PENTECOSTES

Muéstrate solícito en unirte al Espíritu Santo. Él viene apenas se le invoca, y sólo hemos de invocarlo, porque ya está presente. Cuando se le invoca viene con la abundancia de las bendiciones de Dios. Él es el río impetuoso que da alegría a la ciudad de Dios y, cuando viene, si te encuentra humilde y tranquilo, aunque estés tembloroso ante la Palabra de Dios, reposará sobre ti y te revelará lo que esconde el Padre a los sabios y a los prudentes de este mundo. Empezarán a resplandecer para ti aquellas cosas que la Sabiduría pudo revelar en la tierra a los discípulos, pero que ellos no pudieron soportar hasta la venida del Espíritu de la verdad, que les habría de enseñar la verdad completa.

 

En vano esperar recibir y aprender de boca de cualquier hombre lo que sólo es posible recibir y aprender de la lengua de la Verdad. En efecto, como dice la Verdad misma, Dios es Espíritu. Dado que es preciso que sus adoradores lo adoren en Espíritu y en verdad, los que desean conocerlo y experimentarlo deben buscar sólo en el Espíritu la inteligencia de la fe y el sentido puro y simple de esa verdad.

 

El Espíritu es –para los pobres de espíritu- la luz iluminadora, la caridad que atrae, la mansedumbre más benéfica, el acceso del hombre a Dios, el amor amante, la devoción, la piedad en medio de las tinieblas y de la ignorancia de esta vida (Guillermo de Saint-Thierry, Speculum fidei, 46)

LA OSCURIDAD ME BASTA

Es casi medianoche y estoy esperándote en la oscuridad, en el gran silencio. No me dejes pedir más que quedarme sentado en la oscuridad, sin encender una luz por mi mismo, ni atiborrarme en mis propios pensamientos para llenar el vacío de la noche en la cual espero por ti.

 

Déjame volverme nada para la luz pálida y débil de los sentidos, para permanecer en la dulce oscuridad de la fe pura; en cuanto al mundo, déjame volverme para él totalmente oscuro para siempre. Que yo pueda de este modo, por esta oscuridad, llegar en fin a tu claridad.

 

Que yo pueda después de haberme vuelto insignificante para el mundo extenderme en dirección a los sentidos infinitos contenidos en tu paz y en tu gloria. Tu claridad es mi oscuridad; yo no sé nada de ti, y por mi mismo, ni puedo imaginar como hacer para conocerte. Si yo te imaginara estaría equivocado, si te comprendiera estaría engañado, si quedara consciente y cierto de que te conozco sería loco. La oscuridad me basta

Thomas Merton

El Contemplativo y el mundo (2 de 3)

¿Es el contemplativo un hombre ajeno al mundo? ¿Se siente el contemplativo un ser extraño, sin misión y casi desterrado? ¿Tiene algo que decir hoy el contemplativo a los hombres sus hermanos?

La historia de los hombres en relación al misterio de Dios se puede comparar a la trayectoria que hace la tierra alrededor del sol. Unas veces la tierra está más cerca del sol y los rayos de éste le dan en toda su potencia. Otras veces se va alejando más y más y los rayos del sol llegan más débiles. Pero cuando parece que se va a alejar del todo, la tierra da una vuelta y comienza de nuevo el acercamiento. Sigue leyendo «El Contemplativo y el mundo (2 de 3)»

El contemplativo (introducción)

En todas las religiones ha habido contemplativos; incluso en el mismo ateismo han surgido hombres y mujeres que pueden ser considerados contemplativos y lo son. Pero no nos vamos a detener ahora en el hombre contemplativo en general, sino en el contemplativo cristiano.

Lo primero que hay que aclarar es que no debemos confundir contemplativo con hombre de oración. Todo contemplativo es hombre de oración, pero no todo hombre de oración es contemplativo.

El contemplativo cristiano es aquel que está convencido que por sus propias fuerzas no puede ver a Dios. No porque Éste esté lejos, ni se oculte. El contemplativo sabe que no puede ver a Dios, porque Dios es tan infinitamente real que nuestra capacidad humana, no es capaz de captarlo en todo lo Dios que es. Sigue leyendo «El contemplativo (introducción)»

Pedagogía contemplativa III

En el último apartado vimos la necesidad de concretar la contemplación en una ejercicio: unos iconos, una vela, sentarse, una frase repetida…

Cuando alguien comienza a orar, empieza utilizando las herramientas más elementales, a las que estamos ya acostumbrados. Como nos son familiares, no nos es difícil ponerlas al servicio de la oración, pues ya las usamos constantemente para la vida ordinaria.

El pensamiento suele ser una herramienta muy utilizada. La persona se sienta o se arrodilla y empieza a meditar hablando con Dios o razonando sobre algún tema religioso, dándole vueltas, e intentando que ese diálogo inventado por mí, o esas reflexiones piadosas, vayan penetrando en mi alma y motivándola, de la misma manera que me dispongo a tomar una decisión, y a animarme a ser fiel a ella, cuando previamente tengo pensamientos que me van impulsando en esa dirección. Santa Teresa habla de este método de orar, y lo llama oración discursiva. Ella no es muy partidaria de él, pues a ella le era difícil concentrarse con esta técnica, y consideraba que a la larga esto cansaba la mente: ……..

Sigue leyendo «Pedagogía contemplativa III»

Pedagogía contemplativa II

La vida contemplativa comienza cuando caemos en la cuenta de la propia realidad. Ya lo vimos en la parte primera.

Desde esta realidad se inicia una búsqueda del Misterio de Dios que, de alguna manera, nos ha tocado, o que anhelamos. A veces esta búsqueda aparece bajo otros ropajes: necesidad de sentido ante el sufrimiento, ante la propia frustración, etc. De la manera que sea, la persona insatisfecha busca un camino que la haga volver al hogar.

Desde el principio es necesario concretar una pedagogía elemental. La pregunta de los que quieren aprender oración contemplativa es muy directa: ¿cómo hacerlo? La respuesta ha de serlo también. Sigue leyendo «Pedagogía contemplativa II»

Textos monásticos de todos los tiempos: El combate espiritual idealizado

Los monjes de todos lo tiempos se han adentrado en la experiencia común del Misterio divino. Aun perteneciendo a distintas tradiciones religiosas, tienen muchas cosas que les asemejan. La totalidad de su entrega, el descubrir que sólo hay una cosa necesaria: Dios, y la pedagogía que les dispone a la experiencia sagrada, constituyen un universo familiar para todos ellos.

A partir de ahora os iremos presentando diversos textos de esta rica tradición monástica milenaria, no tanto para leerlos y olvidarlos, sino para rumiarlos en la soledad, pues de ella surgieron.

EL COMBATE ESPIRITUAL IDEALIZADO

Contemplemos… aquellos ejércitos espirituales… No acampan entre lanzas, como nuestros soldados…, ni armados de escudos y corazas. No. Desnudos los veréis de todo eso, y, sin embargo, llevando a cabo hazañas como no son capaces de cumplir los soldados imperiales con sus armas. Y si eres capaz de comprenderlos, ven, dame la mano y vamos los dos a esta guerra y veamos el orden de combate. Porque, sí, también éstos hacen diariamente la guerra, y pasan a cuchillo a sus contrarios, y vencen a todas las concupiscencias que a nosotros nos asedian. Allí las contemplarás derribadas por tierra, sin poder ni respirar. Allí se ve puesta por obra aquella sentencia del apóstol que dice: “Los que son de Cristo han crucificado su carne con todas sus pasiones y concupiscencias”.

¡Mira qué muchedumbre de cadáveres tendidos, atravesados por la espada del Espíritu!… ¡Mirad cuan espléndida victoria! El trofeo que todos los ejércitos de la tierra reunidos no son capaces de levantar, aquí lo levanta cada uno de los monjes, y derribado está ante ellos cuanto significa desvarío y locura, las palabras descompuestas, los vicios locos y molestos, el orgullo y cuanto de la embriaguez toma sus almas.

San Juan Crisóstomo, In Matth, hom. 70, 3-4

Textos monásticos de todos los tiempos: La renuncia permanente

Los monjes de todos lo tiempos se han adentrado en la experiencia común del Misterio divino. Aun perteneciendo a distintas tradiciones religiosas, tienen muchas cosas que les asemejan. La totalidad de su entrega, el descubrir que sólo hay una cosa necesaria: Dios, y la pedagogía que les dispone a la experiencia sagrada, constituyen un universo familiar para todos ellos.

A partir de ahora os iremos presentando diversos textos de esta rica tradición monástica milenaria, no tanto para leerlos y olvidarlos, sino para rumiarlos en la soledad, pues de ella surgieron.

LA RENUNCIA PERMANENTE

Podríamos situar nuestras celdas a orillas del Nilo, para tener el agua junto a nuestra puerta. Nos ahorraríamos así la fatiga de tener que transportarla sobre nuestros hombros a lo largo de cuatro millas. Ni se nos ocultan tampoco que en nuestro país existen lugares amenos donde la abundancia de los frutos, la belleza y feracidad de los huertos, nos proporcionarían, con el mínimo esfuerzo, lo necesario para nuestro sustento… Pero hemos despreciado y estimado en nada estas comodidades con todos los placeres del mundo y puesto nuestra afición en la aridez de este desierto. Preferimos a todos los deleites la pavorosa desnudez de esta soledad. Pues no vamos tras el lucro pasajero de este mundo, sino en pos de lo único que es eterno: los bienes del espíritu. Porque es bien poca cosa para el monje haber renunciado una vez, es decir, haber despreciado los bienes caducos en el principio de su conversión, si no sigue renunciando a ellos todos los días.

Casiano, Conlationes 24,2.

Textos monásticos de todos los tiempos: Qué es un monje

Los monjes de todos lo tiempos se han adentrado en la experiencia común del Misterio divino. Aun perteneciendo a distintas tradiciones religiosas, tienen muchas cosas que les asemejan. La totalidad de su entrega, el descubrir que sólo hay una cosa necesaria: Dios, y la pedagogía que les dispone a la experiencia sagrada, constituyen un universo familiar para todos ellos.

A partir de ahora os iremos presentando diversos textos de esta rica tradición monástica milenaria, no tanto para leerlos y olvidarlos, sino para rumiarlos en la soledad, pues de ella surgieron.

QUÉ ES UN MONJE

Debemos saber qué es un monje y por qué manera de vivir merece realmente este nombre. Vamos, pues, a hablar de ellos conforme a lo que Cristo nos ha enseñado.
Se le llama así en primer lugar, porque está solo, absteniéndose de mujer y habiendo renunciado interior y exteriormente al mundo. Exteriormente, es decir, a las cosas exteriores y mundanas; interiormente, es decir, a las representaciones de tales cosas, hasta el punto de no admitir jamás los pensamientos de los cuidados mundanos.

En segundo lugar, se le llama monje por cuanto invoca a Dios con oración incesante, a fin de purificar su espíritu de los numerosos e inoportunos pensamientos, y para que su espíritu llegue a ser monje en sí mismo, sólo delante del verdadero Dios, sin acoger jamás los pensamientos que provienen del mal; al contrario, se purifica enteramente como conviene y permanece puro ante Dios.

“Macario”, Homilías espirituales 56, 1

Textos monásticos de todos los tiempos: El deseo de Dios

Los monjes de todos lo tiempos se han adentrado en la experiencia común del Misterio divino. Aun perteneciendo a distintas tradiciones religiosas, tienen muchas cosas que les asemejan. La totalidad de su entrega, el descubrir que sólo hay una cosa necesaria: Dios, y la pedagogía que les dispone a la experiencia sagrada, constituyen un universo familiar para todos ellos.

A partir de ahora os iremos presentando diversos textos de esta rica tradición monástica milenaria, no tanto para leerlos y olvidarlos, sino para rumiarlos en la soledad, pues de ella surgieron.

EL DESEO DE DIOS

Suspiro por un solo don, me esfuerzo por alcanzar una sola gloria: la gloria del Reino de los cielos… Siempre que la belleza de Dios ha iluminado a los santos, ha dejado en ellos el aguijón de un deseo intolerable; tanto que, cansados de la vida presente, han exclamado: “ ¡Ay de mi, que mi destierro se ha prolongado! ¿Cuándo entraré a ver el rostros de Dios?”

San Basilio, Regulae fusius tractatae 2,1.