Para adentrarnos en la espesura de la vida de oración a quien primero tenemos que tener presente es a Cristo. Según nuestro estado de ánimo podemos traerlo a nuestro pensamiento: atado a la columna, cargado con la cruz o resucitado. Todo depende de cómo nos encontremos.
En este tiempo pascual Teresa nos invita a que contemplemos la hermosura de Cristo resucitado. Él es el centro de nuestra vida, ante Él ponemos nuestras ilusiones, esperanzas, trabajos, logros, alegrías, etc. porque es el manantial divino de donde nace la vida. Dejemos que la Santa de Ávila nos lleve al Resucitado:
“Si estáis alegre, miradlo resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y a sí con él. Pues ¿es mucho que a quien tanto os da volváis una vez los ojos a mirarle?” (Camino de perfección 26, 4).
Con estas palabras Teresa pretende, desea y añora que nos imbuyamos en el gran don y regalo de Dios que es la oración. En este caso nos habla del recogimiento. Tenemos que quedarnos “a solas con Él solo”, es decir, dejar todo aquello que no nos lleva a Dios para centrarnos en sólo Él. Para hacérnoslo más fácil nos da unas pautas a seguir:
Vivir y notar la presencia: tenemos que tener muy presente a Cristo en nuestras vidas; hemos de representarlo en nuestro interior para dejarnos enseñar por Él cómo hemos de conocerle, amarle y darnos del todo a su Divina Majestad. La oración no es cosa de uno sólo, sino de dos.
Mirar a Cristo: en un primer momento Teresa nos invita a poner los ojos en Cristo, sólo desea una cosa: “no os pido más de que le miréis”. Mirar a Cristo y dejarnos mirar por Él para después pasar a una mirada interior, transformante, purificadora y sanadora.
Escuchar a Cristo: no solamente tenemos que hablar a Cristo, sino que debemos quedar en silencio para que Él nos pueda hablar. Si no le dejamos entrar para que nos comunique su amor no haremos nada. Bien sabemos que la amistad si no se cuida con el trato y el diálogo poco a poco se enfría hasta perderse en la distancia.
Acostumbrarse: no es algo que se consiga de una día para otro; hacen falta días y horas en las que “estemos a solas con Aquel que sabemos nos ama”. Por eso juega aquí un papel muy importante la humildad que nos hace reconocer que no es algo que nos ganemos nosotros a pulso, sino que debemos esperar que nos venga dado de la generosa mano de Dios que se hace presente en nuestras vidas a través de Cristo Resucitado.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Fr. Rafael Pascual Elías OCD