eterna su misericordia

“Dad gracias al Dios de los dioses porque es eterna su misericordia” (Sal 135,2). Al ir recitando todo el salmo, tan conocido, y buscar en él un versículo para mi oración, me llamó la atención estos primeros versos, este en concreto, que quieren identificar a quien hay que dar gracias, porque su misericordia es eterna. Se le conocerá después en sus obras, pero antes es el Dios de los dioses. Fui dejando que el verso llenara mi espacio de oración, se me fuera descubriendo su contenido. Esos dioses minúsculos de los que era Dios el hacedor de las grandes maravillas que luego se narrarían, los fui entendiendo como todo aquello que me acerca a Dios, pero que no es Dios, y a lo que no me tengo que apegar, porque a quien verdaderamente haz que dar gracias es al Dios de todo ello, al Dios que estando más allá, lo sostiene y da sentido. Me parecía entender que este versículo del Salmo me advertía para no trivializar las obras de Dios, juzgándolas desde mí, y por ello reducir mi acción de gracias a lo que de Dios entiendo o juzgo. Sus maravillas me lo descubren como el Dios de los dioses, el que me desborda, y al que no puedo utilizar. Quise con ello abrirme a darle gracias por lo que Él es, y que se expresa más allá de lo poco que yo pueda entender.

F. Brändle

es eterna su misericordia

Foto: Pepe Castro

“Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia” (Sal 135,1). Con la ayuda de esta invitación a la acción de gracias, del salmo 135, el gran salmo pascual, me dispuse a vivir la oración silenciosa. Tengo claro que las palabras del salmo, cuando las elijo para mi oración, no me van a servir para meditar en alguna verdad, y sabía que lo mismo me iba a acontecer con este verso, a primera vista tan propicio para hacer una buena meditación. La presencia amorosa de Dios, que dejo me envuelva en estos momentos, no se concretó en una meditación sobre su bondad, sino en la conciencia de su ser bueno, algo que no alcanzaba a comprender, pero que se traducía en derramar sobre el mundo su misericordia entrañable. Solo descubriendo la misericordia entrañable en los acontecimientos del mundo llegaría a conocer al Dios bueno. Sentí que era una verdadera gracia de Dios llegar a vivirlo, y así se lo pedía. “Déjame conocer tu misericordia entrañable”. En esa súplica esperanzada transcurrió mi oración, que pronto sentí, había de extenderse a toda mi vida.

F. Brändle