Haya paz dentro de tus muros

“Haya paz dentro de tus muros” (Sal 121,7). Este salmo 121 que encierra un bello canto a Jerusalén me ofreció para mi oración este versículo. Muy pronto en la oración la paz me envolvió. No era un sentimiento sino esa paz que ofrece el resucitado, la contemplaba en esa nueva Jerusalén fortalecida con los muros de la presencia de Dios que la envolvían. La Pascua que se aproxima, no la puedo separar de su horizonte último, la que se celebrará en la nueva Jerusalén. Allí el paso de Dios se manifestará en la paz que reinará dentro de los muros. Contemplar animado por este verso ese final, en medio de nuestra situación de guerra, era una llamada aún más fuerte a esperar lo que la historia desde sí misma no ofrece. Nuestra historia de guerras y conflictos es pasajera, pero no inútil, es el camino de esperanza en aquella paz que reinará dentro de los muros de la nueva Jerusalén. Con esta esperanza viví mi oración, silenciosa y contemplativa, hecha noticia de paz amorosa.

F.Brändle

Dichosos los que encuentran en ti su fuerza

“Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación” (Sal 83,6). Al repetir el verso y adentrarme con él en la oración, me dejé llenar de la experiencia de mi vida como esa gran peregrinación que me ha de llevar por el desierto a la tierra prometida. No era una salida a la ventura, necesitaba ser preparada. Por eso la primera parte del versículo me llenó de luz. La vida la podía envolver en la dicha de estar alentada por la fuerza de Dios. Son muchas las motivaciones por las que movernos en la vida, pero nunca pueden darme el gozo y la dicha de aquella que nace de Dios y que se convierte en la verdadera fuerza para vivir la vida como una verdadera peregrinación llena de sentido. Si la Cuaresma es mi vida en peregrinación hacia la Pascua, descubrí el gozo de vivirla alentado por la fuerza de Dios.

F. Brändle

Que brille tu rostro y nos salve

Raffaello Sanzio, 1505, Pinacoteca Tosio Martinengo, Brescia

“Que brille tu rostro y nos salve” (Sal 78,4.8.20) Con este verso, repetido varias veces en el salmo, me recogí para vivir los momentos dedicados a la oración contemplativa. Desde el primer momento comprendí que no me podía figurar el rostro de Dios, era todo luz y me invitaba a entrar en ella. Quedar envuelto en su luz, era el sentido de lo que pedía al desear que brillase su rostro. Al mismo tiempo la luz me llevaba a comprender que nuestra salvación está en vivir en esa luz. Era llegar a descubrir la fuerza salvadora que encierra el dejar que Dios nos envuelva en esa luz que irradia su rostro. No basta la luz de nuestra razón, para dar sentido pleno a nuestra vida, necesitamos la luz que irradia el rostro de Dios, su presencia nacida del deseo de que su rostro brille sobre nosotros.

F. Brändle

El Señor es la defensa de mi vida

“El Señor es la defensa de mi vida” (Sal 26,1). Elegí este verso para mi oración contemplativa. Sí, esperaba que con este versículo el amor de Dios y su cercanía me envolvieran. No esperé en vano, pero lo que no estaba en esa esperanza -que siempre ha de ser en Dios y no en mis cálculos- era lo que orar con este verso iba a traerme. Intuí que mi vida es mucho más que mi yo, con el que me concibo. Si mi vida un misterio que no abarco. Pero es mi vida, la que puede encerrar a Dios, que mi yo conceptual nunca podría encerrar. Pero es mi vida la que se desarrolla en unas relaciones personales con Dios y con el prójimo que sólo pueden vivirse en dimensiones de fe, esperanza y amor. Pero es mi vida que en su inefable misterio nunca podría descubrir quedándome en mi sólo “yo”. Por eso fui intuyendo más y más que el salmista tenía razón. El Señor no es “mi” defensa, sino la defensa de mi vida, que es mucho más. No eran distinciones de razón, sino luz de Dios que a través de este verso me iba desvelando la grandeza de sus designios para con nosotros.  Puse en sus manos “mi vida”, y fui apagando todos esos otros deseos egoístas desde los que pedir a Dios por “mí”, buscando un perdón u ofreciendo unas obras, sin caer en la cuenta que todo eso nacía del mayor pecado que viene de mi yo y no busca en Dios la verdadera defensa de “mi vida”.

F.Brändle

Mi sacrificio es un espíritu quebrantado

Cristo, Varón de dolores, Sandro Botticelli, Florencia, 1510

“Mi sacrificio es un espíritu quebrantado” (Sal 50,17). Llegue a la oración con este versículo. Lo escogí porque sentía que no siempre uno vive el gozo de una entrega que le ilusiona. Que lo que ofrecía a Dios no era mi vida llena de entrega, sino mi vida en su limitación y pobreza. Me unía a tantos que viven deprimidos, faltos de ilusión, sabiendo que así me unía como dice San Pablo, a lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col 1,26). También así podía vivir una verdadera relación con Dios. El misterio de la Trinidad me envolvía igualmente, reconociendo en mi vida que el amor es la meta, y que lo que hacemos es pasajero. No descarté que envueltas en ese amor las obras cobran todo su sentido, y que tener proyectos en los que plasmar la vida es un camino de realización humana, pero reconocí en mi oración que también estos momentos en los que como dice el verso, el espíritu está quebrantado, se hacen medio de comunicación viva con Dios. Entrega verdadera a Dios.

F. Brändle

Te gusta un corazón sincero

“Te gusta un corazón sincero…” (Sal 50,8). Elegí este versículo del salmo 50 para mi oración. Quería así descubrir lo que a Dios le gusta del hombre, haciéndolo oración viva, contemplativa, con ello pretendía no darle vueltas para saberlo, sino dejar que Él mismo me lo fuera descubriendo. Así poco a poco se me fue haciendo luz, sobre algo que aparentemente no necesitaba mucho tiempo ni trabajo para entenderse, aunque me parecía que esa comprensión rápida y ligera no llegaba a desvelarme lo más profundo de su sentido. En efecto, para empezar, se me hizo claro que el corazón, que es lo que Dios ve, no son las apariencias, es decir lo que yo hago y programo, aún tratando de agradarle en todo, pues habrá cosas que se me escapan. Por tanto, ese corazón sincero, es el corazón humilde y verdadero, que se siente agraciado con el don de ser creatura de tan gran Dios. Mis sentimientos fueron haciéndome ver que todo hombre, aunque yo no lo vea, tiene un corazón desde el que vivir, que cuando no ha descubierto su origen, se desliga de Dios, y obra aquello que no responde al proyecto de Dios; pero que siempre estará llamado a ser lo que Dios ha proyectado para él. Por eso mi juicio del otro tiene que tener en cuenta que tiene un corazón sincero, verdadero que yo no puedo ver, pero que tengo que saber reconocer porque Dios lo creó así. Al tiempo que debo saber que aunque mi obrar tenga sus deficiencias, que todos los santos han reconocido, mi convicción ha de llevarme a buscar vivir desde ese corazón sincero, desde la verdad de lo que soy.

F. Brändle

Que te sostenga

“Que te sostenga el nombre del Dios de Jacob” (Sal 19,2). Fácil es imaginar que para un cristiano el deseo expresado en el verso del salmo se ha de traducir en: “Que te sostenga el nombre del Dios de Jesús”.  Con esa convicción comencé mi oración. Me fui abriendo a un sentimiento hondo de ser sostenido por Dios, el Dios que se revelaba en Jesús. La oración me llevó a no imaginar nada, sino dejarme invadir de esa conciencia: Estoy sostenido por el Dios que Jesús ha venido a revelarnos. Comenzaron a invadirme sentimientos de seguridad, de paz, que nunca habría alcanzado con mis razonamientos. Di gracias a Dios por ello, y pensé que quien me lo deseaba era toda la iglesia unida a Cristo. Que es el gran reto de la iglesia, poner la humanidad entera, todos y cada uno de los hombres, mis hermanos, en la palma de Dios para que él nos sostenga. Esa seguridad ha de colmar la esperanza de quienes vivimos en un mundo ajeno a sentimientos cristianos: que un día se llegará a conocer por todos, el amor de Dios manifestado en Jesús.

F. Brändle

Postrémonos ante el estrado de sus pies

Santo Domingo en Oración, El Greco, 1600 UNICEF

“Postrémonos ante el estrado de sus pies” (Sal 131,7). La invitación que me hacía el versículo a postrarme, me introdujo en una vivencia que siempre he querido hacer mía. Orar postrado era un signo de identificación con mi verdad. He surgido de la tierra. Ahora se hacía más viva la invitación, porque me invitaba el salmista a postrarme ante el estrado de sus pies, la misma tierra. Es algo que trato de vivir cada día. En mí la tierra se hace amor consciente, desde el amor entregado en la creación. Si no parto de ahí, de mi honda postración, no puedo elevar mi corazón a Dios con verdad. Daba gracias mientras oraba por saborear más y más esta verdad. De muchos santos se recuerda este orar postrados, recuerdo sobre todo a Santo Domingo. La liturgia también nos ha ofrecido este gesto, al postrarse el que se consagra a Dios, mientras se ora por él. Al orar con este versículo me sentí más que nunca invitado a saborear el gesto de postrarme ante el Señor, como signo de ser la conciencia de una creación nacida del amor de Dios y que al irme levantando se hacia consciente de ese amor.

F. Brändle

tus humildes

“Para que rija a tus humildes con rectitud” (Sal 71,2). Me sorprendí con este modo de llamar a los fieles: tus humildes. ¿Cómo identificarlos? Repetir en la oración este verso quiso ser el modo de acercarme a su contenido. Me vino claro a mi conciencia que los humildes son quienes se sienten nacidos en gratuidad. Lo que somos lo hemos recibido. Necesitamos aprender a recibirlo con verdad. Sólo lo podremos hacer si nos acercamos a quien nos puede regir con rectitud, aquel a quien Dios envía para regir a sus humildes. Abrirnos a ese don que somos, es dejar que se lleve a cabo en nosotros su proyecto. Aquí está la razón de esa humildad, que no es apocamiento, sino acogida gozosa de mi propio ser. María es el testimonio más fehaciente de ese deseo, y Jesús el modelo a seguir, si me pongo bajo su guía. Entender el versículo me ayudo a valorar mi propia vida en toda su grandeza, que nace de reconocer mi ser humilde, para ser regido con verdad y rectitud.

F.Brändle

Siéntate a mi derecha

“Siéntate a mi derecha…” (Sal 109,1). Al quedarme con este breve texto para la oración, lo desligué del sentido del salmo, y dejé que fueran palabras que el Padre me dirigía para vivir mi oración. Dos hechos se sumaron para llevarme a vivir mi oración silenciosa y de modo contemplativo a partir de este texto que repetiría a lo largo de la misma. El estar haciéndola frente al icono de la Trinidad de “Rublev” y el haber iniciado nuestro momento orante comunitariamente repitiendo: “alma buscarte has en mí, y a mí buscarme has en ti”. Sentarme a la derecha del Padre, colocado frente al icono de la Trinidad, era ocupar el puesto que me ofrecía para participar en la vida de la Trinidad, sentándome a su mesa y haciendo realidad el “buscarme en Él”, en Dios-Trinidad. Sí, estaba invitado a participar de su vida, comiendo a su mesa. Era el modo más propio de hacer realidad el buscarme en Él. El símbolo de la mesa común se hacía vivo y real. Es la vida divina nuestro verdadero alimento, ofrecido en Jesús. Ante el icono la invitación a sentarme a la derecha del Padre era una llamada clara a descubrir el evangelio en todo su sentido. El Reino de Dios llega con la invitación a que Dios reine, se haga real en nuestras vidas. El icono contemplado de modo vivo me llevaba a ello.

F. Brändle