Postrémonos ante el estrado de sus pies

Santo Domingo en Oración, El Greco, 1600 UNICEF

“Postrémonos ante el estrado de sus pies” (Sal 131,7). La invitación que me hacía el versículo a postrarme, me introdujo en una vivencia que siempre he querido hacer mía. Orar postrado era un signo de identificación con mi verdad. He surgido de la tierra. Ahora se hacía más viva la invitación, porque me invitaba el salmista a postrarme ante el estrado de sus pies, la misma tierra. Es algo que trato de vivir cada día. En mí la tierra se hace amor consciente, desde el amor entregado en la creación. Si no parto de ahí, de mi honda postración, no puedo elevar mi corazón a Dios con verdad. Daba gracias mientras oraba por saborear más y más esta verdad. De muchos santos se recuerda este orar postrados, recuerdo sobre todo a Santo Domingo. La liturgia también nos ha ofrecido este gesto, al postrarse el que se consagra a Dios, mientras se ora por él. Al orar con este versículo me sentí más que nunca invitado a saborear el gesto de postrarme ante el Señor, como signo de ser la conciencia de una creación nacida del amor de Dios y que al irme levantando se hacia consciente de ese amor.

F. Brändle

Levántate, Señor, ven a tu mansión

“Levántate, Señor, ven a tu mansión” (Sal 131,8). No sé si sabré expresar lo que este verso me hizo vivir en la oración al repetirlo con paz. Me parecía estar diciéndole al Señor: No te canses, ¡ánimo!, ven a tu mansión, que es esta humanidad tan alejada de ti, tan ajena a tu presencia. Me ayudaba a vivir esta conciencia que se iba haciendo en mí, lo que había leído de Etty Hillesum: “Te ayudaré, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizar nada de antemano. Con godo, veo algo cada vez con más claridad: no eres tú quien no puede ayudar, si no nosotros que te podemos ayudar, y haciéndolo, nos ayudamos a nosotros mismos”. Me llenaba de sentimientos de estar envuelto en el amor de Dios, el poderme acercar a Él de ese modo tan lleno de confianza. Sí, le podía animar con confianza a venir a su mansión: la humanidad, su esposa. ¿No era Emmanuel: El Dios con nosotros?. ¿No era el Dios al que San Juan de la Cruz canta en sus romances “In principio erat Verbum”? Cierto, las palabras del salmo me ayudaron a vivir esa presencia de Dios en medio de nosotros y a urgirme a ser testigo de ello, porque se lo había recordado lleno de confianza en mi oración.

F. Brändle