
“El Señor es la defensa de mi vida” (Sal 26,1). Cuando repetía este verso para vivir la oración, estaba cierto que mi vida era ese misterio que Dios me ayuda a descubrir: Sí, en alguna ocasión había caído en la cuenta que con ello podía superar mi “egoísmo”, el yo que se apodera de “mi vida”. Ahora caí en la cuenta de lo ingrato que había sido con Dios, que me había dado gratuitamente la vida. Tan acostumbrado a oír que la vida viene de Dios a través de nuestros padres, y siendo estos el elemento visible, siempre, gracias a Dios, pude agradecer a mis padres haber sido generosos y contribuido con Dios a que mi vida fuera posible. Pero al orar este verso vi claro el inmenso don que era “mi vida” venida de Dios. Que no porque me fueran bien o mal las cosas, merecía la pena o no vivir. No porque yo pudiera ser creativo, era dueño de la vida. Mi vida viene de Dios, y es suya en el más genuino sentido: de regalo y don; pero que he de descubrirlo así, para poderla vivir en su verdad. Sólo así puedo descubrir a Dios que al darme la vida, quiere ser mi “Centro”, el “más profundo”, que diría San Juan de la Cruz, porque con Él podía vivir el amor y llegar a vivirlo en su más profundo centro, y también desde su más profundo centro, porque el amor verdadero no sólo me une a Dios, sino que me une verdaderamente a mis hermanos. Que sentido tan hondo me descubrieron estas palabras del salmo cuando las viví como esa vida que Dios me ha regalado. Es la vida pascual que Cristo resucitado nos ayuda a descubrir. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
F.Brándle