DESCRIPCIÓN DE LA ADVERTENCIA AMOROSA (II)

Al inicio de esta obra contemplativa, la persona habrá de ayudarse a veces del pensamiento o de la imaginación. Pero como ya está predispuesta para centrarse a partir de la advertencia amorosa, esto se hace con moderación, sólo como para soplar las brasas y así se encienda el fuego contemplativo.

De manera que muchas veces se hallará el  alma en esta amorosa pacífica asistencia sin obrar nada con las potencias, esto es, acerca de actos particulares, no obrando activamente, sino sólo recibiendo; y muchas habrá menester ayudarse blanda y moderadamente del discurso para ponerse en ella. Pero, puesta el alma en ella, ya habemos dicho que el alma no obra nada con las potencias; que entonces antes es decir verdad que se obra en ella y que está obrada la inteligencia y sabor, que no que obre ella alguna cosa, sino solamente tener advertencia el alma con amar a Dios, sin querer sentir ni ver nada. En lo cual pasivamente se le comunica Dios, así como al que tiene los ojos abiertos, que pasivamente sin hacer él más que tenerlos abiertos, se le comunica la luz. Y este recibir la luz que sobrenaturalmente se le infunde, es entender pasivamente, pero dícese que no obra, no porque no entienda, sino porque entiende lo que no le cuesta su industria, sino sólo recibir lo que le dan, como acaece en las iluminaciones e ilustraciones o inspiraciones de Dios” (2S 15,2)

Donde vemos cómo el alma recibe a Dios pasivamente. La advertencia amorosa sirve como predisposició 

DESCRIPCIÓN DE LA ADVERTENCIA AMOROSA (I)

Llegado el principiante a cierta madurez espiritual, pues, abandona los actos discursivos e imaginativos de forma natural; ya nada le dicen. Pero puede ocurrir que ahora no sepa qué hacer y la persona pase a un estado de vagabundeo del pensamiento, o piense que el asunto consista en dejar la mente en blanco. Para impedir esto, San Juan de la Cruz quiere encauzar este momento clave del camino contemplativo. Para ello enseñará un “método” que podemos considerar la clave pedagógica que mejor dispone a la contemplación dentro de la mística cristiana, y a la que él llama advertencia amorosa:

Aprenda el Espiritual a estarse con advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando no puede meditar, aunque le parezca que no hace nada. Porque así, poco a poco, y muy presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y la paz con admirables y subidas noticias de Dios, envueltas en divino amor. Y no se entremeta en formas, meditaciones e imaginaciones, o algún discurso, porque no desasosiegue el alma y la saque de su contento y paz, en lo cual ella recibe desasosiego y repugnancia. Y si, como habemos dicho, le hiciere escrúpulo de que no hace nada, advierta que no hace poco en pacificar el alma y ponerla en sosiego y paz, sin alguna obra y apetito, que es lo que nuestro Señor nos pide por David (sal 45,11), diciendo: aprenderos a estaros vacíos de todas las cosas, es a saber, interior y exteriormente, y veréis cómo yo soy Dios ( 2S 15,5)

 

DISCERNIMIENTO DE LA CONTEMPLACIÓN

El paso a la contemplación no es una opción de la persona. Es necesario discernir a través de algunas señales si se ha llegado a la madurez espiritual suficiente, de tal manera que la contemplación no se convierta en un esfuerzo más o en una mera técnica.

Las señales que han de estar presentes para abandonar la meditación discursiva y pasar a la contemplativa, según san Juan de la Cruz, son las siguientes:

La primera es ver en sí ya no puede meditar ni discurrir con la imaginación, ni gustar de ella como de antes solía; antes haya ya sequedad en lo que de antes solía fijar el sentido y sacar gusto (2S 13,2)

 

La segunda es cuando ve no le da ninguna gana de poner la imaginación ni el sentido en otras cosas particulares, exteriores e interiores. (2S 13,3)… como no haya gusto ni consuelo en las cosas de Dios, tampoco le haya en alguna de las cosas criadas (1N 9,2)

 

La tercera y más cierta es si el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa a Dios, sin particular consideración, en paz interior y quietud y descanso y sin actos y ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad –a lo menos discursivos, que si es ir de uno en otro—sino sólo con la atención y noticia general amorosa, sin particular inteligencia y sin entender sobre qué (2S 13,4)

EL PASO A LA CONTEMPLACIÓN (II)

 

“Y así, entonces el alma también se ha de andar sólo con adevetencia amorosa a Dios, sin especificar actos, habiéndose, como hemos dicho, pasivamente, sin hacer de suyo diligencias, con la advertencia amorosa, simple y sencilla, como quien abre los ojos con advertencia de amor” (LlB 3,33)

La práctica de la advertencia amorosa es parte de la actividad de la persona; es todavía oración activa. Sin embargo, las tres señales que el Santo pone como condición para iniciarla, tienen un contenido pasivo indiscutible. La desgana que se experimenta de las cosas del mundo y en las de Dis, unida al atractivo de estarse a solas sin particular consideración, dejan claro que la persona ha sido introducida en la noche oscura. Esta actitud de advertencia amorosa, pues aunque es una actividad de la persona –es procurada y querida–, sólo lo es desde una experiencia íntima de pasividad a la que ha sido llevada. Esta disposición se ha fraguado a través de la ascesis activa y de la fidelidad a la propia conciencia. De ella se abre a un estado purificador más intenso y a una oración diferente a la que hacía cuando meditaba.

Por otra parte, la persona que practica la advertencia amorosa es consciente de que la realiza; no pierde la conciencia de estar atenta al Misterio de Dios que no entiende ni imagina, pero que “visualiza” a través de una suave conciencia de que está ahí presente.

La advertencia amorosa es sólo un estadio que prepara a la oración contemplativa de tipo pasivo. Dios es un regalo, la advertencia amorosa es una forma de preparar la tierra para la lluvia del espíritu. La persona ha de ser muy constante en esta advertencia amorosa, sin desfallecer y sin estar esperando conscientemente a que suceda algo. Cuanto más simple sea este estar atento a Dios sin imagen y sin consideración, cuanto más libre de los pensamientos sobre sí mismo y sobre el fruto de la oración, más profundidad hay en esta advertencia amorosa, hasta el punto de desaparecer, incluso ella misma (2s 14,8) En este momento, contemplación y humildad se identifican: cuando uno desaparece, Dios se hace presente.

 

Ha de haber, pues, una doble simplificación: la de evitar toda consideración sobre imágenes o pensamientos sobre Dios y la de no dejarse arrastrar por aspiraciones personales o ideas que alimenten el deseo de llegar a la oración pasiva. Sin esta sencillez ni simplicidad, la persona queda bloqueada en el camino. Al fin y al cabo, tanto las imágenes de Dios como las aspiraciones propias al entrar en una mayor profundidad, son como muros del yo que nos frenan. Sólo hay avance cuando hay humildad, cuando no hay lucha, cuando no hay pretensión –ni material ni espiritual- de realización propia; cuando somos nada.

EL PASO A LA CONTEMPLACIÓN

El objetivo principal de la oración del principiante es que desconecte del sabor de las cosas sensuales, centrándose en el ámbito espiritual. En realidad, lo único que se pretende con esto, es trasladar el centro de atención: ha de abandonar la tendencia a pensar en lo que gusta o disgusta en el terreno sensual, para enfocar el gusto al terreno de lo espiritual.

 

“Necesario le es al alma que se le dé materia para que medite y discurra, y le conviene que de suyo haga actos interiores y se aproveche del sabor y jugo sensitivo de las cosas espirituales, porque cebando el apetito con sabor de las cosas espirituales, se desarraigue el sabor de las cosas sensuales y desfallezca a las cosas del siglo (LlB 3,2)

Pero llega el momento del proceso espiritual en el que ya no se necesita de la meditación discursiva, pues el amor de Dios que a través de los actos meditativos se sacaba, ya está en la persona incorporado permanentemente: “Ya el alma en este tiempo tiene el espíritu de la meditación en sustancia y hábito”(2S14,2)

 

Es entonces cuando comienza la experiencia orante más contemplativa. Ya no es necesario buscar a Dios a través del pensamiento, de la imaginación y del gusto espiritual que de ellos sacaba. Mas bien, lo natural es que haya un cierto desabrimiento y desgana de este método, pues esto posibilita que las fuerzas espirituales indaguen y busquen a Dios de forma más sutil y desprendida. Por eso, cuando el alma ha madurado y ya no aprovecha en los ejercicios meditativos, dice san Juan de la Cruz: “Totalmente se ha de llevar al alma por modo contrario al primero, que si antes le daban materia para meditar y meditaba, que ahora se la quiten y que no medite, porque no podrá aunque quiera, y, en vez de recogerse, se distraerá… Y por eso en este estado en ninguna manera le han de imponer que medite ni se ejercite en actos, ni procure sabor ni fervor, porque sería poner obstáculo al principal agente que es Dios, el cual, oculta y quietamente anda poniendo en el alma sabiduría y noticia amorosa sin especificación de actos” (LlB3,33)

CONTEMPLACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ (I)

«Aprenda el espiritual a estarse con advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando no puede meditar, aunque le parezca que no hace nada. Porque así, poco a poco y muy presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y la paz» (San Juan de la Cruz)

La enseñanza de san Juan de la CRuz pretende llevar a la persona, por encima de todo, a su madurez espiritual, y ésta se logra por el desapego. Una vez liberada la persona se une con Dios. El Santo sitúa la oración dentro de este proceso de liberación integral, surgiendo de él naturalmente, como fruto de un proceso íntimo. Por ello no queda reducido a una mera técnica.

Hay que adevertir que Juan de la Cruz habla para personas ya iniciadas. NO se entretiene en las oraciones activas de tipo discursivo o imaginativo como hace santa Teresa. Su mayor interés es adentrar a la persona en la oración contemplativa.

El paso de la oración meditativa a la contemplación está llamado por lo que san Juan de la CRuz llama advertencia amorosa. Ella es una mirada siemple que predispone a la persona para recibir la presencia de Dios. Esta advertencia es el método con el que san Juan de la CRuz enseña a orar contemplativamente. Con él nos recogemeos en Dios, el alma se pacifica y fortalece, y nuestras obras son expresión de vida.

La advertencia amorosa es una capacidad que se desarrolla a partir de un proceso de ascesis y negación que el hombre realiza movido por Dios. También supone, por lo general, una práctica de la oración activa durante algún tiempo. Además, está acompañada de una cierta purificación pasiva que Dios va realizando en la persona.

Esta adevertencia supone, además, una experiencia de sequedad, tanto en las cosas materiales como en la vida espiritual, pero sin dejar de anhelar a Dios, aunque no lo pueda comprender ni imaginar. De este anhelo surge la adevertencia amorosa, y con ella se abre la puerta de la oración contemplativa

REPARANDO SANDALIAS

A los 26 años de edad se dio cuenta que no podía vivir lejos del servicio a Dios, así que tomó una seria decisión: ingresó a la recién formada comunidad de los Carmelitas en la calle Vaugirard en París, como un hermano laico. Corría junio de 1640. A mediados de ese mismo año, fue recibido oficialmente, y adoptó el nombre de Lorenzo, probablemente inspirado en un religioso de su ciudad a quien había admirado mucho. Como novicio vivió severas pruebas y también grandes decepciones. Según confesión propia, muchas veces quedó en evidencia su torpeza natural, por lo cual temía ser despedido.

Pasados los dos años de noviciado hizo su profesión de votos, en agosto de 1642, a los 28 años de edad. Louis de Sainte-Thérése, su superior, resumió la vocación de este hermano laico con la expresión «oración y trabajo manual».

El primer trabajo que le asignaron después de su profesión fue el de cocinero de la Comunidad, que estaba compuesta por más de cien miembros. Sin embargo, la cocina se hizo muy difícil para alguien físicamente discapacitado, así que tras 15 años de labor, le asignaron un trabajo en que pudiera estar sentado. Fue designado como reparador, y luego fabricante de sandalias. Pero a menudo regresaba a la cocina para ayudar. Al hermano Lorenzo le fueron encomendadas también otras tareas como, por ejemplo, comprar el vino. Para ello debía desplazarse largas distancias, a veces por río; labor que le era muy difícil, porque, como él mismo dice, «cojo de una pierna, sólo podía moverme del bote rodando sobre los barriles». En esos viajes conoció a mucha gente, que quedaba impresionada por su piedad. Muchos de ellos acudían después a él en busca de consejo espiritual.

Poco a poco la influencia del «reparador de sandalias» creció, y no sólo entre los que solía ayudar y aconsejar, sino que mucha gente instruida y religiosos venían a él desde distintos sitios. Uno de sus biógrafos, que le conoció personalmente, dice que llegó a ser venerado por «todo París». Aunque esto pueda resultar una exageración, lo cierto es que todos quienes le conocían apreciaban mucho conversar con él, pues siempre se respiraba en su compañía la presencia de Dios. Él les enseñaba en forma sencilla cómo caminar con Cristo.
 
Cierta vez, interrogado por alguien de la misma Comunidad (a quien estaba obligado a responder), acerca de cómo había logrado ese habitual sentido de Dios, el hermano Lorenzo le dijo que desde su llegada a ese lugar, él había considerado a Dios como el objetivo y el fin de todos sus pensamientos y deseos. (Continuará…)

HERMANO LORENZO DE LA RESURRECCIÓN

 

Queremos presentar a partir de ahora, una figura entrañable del Carmelo Descalzo, una figura silenciosa, casi desconocida, pero que pensamos tiene mucho que aportar, para todos aquellos hombre y mujeres que buscan a Dios en el camino de la contemplación. La ofrecemos especialmente para todas aquellas personas que no disponen de mucho tiempo para dedicarse a la oración, pero que sienten en su corazón el deseo de Dios, de Dios sólo. Se la ofrecemos también a todas aquellas personas que viven en el ajetreo de una vida rápida, a veces hasta desquiciante, con el deseo, que en su vida aparezca el sosiego de la presencia del Dios cercano, que busca su amistad y compañía.

 

El Hermano Lorenzo nació con el nombre de Nicolás Herman, alrededor de 1610, en Heri-menil, Lorraine (Francia

Desgraciadamente, hay pocos datos de su juventud. Él aprendió principios cristianos de sus padres Dominic y Louise, con quienes constituía una familia modesta. Aunque Nicolás tenía sobrada inteligencia, aparentemente no le pudieron otorgar oportunidad de estudiar. No se sabe si Nicolás tuvo hermanos o hermanas, cómo pasó su niñez, acerca de su instrucción escolar, o su primer trabajo.

Conversión y primeras experiencias de vida

Sin embargo, es claro que a la edad de 18 años tuvo su primera experiencia espiritual: la conversión. Durante ese invierno, mientras veía a un árbol perder sus hojas, consideraba que dentro de poco tiempo las hojas se renovarían, y más tarde vendrían las flores y finalmente aparecería el fruto. A través de esta sencilla observación cotidiana, Nicolás recibió una impactante visión de la providencia y del poder de Dios que nunca pudo olvidar. Esta visión despertó en él un profundo amor a Dios y un deseo cada vez mayor de apartarse del mundo. Desde entonces se dedicó mucho a la lectura y a la vida espiritual.

Sin embargo, Nicolás no ingresó en este tiempo, como pudiera pensarse, a la vida religiosa, sino al servicio militar, durante el agitado período de la terrible Guerra de los Treinta Años. Allí fue apresado por tropas germanas, y, sospechoso de ser un espía, fue amenazado de muerte. Sin embargo, él pudo probar su inocencia. Más tarde se reunió con las tropas de Lorraine, pero fue herido durante el sitio de Rambervillers, en 1635, desde donde regresó a la casa de sus padres. La herida recibida en la guerra le afectó el nervio ciático, debido a lo cual quedó cojo por el resto de su vida, sufriendo dolores crónicos.

No es posible saber si fue durante su vida como soldado, o con posterioridad a ella, que participó de pecados que más tarde le harían lamentar, y recordar con dolor, como «desórdenes de su juventud» o «pecados de su vida pasada». Lo cierto es que, llevado por el deseo de enmendar su vida, y entregar de una vez a Dios lo que le había ofrecido cuando tuvo aquella primera experiencia espiritual, decidió hacerse ermitaño.

Junto a otros que tenían la misma intención, se apartó para vivir en soledad. Sin embargo, a poco andar pudo darse cuenta que no estaba preparado para esa clase de vida, y la abandonó. Se dedicó entonces a servir como criado y lacayo de algunos aristócratas en París. En ese servicio se describió a sí mismo como muy torpe, tanto, que quebraba todo a su alrededor. (continuará…)

 

LA OSCURIDAD ME BASTA

Es casi medianoche y estoy esperándote en la oscuridad, en el gran silencio. No me dejes pedir más que quedarme sentado en la oscuridad, sin encender una luz por mi mismo, ni atiborrarme en mis propios pensamientos para llenar el vacío de la noche en la cual espero por ti.

 

Déjame volverme nada para la luz pálida y débil de los sentidos, para permanecer en la dulce oscuridad de la fe pura; en cuanto al mundo, déjame volverme para él totalmente oscuro para siempre. Que yo pueda de este modo, por esta oscuridad, llegar en fin a tu claridad.

 

Que yo pueda después de haberme vuelto insignificante para el mundo extenderme en dirección a los sentidos infinitos contenidos en tu paz y en tu gloria. Tu claridad es mi oscuridad; yo no sé nada de ti, y por mi mismo, ni puedo imaginar como hacer para conocerte. Si yo te imaginara estaría equivocado, si te comprendiera estaría engañado, si quedara consciente y cierto de que te conozco sería loco. La oscuridad me basta

Thomas Merton

El Contemplativo y el mundo (2 de 3)

¿Es el contemplativo un hombre ajeno al mundo? ¿Se siente el contemplativo un ser extraño, sin misión y casi desterrado? ¿Tiene algo que decir hoy el contemplativo a los hombres sus hermanos?

La historia de los hombres en relación al misterio de Dios se puede comparar a la trayectoria que hace la tierra alrededor del sol. Unas veces la tierra está más cerca del sol y los rayos de éste le dan en toda su potencia. Otras veces se va alejando más y más y los rayos del sol llegan más débiles. Pero cuando parece que se va a alejar del todo, la tierra da una vuelta y comienza de nuevo el acercamiento. Sigue leyendo «El Contemplativo y el mundo (2 de 3)»