Señor, yo soy tu siervo

“Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas” (Sal 115,5). Me impresionó la doble dimensión que presenta el salmo, la esclavitud y la libertad. El sentirse siervo y el sentirse libre. Me abrí a esta doble experiencia, y fui descubriendo que la esclavitud que podía vivir frente a Dios era liberadora. De quien hacer depender mi vida, sino de Dios, fuente amor liberador. Al mismo tiempo entendía que Dios me quitaba mis propias cadenas a las que yo me ataba, y que sólo Dios podía romper. Ahora entendía bien que había que llegar a esa dependencia tan fuerte de Dios que nada fuera de Él me pudiera sostener. Sí, mi naturaleza humana no se entiende sino desde Dios, por eso era hijo de su esclava. Pero al mismo tiempo nadie me libraba de mí condición cerrada, atada, sino era el mismo Dios. Al ir orando me fui sumergiendo en este doble sentimiento. Desee vivir en esa esclavitud liberadora, y en esa libertad alcanzada por gracia.

F. Brändle

Bien con libertad se ha de andar en este camino

Una de las joyas más preciosas del magisterio teresiano es, sin duda, su doctrina sobre la libertad. Santa Teresa utiliza esta palabra con más de un significado, pero aquí nos detenemos en lo que la Santa llama “libertad de espíritu”. El lector atento de los escritos teresianos percibirá la importancia que concede la autora al hecho de “andar en libertad en este camino”.

Teresa se queja muchas veces por verse culturalmente tullida en su condición de mujer. Muy representativas son sus palabras en las Sextas Moradas que nos parece justo transcribir: “Por otra parte, se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios; y si es mujer, se aflige del atamiento que le hace su natural porque no puede hacer esto, y ha gran envidia a los que tienen libertad para dar voces, publicando quién es este gran Dios de las Caballerías” (6M 6,3).

Entretanto, Teresa no reduce la lucha por la libertad a una cuestión social y cultural, sabe que esta cuestión tiene raíces más hondas. Para ella, la libertad es un valor inestimable, pero no es algo que se deba buscar en sí misma, es una libertad “para”. Buscarla en sí misma nos llevaría a ser esclavos de ella. Por esto es una libertad para algo mayor, como: colocar en las manos de Dios (V 22,2); “llegar almas a Dios” (V 30,21); hacer lo que el Señor pide (V 33,11); “tratar cosas de su alma” (CV 5,4); decir mi parecer (Ct 24,11), “dar voces, publicando quién es este gran Dios” (6M 6,3). La libertad teresiana es una condición imprescindible para amar y servir a Dios plenamente.

En la doctrina teresiana la libertad está ligada al desasimiento de todo lo creado. Cuando en el libro Camino de Perfección habla extensamente sobre el desasimiento (CV 9-13), evidencia que el más difícil es el desasimiento de sí mismo (CV 10,1). Quizá la libertad auténtica es aquella que nos libra de nosotros mismos, o sea, de nuestras tendencias egoístas y mezquinas. En este sentido se opone al concepto moderno que identifica la libertad con el hedonismo (el máximo de placer y el mínimo de dolor). Así Teresa, en su libertad de espíritu, exclama con mucho acierto: “Sea el Señor alabado, que me libró de mí” (V 23,1).

Fray Emmanuel María, ocd