No juzguéis

Último Juicio, Michelangelo, 1541, Capilla Sixtina

“No juzguéis y no seréis juzgados”, (Mt 7,1): Otra de las enseñanzas de Jesús que nos parece imposible llegar a cumplir. Al menos yo así lo percibía desde mí y escuchando a los demás. Por otro lado pensaba que Jesús no vino a imponer una forma de vida para “superhombres” que son capaces de hacer lo imposible. El ejemplo con el que concluye su mandamiento me iluminó su sentido. ¿Qué viga tengo en mi ojo, que me impide ayudar a mi hermano?: Mi forma de entender la vida. No llego a descubrir como Jesús que no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo (Jn 3,17). Sólo con la confianza que Jesús me enseña a tener en el Padre, que también a mí me envía a salvar al mundo, podré acercarme al hermano con verdadero talante salvador. Sólo así podré dejar de ser juez de nadie y sí salvador de todos. El cambio es radical, ciertamente, pero no un radicalismo devastador, sino totalmente creador de una nueva sociedad, de un orden nuevo, basado en el Dios que salva, y salva entregándose, no exigiendo. Que salva siendo principio de vida y no de muerte. Nuestra fe cristiana nos ofrece la posibilidad de ofrecer a los demás este testimonio. Nuestra iglesia, hoy más que nunca, tiene que ser ese signo de salvación, que hace a todos los hombres hermanos, y los lleva a la verdadera comunión, que nace de la comunión con Dios. No olvidemos que eso es la iglesia sacramento de la unión del hombre con Dios y de los hombres entre sí (LG 1).

Francisco Brändle