No permitirá que resbale tu pie

“No permitirá que resbale tu pie” (Sal 120,3) Un versículo tan sencillo, me ayudó a dejar que mi oración se envolviera en este gesto de Dios, en apariencia tan sin relieve. No necesitaba reflexión, como siempre que me ayudo de un versículo. Trato de no hacerle objeto de consideración alguna, lo repito en la sencillez de su sentido. Sin embargo, siempre que así hago, en el discurrir de la oración, el versículo me va iluminando espacios de mi vida que no pensaba. En esta ocasión el no permitir Dios que se resbalara mi pie, me vino a descubrir que las caídas de las que Dios me salvaba eran las que yo ni siquiera podía sospechar. Me vino a la mente el pasaje evangélico de San Mateo 23,14-15, los fariseos andando de un lado a otro buscando prosélitos. Al final todo vano, porque al que encontraban lo hacían caer en su misma limitación. Sus pasos eran resbaladizos, y a los que ayudaban les vendrían a hacer caer. También yo podría recorrer muchos caminos en busca de fruto en mis tareas pastorales, y sólo Dios podría hacer que no me resbalase, es decir que aquellos a los que pudiera ayudar, lo fuera realmente y para nada se metiera interés alguno por mi parte. Esto sólo podía hacerlo Dios que mira para que mi pie no resbalase. Mi oración se hizo acción de gracias, y súplica porque siguiera no permitiendo que se resbalase mi pie.

F. Brändle