Quién como el Señor Dios nuestro

En la Nochebuena, ante el misterio inefable de la Navidad os comparto estas palabras nacidas de un momento de encuentro con el Señor: “¿Quién como el Señor Dios nuestro…?” (Sal 112,5). La pregunta no me llevó a buscar comparaciones. En el silencio de la oración y abierto al misterio de la presencia amorosa de Dios, sólo descubría la incomparable dimensión de nuestro Dios. No es más grande que…, es la inmensidad, que se eleva sobre todo, como me lo recordaba el salmo.  Y al mismo tiempo no es menos que… es la infinita pequeñez del que se abaja. Y envuelto en este misterio de grandeza y pequeñez vine a descubrir que es aquí donde se hace posible el misterio de la Encarnación y la celebración de la Navidad como Misterio. Sí, esa es la manera de acercarnos a Dios, no haciéndole comparable a nada en su grandeza o su pequeñez, sino dejándonos inundar por ello. Es el modo de adentrarnos en la Navidad, con esa visión del místico San Juan de la Cruz, que ha cantado el llanto del hombre en Dios, en un abajarse incomparable, sin olvidar cuánto el Padre valía, y poder ser abrazados en su amor, que su Hijo nos trae, porque en su abajamiento hace posible el “reclinarnos en su brazo, abrasarnos en su amor y así  legar a decirle al Padre:  “con eterno deleite tu bondad sublimaría”, haciendo posible al hombre saborear una grandeza sin límites.

F. Brändle

Levanta del polvo al desvalido

Cristo levantando la madre de Pedro, Rembrandt,1650 plumilla.
Colección Frick, Nueva York

“Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre” (Sal 112,7). El Señor al que todos los pueblos alaban se identifica con aquel que levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre. Con este pensamiento me adentré en la oración. Se me fue desvelando el misterio que encierran estos versos como el modo y la forma más adecuada de experimentar a Dios. Sentirle tan cercano como para levantarte, y al mismo tiempo tan a tu lado que nada le importa el polvo o la basura en la que puedas encontrarte. Lo que importa es dejarte alzar por él, levantar. El salmo prosigue, “para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo” (v.8). La imagen de hacer al que yace en el polvo, o en la basura, príncipe me hacía sentir que no se trataba de un mero gesto de benevolencia para sacarte de una situación deplorable, sino de llevarte a aquella condición en la que sentirte elegido, llamado a vivir una vida totalmente distinta, en unas nuevas condiciones. La experiencia que brotaba de estos versos era la que me llevaba a descubrir a Dios tan cercano, que pudiera descubrirle a mi lado, pero al mismo tiempo tan deseoso de darme algo totalmente nuevo, que desbordase todas mis expectativas. El sentarme entre príncipes venía a descubrirme una nueva forma de vida que tendría que acoger desde mi pobreza.

F. Brandle

Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre

“Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre” (Sal 112,2). Este versículo tan conocido del salmo 112, me ha llenado de luz y amor en esta tarde del sábado que lo hemos orado en el rezo de vísperas. Bendito, bendecido. Me parecía que el mismo Dios me hacía vivir su presencia de ese modo pasivo, siendo mi vida la que se constituía en el espacio en el que era bendecido. No se trataba de que desde mi oración buscara yo  bendecirlo. Era Él quien dejándole se bendecía en mi vida, puesta ante Él. Por eso entendí también que estaba sucediendo, “ahora”, que en mi oración silenciosa acogía su Palabra, pero que eso era ya vivir lo que había de ser “siempre”. Nuestras vidas serán “siempre”, en la dimensión eterna de nuestro vivir, bendición de Dios. El versículo cobraba todo su sentido. Entendí mejor por qué la iglesia lo repite en algunas ocasiones antes de hacer descender la bendición de Dios, sobre los fieles.

F. Brändle

Meta

“De la salida del sol hasta el ocaso, alabado sea el nombre del Señor” (Sal 112). Sabía que esta manera de expresarse del salmista hacía alusión a la totalidad de la tierra. Su visión pasaba por esa concepción de una tierra plana. Al repetir una y otra vez este pensamiento, pasé del pensamiento del salmista, a una consideración más honda que me acercó a la celebración de la Ascensión. En ella “toda la tierra”, no es ya la visión cósmica, sensible, que abarca los pueblos que habitan nuestra tierra de un extremo a otro, sino la totalidad de la creación, que asumida en Cristo llegará a su plenitud. Desde el comienzo de la creación hasta este momento de plenitud, es el hoy, el ahora de la historia que vivimos. Y seguí dejando que el Espíritu me metiera en la hondura de la frase, la salida del sol, es ese comienzo en que todo despierta las cosas se van llenando de luz y amor, que será la razón de su ser y su vida, y así durante el hoy de cada día, de la historia, pero lo más hermoso se nos revela al final. Sí, al final, ese amor lo examinará todo, lo purificará, lo asumirá, como se asumió el cuerpo de Cristo resucitado, en esa vida de amor, a la derecha del Padre. La creación, que despertó al comienzo del día, pasado éste se convertirá en plena alabanza del Señor, porque el sol en su ocaso lo purificará todo. Bello es asociar este pensamiento, al ser examinados a la tarde la vida en el amor, mejor, por el amor, que hará posible, como lo  hace el sol de la tarde que todas las cosas se vean limpias, sin defectos, totalmente envueltas en la luz del ocaso que ya es sólo luz, sólo amor. Esa es nuestra meta. Es lo que nos recuerda la fiesta que celebramos: La Ascensión del Señor, que nos anticipa ese final gozoso.

F.Brändle

Dios mío, confío en tí

Cada domingo en la noche, cuando rezamos el Salmo 90, repito siempre con fuerza,  obedeciendo al salmista: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en tí”, Para escuchar después con devoción todos los beneficios que se derivan de este grito de confianza, entre ellos está: no temerás la peste que se desliza en las tinieblas, recordándome estos momentos que vivimos amenazados por el coronavirus.

Heinrich Hoffan, 1893 grabado

            Más allá de lo que significa el verse libre de este peligroso virus, pues me siento solidarizado con todos los que lo padecen, lo que sí me ha traído esta situación es descubrir que todas estas amenazas están por debajo, que se deslizan en la tiniebla, pero que el Señor está velando sobre todos los “pueblos”, porque esta por encima de todos ellos (Sal 112). Esta tarde orando con este salmo, podía descubrir que su luz ilumina ahora con fuerza sobre todo, pues los cielos, su morada, están en lo más alto de las miras de los hombres, que han vuelto a renacer en estos momentos de crisis. Sí, su gloria sobre los cielos, su luz sobre esta Humanidad amenazada, que vuelve a descubrir que sólo en la solidaridad y la comunión se encuentran los caminos de salvación.

En nuestro monasterio, siguiendo las indicaciones recibidas de las autoridades no recibiremos huéspedes, pero nuestro corazón estará cerca de todos aquellos que por esta causa no han podido estar con nosotros, pero también de todos los enfermos, de todos los que les cuidan, y de todos los que por esta razón, al igual que nosotros, permanecemos en nuestra casas. Aunque hemos de reconocer que en este sentido somos privilegiados, nuestra casa es un espacio lleno de luz y vida, al tiempo que de paz y silencio. Desde aquí  os recordamos.

F. Brändle

El Señor se eleva sobre todos los pueblos

Valle de las Batuecas

Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el silencio creador de este valle de Las Batuecas.

            Nadie duda de que los salmos en la tradición bíblica son una fuente de conocimiento para quien los lee y medita, pero son aún más una visión de la realidad que sobrepasa la mera lectura y reflexión, cuando uno los trata de leer como camino abierto a la presencia de Dios. Y así me sucedió que me quedé sorprendido al leer en el salmo 112 (la numeración responde a la litúrgica y ésta a la Vulgata):”El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre los cielos”.

Me parecía intuir que tenía un significado más grande que lo que sería la materialidad de su sentido. Un Dios que parece alejarse de la tierra e incluso del cielo, que no podremos imaginarlo, ni alcanzarlo se me hacía cuesta arriba. Esa sublimidad no me permitía amarlo con todo el corazón, se me hacía lejano, sí, sé que no puede caber en conceptos y formas humanas, pero que Él se eleve y parezca huir de la tierra, no me cabía en la dinámica del amor en la que quería encontrar a Dios.

Hasta que se me vino a mostrar que el Señor se eleva sobre los pueblos, porque ningún pueblo forjado desde la riqueza, el poder, puede tener a Dios como centro, sí el pueblo que Él se prepara, levantando al pobre del polvo, alzándolo de la basura, y creando ese pueblo de príncipes que constituyen la humanidad nueva, donde él se eleva sobre todos los pueblos. La luz ya no es la mera razón que se convierte para muchos en su cielo, sino que está sobre ella, esa gloria, luz divina, que alumbra la nueva humanidad y que brota de Dios, cuya gloria está sobre los cielos.

Fray Francisco Brändle.