Tú eres sacerdote eterno

Misa en la Capilla Crypta Lactis, Bethlehem, Tierra santa

“Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec” (Sal 109,4). Era el jueves en que la iglesia celebra la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno sacerdote.  Me pareció que este verso me ayudaría a vivir mi oración silenciosa unido a la celebración de la Iglesia. No llevaba ninguna pretensión. Quería vivir el misterio. Pronto en mi oración se me hizo viva la experiencia de un Sacerdote capaz de ponerme en relación única con Dios. Jesús era el Sumo sacerdote. Su mediación no me exigía llevar ofrendas para el sacrificio, él mismo era la víctima que se ofrecía y que yo debía llevar. Se hacía verdadera víctima porque se adecuaba al proyecto de Dios. Su vida encarnada y abierta a vivir desde la voluntad de Dios era la víctima que podía poner en perfecta relación mi condición humana con la condición divina. Dios acogía mi víctima, con la que podía identificarme, para hacerla mía. Poco a poco se iluminó mi vida para verla también asumida por el proyecto de Dios. El Sumo Sacerdote lo era simbólicamente en esa dimensión de eternidad que Dios había pensado para la humanidad concebida como proyecto de paz y justicia, reflejadas en el rito de Melquisedec. El ritual que se llevaba a cabo en la vida de Jesús, se expresaba como gesto último de justicia misericordiosa en el rito de la pasión y muerte de Cruz. Este era el camino para el verdadero sacerdocio, que la iglesia ha ido descubriendo y encarnando en su historia a través de los sacramentos. F. Brändle

Los pecadores volverán a ti

“Los pecadores volverán a ti” (Sal 50,15). Me quedé con este verso del salmo para vivir mi oración envuelto en el silencio, que significa, bien lo sé, no dejarme llevar por juicio alguno sobre los demás. La condición de mi prójimo tal y como yo la puedo juzgar no me debía distraer. Me llamaba la atención la afirmación confiada: “los pecadores volverán a ti´”. Pronto me quedé en que esos pecadores no eran los que yo podía imaginar, sino los que vino a buscar Jesús (Mt 9,13). Desde Jesús y su misión hemos de sentirnos pecadores llamados y buscados por él. Con la esperanza del salmista y con la misión de Jesús conocida y vivida, mi oración me abrió la conciencia a sentirme pecador. Una conciencia de pecador envuelta en la gracia, que me hacía volver a Jesús, reconocer que venía a salvarme y que me apartaba de todo esfuerzo vano por querer ser justificado por mis esfuerzos. Entendí lo que es ser pecador desde la gracia.

F. Brändle

Le preparaste el terreno y echó raíces

“Le preparaste el terreno y echó raíces…” (Sal 79,10). Entresacado del salmo este verso vino a ayudarme en mi oración. Con el recuerdo vivo de Santa Teresa, el terreno que Dios prepara es mi propia vida, entendida como auténtica vida humana. Me vi totalmente en sus manos. Sólo en ese terreno preparado puede enraizarse una verdadera vida cristiana, plenitud de toda vida humana. La vid verdadera en la que encontrar la vida: Cristo, me ofrece, como sarmiento, auténticas raíces que harán posible unos buenos frutos. El verso del salmo me fue iluminando el camino de mi vida de fe. Es Dios el verdadero labrador que no sólo me dio la vida, sino que la prepara y dispone para que pueda dar fruto porque en esa tierra puede echar raíces. Me pude apropiar de esa historia de salvación repitiendo una y otra vez el verso del salmo.

F.Brändle

Esta es la generación que viene a tu presencia

“Esta es la generación que viene a tu presencia, Dios de Jacob” (Sal 23,6)- Tomado el versículo del salmo que acabábamos de recitar en vísperas, me resultó evocador para el momento que iba a comenzar: La oración en silencio con mis hermanos. Juntos éramos ese grupo que venía a la presencia del Señor. Más que nunca agradecí el poder vivir los momentos de oración en comunidad. Y tengo que reconocer que la presencia del Señor se hacía más universal, nos envolvía a todos. Era el silencio el medio más adecuado para una verdadera comunión. Cierto con Dios, pero también con cada uno de los que oraban conmigo. Sin ellos, mi oración no llegaría a un encuentro tan claro con lo que realmente será nuestro encuentro con Dios: un encuentro con todos los hombres en la nueva humanidad habitada por Él. Tenía claro que nunca el que ora se separa de los demás, pero no había vivido con tanta evidencia que esa comunión era la expresión de un encuentro con Dios más profundo.

F. Brändle

Los hombres son unos mentirosos

“Los hombres son unos mentirosos” (Sal 115,2). Decidí quedarme con este verso para vivir mi oración, pese a su negatividad. En mi interior tenía la convicción de que no podía separarme de la presencia amorosa de Dios el juicio emitido por el salmista. También tenía muy cierto que en mi oración el versículo me llevaría a una visión más honda de mi fe en el amor de Dios y en su presencia amorosa. Y así pude comprobarlo al irse abriendo mi conciencia a la clara intuición de que los hombres, con toda su bondad,  su verdad, no podrían ser nunca el fundamento último de mi razón de ser y vivir. Ninguna doctrina, ningún movimiento o partido, podrían iluminar el sentido de mi vida. En ese sentido podría decir los hombres son unos mentirosos. No emitía con ello un juicio moral, sino una experiencia de vida, que me remitía a Dios que en Jesús contemplaba como Verdad que da sentido a mi vida. En la misma medida podía decir que en Cristo todos los hombres son verdaderos. Se me afianzó la fe en los hombres contemplados en Cristo. Mi esperanza me llevaba a una comunión mayor con todos, sabiendo que llegará a ser verdad, no el lamento del salmista: ¡Qué desgraciado soy!, sino la alegría de Pablo: “en Cristo todos volverán a la vida” (1Cor 15,22)

F. Brändle

Que tus sacerdotes se vistan de gala

“Que tus sacerdotes se vistan de gala, que tus fieles vitoreen” (Sal 131,9) Me llamó la atención este verso del salmo, todo el dedicado al traslado del arca. ¿Que es lo que pedía al Señor, al rezarlo como creyente cristiano?. Lo tomé para llevarlo a mi oración silenciosa. No tardé, al repetirlo, en caer en la cuenta, que “tus sacerdotes” eran todos los que en Cristo habían alcanzado su dignidad sacerdotal, con la que acercarse a Dios. Vestirse de gala, era dejar que el Padre, que viste a los lirios del campo, los revistiera con aquellas virtudes que nacen de su amor. La presencia de Dios que Cristo nos muestra está ligada a esta nueva condición sacerdotal de la humanidad. En cada hombre tendría que ver al sacerdote que Dios viste de gala, para celebrar su presencia en medio del mundo. La morada de Dios está entre nosotros, descubrirlo ha de llevar a todo hombre a vitorear gozoso por haberla descubierto. Sentí en mi oración lo cerca que Dios está de nosotros, en medio de unas apariencias que parecen ocultarlo.

F. Brändle

Nadie puede salvarse

Cristo en la Tormenta del Mar de Galilea, Rembrandt van Rijn, 1633 – obra desaparecida

“… Nadie puede salvarse, ni dar a Dios un rescate”. Me quedé con este verso, aún desligándolo de su contexto, que haría alusión a las riquezas. Quise llevarlo a la oración, estaba abierto a esa luz que me descubriría más y mejor la gratuidad de la salvación. Mis riquezas podían ser también entendidas como mis obras buenas que me compraban la salvación. Entender que nadie puede salvarse, me fue dando luz para descubrir lo que es la verdadera salvación. Ésta sólo se puede entender desde la novedad que supone dejar a Dios llegarse a mí para salvarme. No para pedirme un rescate, que sería lo que podría entender, sino para ofrecerme su salvación, que está por encima de mis cálculos y posibilidades. Estar abierto a ella, recibirla como don, es reconocer que “nadie puede salvarse”, pues nadie puede saber lo que es la auténtica y verdadera salvación. Con humildad vine a reconocer lo que el verso del salmo me decía. Como verdadero pobre acepté y me gocé de no poder dar a Dios rescate alguno, porque no me lo pedía, sino abrirme a recibir de Él su amor y su gracia.

F. Brändle

El Señor es la defensa de mi vida

“El Señor es la defensa de mi vida” (Sal 26,1). Cuando repetía este verso para vivir la oración, estaba cierto que mi vida era ese misterio que Dios me ayuda a descubrir: Sí, en alguna ocasión había caído en la cuenta que con ello podía superar mi “egoísmo”, el yo que se apodera de “mi vida”. Ahora caí en la cuenta de lo ingrato que había sido con Dios, que me había dado gratuitamente la vida. Tan acostumbrado a oír que la vida viene de Dios a través de nuestros padres, y siendo estos el elemento visible, siempre, gracias a Dios, pude agradecer a mis padres haber sido generosos y contribuido con Dios a que mi vida fuera posible. Pero al orar este verso vi claro el inmenso don que era “mi vida” venida de Dios. Que no porque me fueran bien o mal las cosas, merecía la pena o no vivir. No porque yo pudiera ser creativo, era dueño de la vida. Mi vida viene de Dios, y es suya en el más genuino sentido: de regalo y don; pero que he de descubrirlo así, para poderla vivir en su verdad. Sólo así puedo descubrir a Dios que al darme la vida, quiere ser mi “Centro”, el “más profundo”, que diría San Juan de la Cruz, porque con Él podía vivir el amor y llegar a vivirlo en su más profundo centro, y también desde su más profundo centro, porque el amor verdadero no sólo me une a Dios, sino que me une verdaderamente a mis hermanos. Que sentido tan hondo me descubrieron estas palabras del salmo cuando las viví como esa vida que Dios me ha regalado. Es la vida pascual que Cristo resucitado nos ayuda a descubrir. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

F.Brándle

Un pastorcico

Repetir un verso de alguno de los salmos rezados en la oración litúrgica, sigue siendo el modo en que mantengo la atención amorosa, pero tal atención me la ha suscitado la conciencia del Dios que me busca y ama, mucho más que yo pueda hacerlo a él. Me ama desde su condición divina, por eso estos versos de San Juan de la Cruz me lo han recordado siempre, y son tan propios para ser colocados en este fin de Semana del Triduo Pascual:

1.    Un pastorcico, solo, está penado

ajeno de placer y de contento,

y en su pastora puesto el pensamiento,

y el pecho del amor muy lastimado.

2.    No llora por haberle amor llagado,

que no le pena verse así afligido,

aunque en el corazón está herido,

mas llora por pensar que está olvidado;

3.    que sólo de pensar que está olvidado

de su bella pastora, con gran pena

se deja maltratar en tierra ajena,

el pecho del amor muy lastimado.

4.    Y dice el pastorcico: ¡Ay, desdichado

de aquel que de mi amor ha hecho ausencia,

y no quiere gozar la mi presencia,                          

y el pecho por su amor muy lastimado!

5.    Y a cabo de un gran rato, se ha encumbrado

sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,

y muerto se ha quedado asido dellos,

el pecho de el amor muy lastimado.

Que modo tan bonito de recordar la resurrección: como los brazos del crucificado y resucitado, Dios en Jesús que me ha buscado y quiere encontrarme, por eso: el gran rato, que es la historia hasta su final. Así puedo vivir siempre con la conciencia de esa presencia amorosa de Dios. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Haya paz dentro de tus muros

“Haya paz dentro de tus muros” (Sal 121,7). Este salmo 121 que encierra un bello canto a Jerusalén me ofreció para mi oración este versículo. Muy pronto en la oración la paz me envolvió. No era un sentimiento sino esa paz que ofrece el resucitado, la contemplaba en esa nueva Jerusalén fortalecida con los muros de la presencia de Dios que la envolvían. La Pascua que se aproxima, no la puedo separar de su horizonte último, la que se celebrará en la nueva Jerusalén. Allí el paso de Dios se manifestará en la paz que reinará dentro de los muros. Contemplar animado por este verso ese final, en medio de nuestra situación de guerra, era una llamada aún más fuerte a esperar lo que la historia desde sí misma no ofrece. Nuestra historia de guerras y conflictos es pasajera, pero no inútil, es el camino de esperanza en aquella paz que reinará dentro de los muros de la nueva Jerusalén. Con esta esperanza viví mi oración, silenciosa y contemplativa, hecha noticia de paz amorosa.

F.Brändle