Al volver, vuelven cantando

Mujer atando una gavilla, Vincent van Gogh, 1889, Museo van Gogh, Amsterdam

“Al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas” (Sal 125,6). Cuando comencé mi oración y decidí tomar este versículo para adentrarme en el silencio, pensé que era algo tan obvio que ninguna novedad podría aportarme para vivir una presencia de Dios que me llenara de su amor, que al fin es lo que busco en los momentos de oración. Lo obvio se me fue poco a poco haciendo más profundo, y descubriéndome la verdad de la vida y del Reino de Dios. La parábola del sembrador cobró matices que nunca había pensado. El hecho de que el salmo hable de que llevando la semilla se va llorando, me hizo pensar que lo es porque no deja de haber semilla que no cae en tierra fecunda, el enemigo la arranca del corazón, las riquezas ahogan su fruto, es el dolor en el que se desenvuelve la vida, pero que tiene una meta distinta, pues al fin la semilla caerá en buena tierra y dará su fruto, y un fruto tal que si en el salmo se cuenta en gavillas, con las que vuelve cantando, en el mensaje de Jesús es una cosecha maravillosa. Sí, estamos llamados, a descubrir la meta de nuestra vida como un gozar de una gran cosecha. No vivimos en balde, no vivimos para fracasar, sino para volver cantando. Agradecí a Dios el don de la vida, la que se tornará en gozo y alegría, porque eso es el Reino de Dios, que Jesús vino a proclamar y a descubrirnos.

F. Brändle

El Señor ha estado grande con nosotros

“El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (Sal 125,3). Me sentí abrumado al repetir estas palabras en mi oración. ¿Dónde descubrir la grandeza de las obras del Señor? Y me sorprendía considerando que siempre las había juzgado desde mi manera de calcular, que ve la grandeza de modo tan confundido, porque la ve en  lo que es vanidad y vacío. Pone la mirada en lo que asombra a los sentidos, haciendo falsa la medida con la que medirla. Se me hizo presente la grandeza del Señor en la pequeñez de las obras del que todo lo hace movido por él. Entendí el “magnificat”: El Señor ha hecho obras grandes en mí. Sí, ella no sintió nada fuera de lo común en su concepción virginal, la vivió desde la vida teologal en la que estaba asentada. Y también por ella hizo obras grandes, las que nacieron de su maternidad espiritual, nunca calculable en medidas humanas, sino en la humildad en la que ella vivió. Este es el camino de la verdadera alegría, en la que el ángel saluda a María. Sólo así se puede descubrir la grandeza de las obras de Dios en nosotros, son las obras que hacemos desde nuestra vida teologal sin más miras que el hacer la voluntad de Dios, y sólo así se puede vivir la alegría del evangelio.

F. Brändle

Que el Señor cambie nuestra suerte

Agua en el desierto del Negev

“Que el Señor cambie nuestra suerte como los torrentes del Negueb” (Sal 125,4).  Con este versículo del salmo, tal y como se lee en la “Liturgia de las horas”, me adentré en la oración silenciosa. Le pedía al Señor que cambiara mi “suerte”, el sentido de mi vida, con una comparación que no tenía en mi imaginación, pues no había oído hablar de los torrentes del Negueb. Era el momento de la oración y no el de investigar con un comentario a qué hacía referencia. Pero seguí abriéndome al Señor con esa petición porque estaba cierto de que sería algo grande, más aún, al ir orando con este versículo fui intuyendo que lo que pedía al Señor es que al igual que un torrente que todo lo arrastra acaba siendo al final un río manso que riega los campos entregando generosamente el agua, mi vida se fuera haciendo fecunda. Me fui abandonando a este sentimiento y dejé que la petición se hiciera más honda. En las manos del Señor mi vida dejaría de ser un torrente de proyectos, deseos, anhelos marcados por mi pobre modo de ver las cosas y podría llegar a ser ese vivir entregado, que hace fecunda la vida de la humanidad. Sí, Señor, haz de mi vida un agua fecunda, que no destruye ni arrastra, sino que riega y da vida a su alrededor. La curiosidad me llevó después a saber por un comentario que torrentes eran estos y pude comprobar que se trataba de esos torrentes de la región sur, páramo desértico, que se hacen fecundos, como se esperaba que fuera la vida de los repatriados.  

F. Brändle

Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares

Las Espigadoras, Millet, 1857 Museo de Orsay

“Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares” (Sal 125). Una afirmación tan sencilla encierra una hermosa enseñanza. La experiencia no es la relativa a una vez, sino a los ciclos que se van sucediendo año tras año. Así se me fue clarificando el contenido de este versículo. Es fácil, pensar que un momento de prueba acabará, pero cuando la prueba nos envuelve, se nos hace definitiva y última. Nos vemos abocados a esperar más allá de nuestros cálculos. Y sucede que la prueba se pasa. La alegría de la cosecha la volvemos a vivir como algo que ya no se acabará, pues la vivimos después de haber pasado la prueba. Lo cierto es que se vuelven a suceder momentos de lágrimas y dolor. Y así en ese cíclico devenir nos sorprende la vida. Llegamos a admitirlo, pero lo que es más difícil llegar a descubrir es que no son ciclos eternos de vida que no cambia ni se transforma. Lo que realmente sucede es que cada período de siembra va madurando nuestra cosecha, para hacerla más auténtica. Que la prueba de las lágrimas nos va abriendo un camino de transformación que nos eleva y hace que lo que vivimos lo podamos hacer con mayor entrega y abandono, hasta llegar a vivir la prueba última y definitiva, que nos abrirá las puertas de la cosecha eterna.

F. Brändle

Retorno Glorioso

Rembrandt, Retorno del hijo pródigo, 1661-69 Museo Hermitage

Me quede sorprendido la otra tarde al descubrir algo que no se me hubiera ocurrido fácilmente. Al repetir un versículo para vivir mi oración, se me vino a la mente que podría hacerlo con las palabras que los gentiles, la gente de Babilonia, podría dirigir a los judíos según el salmo.  : “El Señor ha estado grande con ellos”. (Sal 125). Y me venía claro que yo no me podía identificar con aquellos pueblos que así se dirigían al pueblo de Israel, no vivía sus circunstancias. Pero de pronto se me hizo claro algo muy distinto: que podría contemplar a mis hermanos  que oraban junto a mí, y más aún a toda la humanidad, diciendo: “El Señor ha estado grande con ellos”.

En un mundo deshumanizado, en medio de guerras, odios y divisiones parecía imposible que así fuera, y sin embargo me seguía golpeando fuerte esta expresión, porque sentía que por encima de todo ello la fuerza del resucitado que atrae a todos hacía sí, lo haría posible. Si la humanidad retornaría cantando a su tierra de promisión: el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo que con la fuerza de su Espíritu nos daría vida y salvación, pasado el destierro.

Y, al fin, el retorno glorioso a la tierra de bendición, era universal, quien lo contemplaba era llamado a participar en esa bendita vuelta al Padre. La esperanza contra toda esperanza, era algo que vendrá y se me invitaba a vivirlo. 

F.Brändle

Nuestro destierro es una vida en medio de las vanidades del propio yo

Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el silencio creador de este valle de Las Batuecas.

            Uno de los salmos más recitados y conocidos es el que habla del destierro de Babilonia: “Al ir iban llorando, llevando las semillas”, al volver vienen cantando trayendo las gavillas” (Sal 125,5); pero yo me preguntaba, después de haberlo recitado al comenzar la oración silenciosa que solemos tener después de Vísperas en nuestro monasterio: ¿a dónde voy yo llorando, llevando semilla?.

Se me encendió de nuevo una luz con la que dar vida al salmo, vengo llorando, trayendo mi semilla a este momento orante, para que en el campo que es la vivencia de Dios en mi vida se vaya transformando en  gavilla frondosa, que de traer cantando a mi propia vida, porque eso es lo que ha de ser mi vida cuando, desde el trato con Dios cercano, y amigo, que debe ser mi oración, se vea fecunda y llena de amor.

Nuestro destierro es una vida en medio de las vanidades del propio yo, de la autosatisfacción, de la autosuficiencia, que necesita ser cambiada por nuestro Dios, el de nuestro Señor Jesucristo, que cambió la suerte de Sión.

Fray Francisco Brändle