
“No daré sueño a mis ojos… hasta que encuentre un lugar para el Señor” (Sal 31,2.5). Escogí y junté para mi oración estos dos versículos del salmo. Me quedé con ellos, descartando otros, que forman un todo y que darían pie para una meditación en torno a la conducta de David, porque tuve la intuición de que algo se me iba a dar a entender que a simple vista no entendía. Como siempre traté de que mi oración fuera una sencilla mirada amorosa, con estos versos de fondo. Así se me descubrió, sin pensarlo, una forma de asimilarlos muy sencilla y cercana. No se trataba de traducirlos en un mandato, una obligación, sino de caer en la cuenta de que antes de quedarme dormido tendría muy en cuenta que lugar iba a ocupar el Señor en mi vida, que lo que me esperaba como tarea no oscureciese esa presencia luminosa de Dios que a todo debe alcanzar, y esto de modo ordinario, sin esperanzas utópicas, sino con la sencilla confianza de que el deseo de colocarlo en el centro de mi actividad se haría posible, porque en estos momentos antes de dar sueño a mis ojos, así lo quería.
F. Brändle