Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido
seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el
silencio creador de este valle de Las Batuecas.
Me identifico en muchas ocasiones
con los sentimientos del salmista. Me parece que sus sentimientos, leídos a la
luz de la revelación en Cristo, se transforman en una visión tan positiva de la
historia y la naturaleza que su lectura se hace fuente de esperanza, incluso en
las situaciones más adversas. Así lo descubrí al leer el salmo 72. Es fácil que
sintamos la gran tentación de envidiar a quienes parecen disfrutar de una vida
llena de éxitos, incluso su arrogancia puede llegar hasta atreverse con el
cielo. Nos puede seguir creciendo la tentación del desánimo, que para nada vale
mantener limpio el corazón.
Pero el salmista me ayuda a reflexionar, obrar de esa forma
me haría renegar de la estirpe de los hijos que nacen de la fe y del espíritu.
La dura situación en que se puede encontrar el salmista le lleva a pensar que
aquellos que aborrecen a Dios, serán de El aborrecidos. Mira su situación y
cambia de perspectiva. El versículo no tiene desperdicio: “Yo siempre estaré
contigo, tú agarras mi mano derecha, me guías según tus planes y me llevas a un
destino glorioso” Lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor nuestro
refugio.
Confieso que la lección del salmista es hermosa, no se
alcanza tan fácil ese desprendimiento de uno, y esa confianza tan plena, pero
es sin duda la meta a la que debemos aspirar.
Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido
seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el
silencio creador de este valle de Las Batuecas.
Nadie duda de que los salmos en la
tradición bíblica son una fuente de conocimiento para quien los lee y medita,
pero son aún más una visión de la realidad que sobrepasa la mera lectura y
reflexión, cuando uno los trata de leer como camino abierto a la presencia de
Dios. Y así me sucedió que me quedé sorprendido al leer en el salmo 112 (la
numeración responde a la litúrgica y ésta a la Vulgata):”El Señor se eleva
sobre todos los pueblos, su gloria sobre los cielos”.
Me parecía intuir que tenía un significado más grande que
lo que sería la materialidad de su sentido. Un Dios que parece alejarse de la
tierra e incluso del cielo, que no podremos imaginarlo, ni alcanzarlo se me
hacía cuesta arriba. Esa sublimidad no me permitía amarlo con todo el corazón,
se me hacía lejano, sí, sé que no puede caber en conceptos y formas humanas,
pero que Él se eleve y parezca huir de la tierra, no me cabía en la dinámica
del amor en la que quería encontrar a Dios.
Hasta que se me vino a mostrar que el Señor se eleva sobre
los pueblos, porque ningún pueblo forjado desde la riqueza, el poder, puede
tener a Dios como centro, sí el pueblo que Él se prepara, levantando al pobre
del polvo, alzándolo de la basura, y creando ese pueblo de príncipes que
constituyen la humanidad nueva, donde él se eleva sobre todos los pueblos. La
luz ya no es la mera razón que se convierte para muchos en su cielo, sino que
está sobre ella, esa gloria, luz divina, que alumbra la nueva humanidad y que
brota de Dios, cuya gloria está sobre los cielos.
La contemplación del mundo
nos permite percibir el absurdo en el que vive la sociedad cuando se distancia
del proyecto original trazado por su Creador. En un diálogo, he percibido que
mi interlocutor, al expresar su odio y rebelión contra una postura política,
deseaba que yo hiciese lo mismo; como no encontró en mis palabras algo que le
apoyara, se quedó decepcionado y concluyó que yo me oponía a su pensamiento.
Lo que mi interlocutor ignoraba es que el odio no
forma parte de mi horizonte existencial, no creo que fuera creado para odiar a alguien
porque, incluso para mí, el odio es una flaqueza de quien se deja afectar y
hasta determinar por lo que el otro es o hace. No odiar es una opción por la
lucidez y por la libertad de espíritu, valores que se cultivan en la
contemplación. La lucidez nos permite diferenciar a la persona de sus ideas, y
la libertad interior nos lleva a amar a la persona independientemente de que coincidamos
o no con sus ideas y actitudes.
Este diálogo con mi
interlocutor y la consciencia de que lo que he experimentado no es una postura
aislada, sino una actitud muy común en nuestra sociedad, me ha impulsado a
comenzar una campaña llamada: “Por el derecho a no odiar”. Parece broma que
alguien reclame tal derecho, pero me parece oportuno despertar a la sociedad de
su adormecimiento, que nos deja sumidos en relaciones mezquinas y egoístas. El
derecho a no odiar, en definitiva, es una opción por el amor, no como un mero
sentimiento romántico, sino como la decisión de vivir el proyecto original diseñado
por el Creador que quiere hacer de todos nosotros una sola familia.
Batuecas
es un lugar privilegiado para la oración y por lo tanto para el encuentro con
Dios a través de Jesús; aquí podemos llenarnos de él, y llenos de él, es decir
llenos de amor, ver los frutos que se derivan ya en calidad de amor humano.
La
estancia aquí es un regalo, que si lo podemos hacer, no es incompatible con
nuestras obligaciones familiares y sociales, al contrario es más bien
beneficioso por los frutos que se derivan de ella. Todos cogemos en la vida lo
que es bueno y nos gusta, si hemos encontrado el gusto por este silencio ¿por
qué no cogerlo?
Además,
en las familias siempre hay alguien al que Dios, parece que le encarga que
acerque a todos los demás a Él, es como si dijéramos el que ora por los demás y
su oración nunca será individual sino que siempre será una intercesión por los
demás.
Espero que esta
reflexión pueda servir para que desaparezca
cualquier tipo de duda con respecto a la eficacia de estar un tiempo limitado aquí en Batuecas, que simplemente disfrutemos de estos días de
encuentro profundo con Jesús y de su escucha, ya que aquí se produce con más
resonancia que en el bullicio de la ciudad.
Hay que tener claro que el tiempo de gozo que pueda llegar a darse aquí en el silencio, es un
tiempo de comunión con los nuestros,y que redunda en beneficio hacía
ellos, que no lo recibimos para nosotros solos sino para todos.
Tal vez
los que percibimos la inquietud de venir a orar a Batuecas y vivimos en una
familia somos el orante que Dios ha querido poner en cada familia para que las
sostenga poniendo ante Él todas las necesidades espirituales y materiales de
los distintos integrantes de ella, porque ante las dos parcelas tiene poder la
oración si es conducida por el Espíritu Santo.
Y
finalmente orar no es algo que podemos conseguir nosotros solos mediante
nuestro esfuerzo, necesita que nos hagamos espaldas unos con otros, y este
lugar por sus características y por la peculiaridad de las personas que acuden
es un sitio muy indicado para compartir y crecer en la oración, así como para
encontrar respuestas a algunas preguntas dificultosas que no pudieran surgir.
Ser conscientes de las dificultades que existen hoy para trasmitir la fe a nuestros jóvenes no debe ser un inconveniente para ayudarles con aquello que está en nuestras manos.
Cuando
humanamente parece que todo es difícil, todavía tenemos algo muy eficaz para
ayudar a encontrar la fe a los nuestros.
Este algo
es la misma oración algo de lo que aquí en Batuecas se tiene bastante
experiencia; no tenemos acaso la certeza de que Dios nos está escuchando al
igual que nosotros lo escuchamos a él, y que un lugar de silencio como es este
Desierto nos va a permitir escucharle con más claridad.
De lo
primero que tenemos que tener certeza
es del poder que tiene la oración
como medio de intercesión ante el Padre con respecto a la ayuda que podemos
proporcionar a nuestros seres queridos.
También
tenemos que tener claridad en que la acción de Dios será la que él crea
conveniente, no la que queramos nosotros, por lo tanto no nos va a corresponder
a nosotros el decidir qué es lo que Dios tiene que hacer ya que sus caminos
igual no son nuestros caminos. La consecuencia inmediata de ello es que sólo
tendremos que orar, luego Dios realizará la obra que crea conveniente.
Por otro
lado no nos corresponde a nosotros el ver o no ver las consecuencias que se
derivan de esta oración ya que se puede dar la circunstancia de que nuestra
oración esté siendo eficaz y sin embargo nunca llegue a nuestro conocimiento su
eficacia. ¿No es acaso una fuerza invisible? El construir sólo le corresponde a
Dios y él sabe lo que quiere y cuando.
Mediante
la oración podemos poner en el corazón mismo
de Jesús a todos aquellos que tenemos
encomendados aquí en la tierra, y es evidente que los que vivimos en una
familia a los primeros que tenemos encomendados es a nuestros hijos, nietos,
etc.
Ellos
necesitan a Dios porque Dios es necesitado por todo el mundo, aunque haya periodos más o menos
largos en los que no sean conscientes de esto. Poniéndoles en el corazón de
Dios les estamos proporcionando un beneficio enorme, porque Dios nunca será
insensible ante esta petición. Esto es evidente que vale de manera concéntrica
también para todo el resto de personas que nos rodean.
Acaba de aparecer la 2ª edición de Batuecas. Tierra mítica y “Desierto” carmelitano,Burgos. Grupo FONTE – Editorial de Espiritualidde, 2018, 240 pp. Como el lugar ha sido declarado oficialmente como “Parque natural” y la vida eremítica que allí se profesó y los restos del antiguo monasterio carmelitano como “Bien de interés cultural e histórico” por las Cortes de Castilla y León, presento, como autor,la obra para que los lectores conozcan este hermoso paraje natural, un profundo valle rodeado de montañas, frontera entre Castilla y Extremadura y al que se llega desde el típico pueblo serrano de La Alberca (Salamanca). Los bienes naturales y culturales, con reconocimiento oficial o sin él, merecen ser conocidos por todos los ciudadanos.
En
el libro encontrará el lector las leyendas o mitos surgidos en este apartado y
misterioso lugar desde que Lope de Vega situó en él una de sus comedias: Las Bauecas del Duque de Alba. Lope supuso
que allí habitaban gentes primitivas, de culturas ancestrales: romanos, celtas,
godos, desconocedoras de que fuera del valle existían otras gentes. Mitos y
leyendas que fueron desmontados por los críticos de la Ilustración. Aprovechando
este montaje escénico, el genio de Lope expone una tesis de filosofía política
y religiosa muy interesante.
Después,
se proponen los capítulos de la historia propiamente dicha del monasterio escrita
con sentido crítico y bien fundada en documentos del archivo conventual y en la
escasa bibliografía existente y, también, con un cierto sentimiento emocional.
Comenzó la fundación el año 1599, pero todas las dependencias monásticas se
fueron completando poco a poco y la cerca externa de unos 6 km. de extensión
concluyó en el siglo XVIII. Después de la “desamortización” del 1836, el
“Desierto” pasó de mano en mano hasta que una comunidad de frailes carmelitas
descalzos de Castilla renovó la antigua vida eremítica en 1950.
En
el libro se cuenta cómo fueron surgiendo las dependencias monásticas: la iglesia,
las ermitas que la rodeaban como acogiéndola en su seno; los lugares comunes
para el vivir cotidiano: el comedor, la despensa, la bodega; los talleres para
los trabajos artesanales, especialmente la elaboración del corcho que sacaban
de los alcornoques; el molino aceitunero, el cultivo de las colmenas; los
aperos y las bestias de carga para la labranza de los campos; la biblioteca conventual
bien nutrida de libros de ciencias muy variadas; y otras mil historias de los
frailes ermitaños.
Esta
es la historia; pero, al entrar en contacto con ella, es posible que al lector le
sugiera el deseo de una visita apresurada o, mejor todavía, de permanecer unos
días en este paraíso terrenal. Aunque fue en su origen un monasterio de
carmelitas descalzos de rigurosa clausura, hoy, por la escasez de vocaciones eremitas,
se ha abierto a todas las personas que quieran compartir con la pequeña
comunidad residual la vida de soledad, de silencio, de ascesis y la oración personal y la liturgia de cada día. En
el “Apéndice” de la obra, se reseña la restauración de las viejas estructuras
arquitectónicas para acoger a huéspedes y los diversos grupos y movimientos que
temporalmente acuden para participar en los actos de la comunidad y gozar del
silencio y la soledad que les ofrece el lugar.
Y,
en los tiempos libres de los actos comunes, que son muchos, los huéspedes pueden
perderse, laderas arriba, en el bosque de pinos, castaños, alcornoques, encinas,
robles, abetos, cipreses y matorrales para mejor sentir y vivir la “soledad sonora”, la “música callada” de los
ríos y regatos, el canto de las aves, el lento sonar de las campanas a lo lejos,
o el viento que se filtra entre los árboles del “bosque y la espesura”, como describe
san Juan de la Cruz en el Cántico
Espiritual. Te puedo contar, querido lector, mi propia experiencia: a
veces, mientras escribía las páginas del libro y otros textos de espiritualidad
en mi celda conventual, viví cercana la tormenta de aguas torrenciales que
desbordaban el cauce del río Batuecas con acompañamiento de truenos, relámpagos
y rayos cercanos. Pero pronto volvía la calma en el valle que serena el alma y en
ese clima fluían las ideas y los sentimientos para ser trasladados al papel.
Si haces esta o parecidas experiencias, te sentirás
aliviado en los cansancios y el trajín de cada día que has traído al monasterio;
te olvidarás del trabajo que impone la necesidad de ganarte el pan de cada día;
descubrirás que algunas cosas consideradas por ti como “necesarias” son un
espejismo fantasmal que ha impuesto la civilización del primer mundo; aprenderás
a usarlas con moderación porque son, a tiempos, “innecesarias” y prescindibles.
Y cuando vuelvas a la rutina diaria, notarás que has llenado el alma de nuevas
energías espirituales.
Si
eres creyente en un Dios Creador, dedicarás un tiempo a la “contemplación” de
tantas bellezas naturales que confirmarán tu fe; gozarás de los momentos de la
soledad y el silencio que te ofrece el lugar, de la oración personal y
comunitaria compartida, de la sobriedad de una vida sencilla en el comer y el
beber; no echarás en falta los inventos modernos que te distraen y roban tu
libertad. Posiblemente te asombrarás -si consideras la vida de los antiguos
ermitaños- de su vida de oración y de ascesis impuesta en una legislación
propia de los “Desiertos” del Carmelo Teresiano. Y, espero, que no dejará de
admirar la vida de los frailes batuecos que vivían en las ermitas diseminadas
en los montes que rodean al monasterio; y de algunos pocos ermitaños
“perpetuos”, encerrados de por vida en aquel apartado lugar.
Si
eres ateo o agnóstico, piensa en un hecho singular: que cientos de frailes
abandonaron todo, sacrificaron su presente y su futuro a veces brillante, para
seguir una vida de ermitaños; piensa también que la vida monástica es cultura, que
ha tejido una historia que merece ser conocida y apreciada. Las órdenes
eremíticas buscaron lugares apartados convirtiendo en vergeles lugares
inhóspitos; construyeron abadías, iglesias, talleres de artesanía, roturaron
los campos, crearon una civilización propia. Los restos arquitectónicos del “Desierto”
de Las Batuecas, parcialmente
reconstruidos, son un testimonio elocuente.
Invito al lector a entrar en esta historia escrita para concederse después unos días de retiro mental y espiritual en uno de los parajes más bellos y desconocidos de Castilla la Vieja.
Un rasgo característico de la espiritualidad
carmelitana es la vivencia de la presencia de Dios. Las Sagradas Escrituras
presentan el Profeta Elías como el hombre
de Dios, que vive en su presencia (Cf. 1Re17,1). Elías se siente enviado por Dios para anunciar el castigo de
la sequía, consecuencia de la infidelidad de Israel a la Alianza. En el Monte
Horeb, experimentará a Dios de forma nueva, no como un huracán o terremoto o
fuego devastador sino como el susurro de una brisa suave (Cf. 1Re19,11-12). La
presencia de Dios se capta en el silencio, en lo pequeño, en lo sencillo.
En la vida de Santa Teresa, vemos una progresiva
toma de conciencia de la presencia de Dios en su vida espiritual hasta llegar a
la experiencia de la inhabitación trinitaria. Abundan los textos teresianos que
narran el desarrollo de su experiencia. Ya en la cumbre de su vida mística
escribe: “Parecióme se me representó como
cuando en una esponja se incorpora y embebe el agua. Así me parecía mi alma que
se henchía de aquella divinidad y por cierta manera gozaba en sí y tenía las
tres Personas” (CC 15).
La misma dimensión
trinitaria encontramos en la espiritualidad de Santa Isabel de la Trinidad. Si somos templos de Dios y la Trinidad habita en
nosotros, entonces, en este profundo centro, debemos estar y ahí contemplar el
amor trinitario y ser envueltos por ello. Su vocación será ser una alabanza de
gloria al Dios Uno y Trino presente en el centro del alma.
En San Juan de la Cruz, la presencia de Dios es el
anhelo más profundo de la persona que se encuentra herida de amor por Él. Esta herida de amor se cura sólo con la
presencia del Amado. El Amado está dentro del alma, en su centro, en las
entrañas. Cuando uno descubre esta presencia en lo más hondo de su ser entonces
goza de gran paz y alegría.
La espiritualidad de la presencia de Dios nos ayuda a llenar nuestra vida de paz y atención amorosa al Amado.