Nuestro destierro es una vida en medio de las vanidades del propio yo

Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el silencio creador de este valle de Las Batuecas.

            Uno de los salmos más recitados y conocidos es el que habla del destierro de Babilonia: “Al ir iban llorando, llevando las semillas”, al volver vienen cantando trayendo las gavillas” (Sal 125,5); pero yo me preguntaba, después de haberlo recitado al comenzar la oración silenciosa que solemos tener después de Vísperas en nuestro monasterio: ¿a dónde voy yo llorando, llevando semilla?.

Se me encendió de nuevo una luz con la que dar vida al salmo, vengo llorando, trayendo mi semilla a este momento orante, para que en el campo que es la vivencia de Dios en mi vida se vaya transformando en  gavilla frondosa, que de traer cantando a mi propia vida, porque eso es lo que ha de ser mi vida cuando, desde el trato con Dios cercano, y amigo, que debe ser mi oración, se vea fecunda y llena de amor.

Nuestro destierro es una vida en medio de las vanidades del propio yo, de la autosatisfacción, de la autosuficiencia, que necesita ser cambiada por nuestro Dios, el de nuestro Señor Jesucristo, que cambió la suerte de Sión.

Fray Francisco Brändle

¿Qué ganas con mi muerte?

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            Sin duda que la audacia o confianza con Dios que muestra Santa Teresa la pudo aprender bien en los salmos, que ella leía y oraba con tanta devoción. Esa confianza, que parece audacia o atrevimiento me pareció verla al leer lo que se ora en el salmo 29,9, ¿qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la fosa?. No sé lo que el salmista recibiría como respuesta, lo que a mí me ocurrió al  hacerla mía, fue algo muy simple: Me encontré con que se me vino a decir: ¿pero, es que crees que yo puedo pensar en ganar algo con tu muerte?, ¿crees que voy a dejarte bajar a la fosa? Con lo que quedé confundido.

Me resultó claro que Dios es un Dios de vivos, y nada gana con que el hombre muera, es más, no le dejará caer en ella. ¿Cómo es posible vivir en el temor servil sabiendo que Él nos sostendrá siempre?. Me sentí desbordado, confundido, lleno de una inmensa paz, que me descubría que el gran orante Jesús, vivió así su muerte.

Dios – Padre, estaba con Él, y nada ganaba con ella, no le podía exigir ese sacrificio, sino que juntos mostraban al hombre, que el Dios vivo, el Dios de los vivos, se entregaba por amor a aquella muerte en la que de modo último y definitivo el Dios que es amor se lo mostraba al hombre, poniéndose en sus manos, humillándose, pues es la suma Humildad, hasta ser de este modo mío y para mí, entregado por amor. Era la forma más sublime de decirlo, que perdonaba, que aseguraba a los pecadores la entrada en el Reino de los cielos.

Fray Francisco Brändle

Señor, Tú me sondeas y me conoces

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            Siempre he leído con asombro y devoción el salmo 138. “Señor, Tú me sondeas y me conoces”. Pero en esta ocasión que quiero evocar aquí, el salmo se me volvió mucho más luminoso. Si es verdad que se hace alusión al ser tejido en el seno materno, me parecía que era algo grandioso, pero que reducía mi persona, si no me abría a un significado mayor, a un buen organismo, lleno de complejidad, pero sin esa dimensión abierta a una realización más allá de la meramente biológica.       

Había ya escuchado, y admirado, el sentir a Dios como un seno materno donde ya no mi organismo, sino todo mi ser se iba formando, ahora leyendo el salmo se me confirmó lo intuido. Sí, el conoce mis pensamientos, pero lo que es más, distingue “mi camino y mi descanso”. Creo comprender bien, si en estas palabras descubro que Dios sabe de mi caminar en este mundo, pero sabe también a donde me conduce, a ese descanso, que es la plenitud de mi vida. Algo que yo tengo que poner en Él.

Ese saber de Dios, ese tejerme en su seno, lejos de hacerme inhábil, incapaz, me hace totalmente disponible a su proyecto, sentirme seguro de que mi vida está llena de sentido, aunque a mí no siempre me es dado y fácil el descubrirlo, sólo la confianza de que Él distingue mi camino y mi descanso me hace vivir en paz.

Fray Francisco Brändle

La ofrenda al amor misericordioso

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            Sigo compartiendo lo mucho que para la oración me ayuda alguna frase de un salmo. Se constituye en ese canon que repetido me mantiene en atención amorosa, que me abre a esa noticia, comunicación de Dios, general y oscura, pero llena de la vida de Amor que es Dios. Oraba el salmista por el rey, suplicando a Dios que se acordara de sus ofrendas y le agradaran sus sacrificios (Cfr. Sal 19), me lo quise aplicar a mi vida, y no encontraba modo de encajarlo. Me parecía presuntuoso presumir de poder ofrecer algo a Dios, o presentarle sacrificios de su agrado. Por un momento prensé que poco me iba a ayudar ese canon, hasta que vino a mi memoria la experiencia de Teresa del Niño Jesús, ¿qué sacrificios podríamos hacer?, ¿qué ofrendas ofrecer a un Dios que se presente como exigencia para el hombre? Ninguno le bastaría.

Pero la ofrenda al amor misericordioso, sin dar más vuelta, es la que siempre podemos hacer, que exige el sacrificio de una vida, vivida en amor como respuesta. Se me hizo la luz, y pude vivir mi oración envuelto en ese amor misericordioso al que poder ofrecerle una vida que quiere traducirse en experiencia de amor entregado. Entregado en la cotidianeidad de actos muy sencillos, los que me ofrece el quehacer de cada día, o entregado en la aceptación de lo que se me va dando a través de quienes me rodean, sea del signo que sea, agradable o penoso.

Fray Francisco Brändle

Yo siempre estaré contigo

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            Me identifico en muchas ocasiones con los sentimientos del salmista. Me parece que sus sentimientos, leídos a la luz de la revelación en Cristo, se transforman en una visión tan positiva de la historia y la naturaleza que su lectura se hace fuente de esperanza, incluso en las situaciones más adversas. Así lo descubrí al leer el salmo 72. Es fácil que sintamos la gran tentación de envidiar a quienes parecen disfrutar de una vida llena de éxitos, incluso su arrogancia puede llegar hasta atreverse con el cielo. Nos puede seguir creciendo la tentación del desánimo, que para nada vale mantener limpio el corazón.

Pero el salmista me ayuda a reflexionar, obrar de esa forma me haría renegar de la estirpe de los hijos que nacen de la fe y del espíritu. La dura situación en que se puede encontrar el salmista le lleva a pensar que aquellos que aborrecen a Dios, serán de El aborrecidos. Mira su situación y cambia de perspectiva. El versículo no tiene desperdicio: “Yo siempre estaré contigo, tú agarras mi mano derecha, me guías según tus planes y me llevas a un destino glorioso” Lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor nuestro refugio.

Confieso que la lección del salmista es hermosa, no se alcanza tan fácil ese desprendimiento de uno, y esa confianza tan plena, pero es sin duda la meta a la que debemos aspirar.

Fray Francisco Brändle