazones.
No te lamentes, ¡recicla! Dios está contigo. Él es el que hace posible, con su gracia, que tus pecados sean transformados en frutos de amor eterno.
El misterio que celebramos, el Dios escondido en el vivo pan de la Eucaristía, en Batuecas lo celebramos con una procesión no común, pues el Santísimo Sacramento lo llevamos hasta la ermita que lleva su nombre para allí hacer unos momentos de adoración. Esta ermita se construyó para ello, y en recuerdo a lo que pudo ser en el pasado en este día hacemos la procesión hasta este lugar y allí, en la ladera del monte, sentimos muy cerca la creación con todas sus criaturas. El camino es forzoso hacerlo en medio de la naturaleza, de modo que se hacen elocuentes las palabras de Juan de la Cruz en uno de sus poemas. “Aquí (en la Eucaristía), se está llamando a las criaturas y de esta agua se hartan aunque a oscuras”. Esta hermosa experiencia la reflejó muy bien nuestro Papa Francisco en su encíclica “Laudato si” cuando escribió: “En el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a Él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios… La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. En el Pan eucarístico, la creación está orientada hacia la divinización…” (Laudato si, n.236). El misterio eucarístico que celebramos gozosos en este día, nos ayuda a contemplar la creación entera surgiendo de él y viviendo de él. El sagrario donde lo veneramos no es una cárcel donde se encierra, sino el punto central de ese inmenso mar que tiene su centro en Él, del que salen las ondas y a Él vuelven en un continuo fluir de vida verdadera. Nuestra procesión en medio de la naturaleza me lo hace revivir cada año.
Al recitar esta mañana el salmo 118,145-152, me quedé deseando se hiciera verdad en mí lo que le pedía el salmista. “con tus mandamientos dame vida”. Me preguntaba qué vida le pido al Señor. Y comencé a darme cuenta de que no era tan fácil definirla. Con lo cual empecé a pedirle que me hiciera comprender el misterio que encierra la vida que le pedía. No podía seguir viviendo de modo tan inconsciente la vida que se me regala cuando nace y brota del querer de Dios. Y así fui cayendo en la cuenta que si le pedía que sus mandamientos me dieran vida, no podía reducirlo a cumplir unas leyes con las que mi conciencia estuviera tranquila, sin saber descubrir nada más allá que una conciencia en paz. Si de verdad aspiraba a gozar de la vida que Dios me da con sus mandamientos tenía que abrirme al gozo y la alegría que supone el don de la vida. Tenía que descubrir los inmensos tesoros que encierra. Sólo así mi petición cobraría todo su sentido: “con tus mandamientos dame vida”. Con este don me adentraría en lo que es la vida en la inmensidad de este mundo que habito y esta historia que me sostiene. Saldría de mis intereses mezquinos y egoístas para descubrir la comunión con todo lo que encierra el querer de Dios. Di inmensas gracias a Dios por esa vida que sus mandamientos, su voluntad, me regala.