EPIFANIA

Toro, Zamora, iglesia de San Sebastián de los Caballeros.

Epifanía (h. 1330), pintura mural de Teresa Díez

También nosotros venimos a adorarte, oh Cristo, en esta regia Epifanía que nos reúne hoy a tus pies a todas las naciones. Nosotros seguimos la huella de los Magos; porque  hemos visto también la estrella y hemos acudido. ¡Gloria a Ti, Rey Nuestro!, a Ti que dices en el cántico de David: “He sido entronizado rey sobre Sión, sobre el monte Santo, para anunciar la ley del Señor. El Señor me dijo que me daría los pueblos por herencia, y un imperio hasta los confines de la tierra. Comprended, pues, ahora ¡oh reyes! ¡Enteraos los que gobernáis el mundo”! (salmo II)

Pronto dirás, oh Emmanuel por tu propia boca: “Todo poder me ha sido dado en el Cielo y en la Tierra”. Hoy vemos despuntar la aurora de este día maravilloso; tus conquistas comienzan hoy; ¡Oh rey de los siglos! Desde el Oriente llamas a las primicias de la gentilidad que tenías abandonada, y en adelante va a formar parte de tu herencia. Durante muchos siglos la raza de Abrahán fue tu predilecta; en adelante lo seremos nosotros los gentiles; Israel fue sólo un pueblo, y nosotros en cambio somos numerosos como la arena del mar y cómo las estrellas del cielo. Israel vivió bajo la ley del temor; la ley del amor fue reservada para nosotros.

Dom Guéranger, El año litúrgico

NAVIDAD EN EL CORAZÓN

Hay un tercer santuario donde se ha realizado esta noche el nacimiento del Hijo Divino de María. Este tercer templo está a nuestro lado; está dentro de nosotros: es nuestro propio corazón. Nuestro corazón es el Belén que Jesús quiere visitar, en el que desea nacer para morar allí y crecer hasta llegar al hombre perfecto, como dice el apóstol (Ef 4,13). Si desciende hasta el establo de la ciudad de David, es sólo para poder llegar con mayor seguridad hasta nuestro corazón, al que amó con amor eterno hasta el extremo de descender del cielo para venir a habitar en él. El seno de María le llevó nueve meses; en nuestro corazón quiere vivir eternamente.

 

¡Oh corazón del cristiano, Belén viviente, alégrate! Tú no puedes ofrecerle las puras y maternales caricias de María, ni los cariñosos cuidados de José; preséntale las adoraciones y el amor sencillo de los pastores.

 

Lucha para conservar dentro de ti mismo esta amorosa presencia; lucha para llegar a la feliz consumación que te hará una sola cosa con Él, en la eternidad. ¡Oh Belén viviente! Repite sin cesar esta dulce frase de la Esposa: Ven, Señor Jesús, ven.

Dom Próspero Gueranger

 

La prudente espera

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Por Fr. Ramón de la Cruz ocd

Ser persona es esperar. No seríamos seres humanos sin esperanza, sin la capacidad de estar abiertos a experiencias y valores aún no alcanzados. Pero admitir esto significa también reconocer que somos incompletos; algo nos falta. Es desde esta pobreza íntima desde donde esperamos ser completados, ella es la base de nuestra esperanza, y ella supone tanto un abrirse a lo que sale a nuestro encuentro, como a una tarea que hemos de realizar.

La vigilancia
Las vírgenes prudentes representan esta doble dimensión de la esperanza. Ellas han sido invitadas a un banquete, y esto es un gran honor que se les hace. Pero la llamada conlleva una disposición: han de venir preparadas, y para ello han de ser solícitas. La atención será un elemento fundamental en la preparación de las jóvenes doncellas. Es la misma disposición que la del vigía en la noche. Él está atento, siempre vigilante. La vigilancia en las vírgenes que se acercan a las puertas del banquete está representada por el aceite. De ella surgirá la llama que las permita reconocer y ser reconocidas. Al fin y al cabo, la espera no es de otra cosa sino del amor; ella termina con un encuentro.

Esperar incluso durmiendo
En la parábola se da un dato aparentemente contradictorio: Tanto las vírgenes que han estado atentas en llevar el aceite como las que no, se han dormido. Pudiera pensarse que todas son negligentes en la espera. Sin embargo, el hecho de poseer el aceite, en la parábola, es suficiente para entender que las que la tienen, mantienen una disposición íntima que permanece durante el sueño. Es como cuando aguardamos algo valioso, aunque durmamos, algo en nosotros está siempre en vela. Pues bien, el aceite representa esta actitud imperceptible y escondida, pero alerta.

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