Nuestra alma esta saciada

Alberto Durero, Cristo entre los doctores, Museo Thyssen Madrid

“Nuestra alma esta saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos” (Sal 122,4). Con este verso me adentré en la oración silenciosa, no con el propósito de romper el silencio trayendo situaciones de mi vida que me recordaran el sarcasmo, la burla de la que podría haber sido víctima. Al contrario, no me parecía tener nada que me molestase en este sentido, pero sin pretender nada, caí en la cuenta de que lo que verdaderamente en mi vida había sentido es la sensación de una soberbia que me volvía mi vida entregada de fe en algo ridículo. Era mi propia autosuficiencia la que se convertía en ese orgullo que me hacía experimentar mi vida como algo sin valor. Un contraste extraño, porque no era desde fuera desde donde sentía la burla y el desprecio, sino desde mi mismo sentir que -convertido en tentación-, me hacía minusvalorar la verdad de mi vida en fe. Ahora entendía mucho mejor lo necesaria que es la visión misericordiosa de Dios, para valorar lo que podemos ser. Nuestro propio juzgar se convierte en duro y sarcástico para nosotros mismos. Necesitamos ser sanados por Dios, para saber descubrir nuestro valor, no sentirnos saciados de sarcasmo y burlas, sino de esa mirada amorosa por la que nos descubrimos amados de Dios.

F. Brändle

Misericordia, Señor

Balsa de Refugiados, Sergey Ponomarev, premio Pulitzer 2015

“Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios” (Sal 122,3). Cuando leía estas palabras del salmo en la recitación de Vísperas, me parecían dirigirse a Dios para pedirle que como víctima se acordara de mí. Las escogí para vivir mi oración silenciosa y poco a poco se me fue abriendo paso otro modo de vivirlas. Suplicaba que el Señor me concediera su misericordia, me la regalara, la necesitaba para vivir en un mundo donde nos encontramos saciados de desprecios. No se trataba de hacerme la víctima, sino de descubrir el camino para unidos a Dios salvar el mundo. Una salvación que no podemos descubrir haciéndonos las víctimas y siendo por ello salvadores, sino haciéndonos portadores de la misericordia de Dios que verdaderamente salva al mundo, transformándolo y llevándolo a la unión con Él. Descubrir el mundo desde esta perspectiva es acercarme a los graves males de la humanidad, con esperanza, aguardando que la misericordia de Dios se manifieste en un camino de transformación de la humanidad. Pero también es descubrir en mi pequeño mundo que esos males de los que puedo sentirme víctima los tengo que vivir desde la misericordia de Dios que yo puedo encarnar transformando las situaciones en esperanza, porque como en su día pudo vivir San Juan de la Cruz, donde no hay amor hay que poner amor, misericordia, para llegar a vivir el verdadero amor.

F. Brändle