¿Cuándo vendrás a mí?

Dios bendiciendo el séptimo día, William Blake, acuarela, 1805

“¿Cuándo vendrás a mí? (Sal 100,2). Recogí del salmo este verso con esta pregunta tan sencilla y directa. Quería vivir mi oración a la luz de lo que interrogarme por ello me trajera. Sentí fuerte que Dios tenía que venir a mi vida, que no era una idea que yo tuviera en mi mente, una cosa que yo alcanzara acercándome a ella. Dios tenía que venir a mí. Era necesaria esa espera. El tiempo de la espera debería estar lleno del gozo que me traería su llegada. No era tiempo perdido. Era la ocasión de disponerme a ello  dejando crecer mi deseo. La pregunta no era duda, era anhelo. Con ello poco a poco fui descubriendo que mis falsas esperas, cerradas a mis intereses, por los que me parecía que Dios venía a mí, tenían que dar paso a esta espera abierta y anhelante, que no buscaba fijar día y hora sino ampliar el arco de esa espera a lo que no se queda en lo ya conocido y deja a Dios acercarse en la inmensidad de su ser. La oración se llenó de esa espera en la que Dios es esperado por lo que Él es, que como en su día me enseñó San Juan de la Cruz, es mío y para mí.

F. Brändle

Presencia

“Que te sostenga el Dios de Jesús”. En el camino de Israel se deseaban unos a otros ser sostenidos por el Dios de Jacob. El patriarca, los patriarcas, eran la referencia con la que encontrar al Dios de la Alianza. El único que podía salvar a su pueblo de los peligros. Nosotros desde la nueva condición frente a Dios que nos brinda el evangelio podemos confiar en Dios de modo nuevo, lo hacemos porque nos abrimos a su amor a través del evangelio. La enseñanza de Jesús nos abre el corazón para podernos desear el ser sostenidos por su Dios. Son muchos los momentos en que necesitamos sentir este apoyo, esta certeza de que el fundamento de nuestro vivir no está en seguridades que podamos darnos, sino en la fe que nos abre a una nueva forma de estar seguros: “nos sostiene el Dios de Jesús”. Su apoyo va más allá de nuestros cálculos. Va incluso más allá de la muerte. Para vivirlo necesitamos descubrir su presencia en el amor en que nos envuelve, en la paz que nos regala. Sintámoslo así, y deseémonos unos a otros que “nos sostenga el Dios de Jesús”.

F. Brändle

¿Dónde está Dios ahora?

Pregunta que desde siempre acompaña al ser humano, cuando éste se ve asediado por circunstancias adversas que le superan; claro ejemplo es esta pandemia que padecemos. La pregunta no es sólo pertinente y actual, sino además legítima. Pregunta quien busca. Quien no busca, no pregunta. Lo vemos en estos días en el relato evangélico en el que María Magdalena, porque busca a Jesús (aunque fuera su cadáver para honrarlo), pregunta al “hortelano” que si él se ha llevado el cuerpo de Jesús, le diga dónde lo ha puesto (cf. Jn20,15). Con una fe más grande o más pequeña, más o menos formada, es un hecho que quien pregunta por Dios es porque ya lo está buscando.

Quisiera comenzar diciendo dónde no vamos a encontrar a Dios.

Dios no está fuera del mundo, enviando pandemias para castigarnos. Vamos poco a poco. Dios no está fuera de lo que vivimos. Y conviene detenerse aquí. Es fácil caer en el error y en la tentación de pensar que a Dios no le afecta lo que nos ocurre, ya que Él está allá lejos, en el cielo, en un trono, y desde allí no sabe lo que nos sucede, no ve, no siente… ¡Ojo que este imaginario sobre Dios está más extendido de lo que parece! Seguir por esta línea nos puede llevar a negar el dogma de la encarnación del Hijo de Dios. Porque Dios se ha hecho hombre, la realidad, el mundo y cuanto en él ocurre, le interesa, le afecta, le preocupa. Insisto en que Dios ha asumido nuestra naturaleza y por eso no podemos separar a Dios de lo que él mismo ha asumido por su encarnación.

Sigue sin responder la pregunta que titula este texto, pero me parecía necesario confrontar esa imagen de Dios que lo coloca de espaldas a sus hijos e hijas. Esas concepciones deístas hacen mucho daño.

Dicho que Dios no está fuera del mundo, sino en él, quiero ahora detenerme en que no está enviando castigos, léase coronavirus. Quizás a algún lector o lectora, le pueda sorprender esto que digo. Si lo refiero, es porque en estos días de pandemia he podido ver cómo sacerdotes y obispos (pocos afortunadamente), han afirmado, de distintas formas, que el covid19 es un castigo de Dios. ¿En que se basan para hacer semejante declaración? En que hemos abandonado a Dios para adorar a la naturaleza (esto lo dicen los contrarios al sínodo de la Amazonía), en que recibimos la comunión en la mano y no en la boca, en que apenas frecuentamos el sacramento de la confesión, la adoración del Santísimo…

Lo que hay de fondo, querido lector, es un cristiano frustrado que, como su voluntad (no la de Dios) sino la suya, no impera, manipula los hechos dándoles la vuelta. Me pregunto qué han entendido del Evangelio, pues parece que se han quedado en el dios veterotestamentario, vengativo y vengador. Y no, no soy marcionita[1]; pero como sabemos, el nuevo testamento ha superado el antiguo, y éste ha de ser interpretado a luz de aquél.


[1] Herejía del s.II que, entre otras cosas, negaba el AT como Palabra de Dios.

Entonces, en las afirmaciones de estas personas que categóricamente afirman que el covid es un castigo de Dios, ¿dónde queda la revelación que Jesús, hijo de Dios, hace del Padre? Amor, misericordia, cuidado, desvelo, entrañas de madre… Me temo que deberían de volver a estudiar teología, no la de ellos, sino la que enseña la Iglesia.

Semejantes afirmaciones sobre la ira de Dios, gratuitas y falsas, hacen daño. Por un lado, confunden a quien pudiera no tener una suficiente formación religiosa. Por otro, arrojan sobre la Iglesia algo dañino: la imagen de que los cristianos seguimos a un dios macabro y sangriento. Esto, sin duda, genera rechazo, pues, ¿quién va a confiar en un dios así? Les pido a quienes de esta forma hablan que se callen, que revisen su teología, su concepción de Dios, su misma oración, y que escuchen, no a mí, sino a Dios, al verdadero, al revelado por Jesucristo.

¿Dónde está Dios?, era la pregunta. Quisiera acercarme a la respuesta, a partir de una historia real, por la autoridad moral que tiene, pues creo que, a la cuestión de Dios y el sufrimiento humano, no podemos dar una respuesta de libro, aséptica, desencarnada y, por lo tanto, vacía.

Elie Wiesel, premio Nobel de la paz en 1986 y fallecido en 2016, fue uno de los supervivientes del exterminio nazi. Este judío, de origen húngaro, a la edad de 15 años fue trasladado al campo de concentración de Auschwitz, junto con su familia. Allí murieron su madre y su hermana pequeña, y lograron sobrevivir sus dos hermanas mayores. Elie y su padre, fueron luego trasladados al campo de Buchenwald, donde el padre de Elie falleció poco antes de la liberación en abril de 1945.

En su trilogía, “La noche”, “El alba” y “El día” (1956-1961), Elie recoge algunos de los horrendos padecimientos en los campos de concentración. En un pasaje en particular, cuenta que, un día, regresando del trabajo al campo de Auschwitz, vieron en el patio a tres compañeros encadenados que iban a ser ahorcados. Uno de ellos, era un niño. Nada más entrar, el conjunto de prisioneros fue colocado para que presenciaran “bien” semejante ejecución. Momentos antes de ser ajusticiados, los dos adultos gritaron “viva la libertad”. El pequeño, en cambio, permaneció callado. Y, en ese instante, alguien que estaba detrás de Elie preguntó: “¿Dónde está el buen Dios?, ¿dónde está?”.

Seguidamente se les retiró las sillas sobre las que hacían pie el niño y los dos adultos. Recuerda Elie que, así como los mayores fallecieron pronto, el niño aún tardó media hora, luchando por su vida, hasta que, asfixiado, murió.

Elie volvió a escuchar la misma pregunta: “¿Dónde está Dios?”. “Sentí”, dice Elie, “una voz que, saliendo de mí, respondía”: “¿Dónde está? Ahí está, está colgado ahí, de esa horca…“.

Dios está siempre con y en la persona que sufre. Hemos visto la respuesta que da Elie Wiesel, pero es que lo dice el propio Jesús: “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,31-46). Dios se identifica con el que sufre. ¿Dónde está Dios? Está en quien padece. También ahora, a causa del covid.

Obtenida esta respuesta alguien podría reprocharme que la contestación resulta insatisfactoria. Claro que sí. No lo voy a negar. Todos y cada uno de nosotros preferiría que el sufrimiento desapareciera de nuestra vida, de nuestro alrededor. Y sin embargo, no es así.

Pero eso ya es una segunda pregunta, distinta de la primera, y que no conviene confundir: ¿por qué existe el mal? Cuestión que, desde siempre el ser humano ha buscado responder. La teodicea se ocupa de ello: de intentar acercarse a la respuesta de la existencia del mal en el mundo. Yo, desde la honestidad y la humildad, sólo he pretendido decir donde está Dios, ciertamente, ahora y siempre.

P. Juan Carlos