Al Señor me acojo

“Al Señor me acojo…, el Señor está en su templo santo” (Sal 10,1.4). Al comenzar mi oración, con el deseo de acogerme al Señor y vivir esos momentos, rápido me vino otro versículo: “El Señor está en su templo santo”. Sí, estaba en nuestra iglesia, donde oramos junto con los huéspedes que nos acompañan, pero no era eso lo que me parecía confirmar este versículo. Comencé a sentir que mi comunidad orando, era para mí el lugar donde se hacía presente el Señor, para poder acogerme a Él. No siempre es fácil dejar de hacer la oración desde uno mismo, y sentir que se ora junto con los demás. En esta ocasión se me hizo claro, si quería acogerme al Señor, era sintiendo que su presencia inundaba la vida de todos mis hermanos que oraban conmigo. Así pude entender lo hermoso que es el hecho de orar juntos en un lugar y ofrecer ese signo como expresión de lo que es la presencia del Señor en su templo santo.

F. Brändle

Escapa como un pájaro al monte

Foto: Steffen Egly

“Al Señor me acojo. ¿Por qué me decís: “Escapa como un pájaro al monte”? (Sal 10,1). Me preguntaba con el salmista que podría significar: Escapa como un pájaro al monte. Porque sin duda sería una alternativa al acogerse al Señor. Quise abrirme en mi oración a este interrogante para ver su sentido estando ante esa presencia amorosa de Dios. Fui cayendo en la cuenta que en el peligro había que llegar a confiar plenamente en el Señor, no basta con contar con Él como una salida más para salvarme de la situación. La tentación mayor que amenazaba mi confianza plena no era otra que la de confiar en mis propias fuerzas. Sentirme capaz de volar sobre todo y escapar al monte de mis capacidades. Es fácil que apoyándome en ellas me defendiera con violencia, intentaría caminos de enfrentamiento con los que vencer a mi enemigo. La confianza plena para apoyarme en el Señor estaba en mi corazón pobre y humilde, lo que no quiere decir apocado y cobarde.  La victoria sobre el enemigo no me la daría mi autosuficiencia, sino mi confianza puesta en el Señor. Era una forma de llegar a ser auténtico nacida en la misma prueba. Si quería acogerme al Señor debería desoír las voces tentadoras que me impidieran hacerlo con verdad porque seguía confiando en mis fuerzas.

F. Brändle

El Señor es Justo

“El Señor es justo y ama la justicia” (Sal 10,7). Este verso del salmo, de los últimos es el que vino a mi memoria en el momento de iniciar la oración. Era de los últimos versos, cuando he podido volver a ver su contexto, he descubierto que era claramente un contexto veterotestamentario, y a mí el verso repetido en mi oración me abría las puertas a una visión totalmente evangélica de salvación. Así, se me fue descubriendo, porque al preguntarme cómo interpretar que Dios era justo, intuí que habría que repetir lo que dice San Juan en su carta acerca del amor. Dios es amor y hemos conocido el amor no en que nosotros le hayamos amado primero, sino en que Él nos amó. Dios es justo, lo sé porque él me ha mostrado como ser justo, con su actuación a través de su Hijo entregado por mí. Su entrega ha revelado el mayor acto de justicia, el que puede salvar a todos los hombres, porque el ama la justicia. Dios me salva y por lo mismo me declara justo no porque me libra de mis faltas y pecados, sino porque me abre las puertas de un modo nuevo de acercarme a él, que es según Pablo, la fe, pero que encierra toda una vida teologal que encierra la esperanza y la caridad. Vivir teologalmente es la consecuencia de haber descubierto al Dios justo, y conocido que ama la justicia, la salvación para los hombres. Cierto que después leyendo el salmo he podido constatar la evolución del antiguo al nuevo testamento, del Dios que se alcanza sin alcanzar por una justicia humana, y por lo mismo limitada, al Dios que es justo porque me salva. La consecuencia es clara, seré justo y mi conducta de cara a los demás será abrir este camino de la justicia a todos. Si Dios es justo nosotros hemos de serlo. Eso no se puede mostrar sino en mi conducta, que ya no busca la justificación por las obras sino por la entrega amorosa y llena de justicia a los demás.

F. Brändle

El mirar de Dios es amar

Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el silencio creador de este valle de Las Batuecas.

Hoy me he vuelto a sorprender en la oración con algo que ha llenado mi vida de paz y consuelo.  Cuando quería descartar de mi memoria lo que leía en el salmo 10, que habíamos recitado en la oración de vísperas, que no era otra cosa que lo que de alguna otra forma me habían enseñado de niño: “El Señor tiene su trono en el cielo, su ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres”. Había que tener un cierto miedo de Dios porque Él lo veía todo, nada podías ocultarle, por tanto había que actuar bien, porque si actuabas mal, aunque nadie lo viera, Dios sí, y por supuesto era para juzgar tu mala acción y castigarte, al menos así yo lo entendía.

Pues bien, que distinto fue en la oración esta tarde, que me viera Dios, que lo observa todo, no me asustaba, al contrario me llenaba de consuelo saber que no le podía dejar indiferente mi existencia, pero aún más me llenó de alegría saber que sus pupilas examinan a los hombres, porque comprendí, que esas pupilas, las niñas de sus ojos, me miraban llenas de ternura, para examinarme, que es purificarme, permitirme superar mis caídas, mi debilidad, y sentir su apoyo.

Esto, tengo que reconocerlo, me vino de la mano de San Juan de la Cruz, “el mirar de Dios es amar”, “cuando Tú me mirabas su gracia en mí tus ojos imprimían” y la noticia, general, amorosa, volvió a envolver mi oración.

Fray Francisco Brandle