Junto a los canales de Babilonia

Judíos en Babilonia, Eduard Bendemann (1811–1889)

“Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar” (Sal 136,1). Lejos de convertirse para mí este versículo en un lamento por la situación del mundo, y en el que lógicamente yo me vería deportado, descubría que Babilonia no podía entenderla como algo distante de mí, donde me vería tristemente desterrado, sino como una situación propia, en el interior de mi vida, que debería conocer y tratar de superar. Los canales de Babilonia pude interpretarlos muy bien a la luz de San Juan de la Cruz, como esos apegos desordenados, esas fijaciones que hacen que mi pobre vida se convierta en esa Babilonia donde corren estos canales. Desde mi oración callada en esa presencia amorosa de Dios, me sentí sentado, frente a esta realidad. Y además llorando. Con esa nostalgia por mi verdadero ámbito de vida: Sión, convertida en mi origen y mi meta. El llanto y la postura no eran signo de desesperación, eran el modo de expresar mi esperanza de que aquella situación se superaría. Hacerme consciente de que lo desordenado de mi vida no viene de un origen, sino de una situación. En el origen mi vida estaba abierta para vivirse en comunión con Dios; pero mi propio entender la vida de modo egoísta, cerrado, de modo totalmente involuntario en la niñez, pero poco a poco cultivado por el olvido de ese origen o llamada divinos a la unión con Él, fue desterrando mi vida hacia esa Babilonia, en la que ahora veía correr esos canales de apetencias desordenadas, afecciones, fijaciones. Debería de esperar sentándome, llorando, el momento en que pasado el destierro, volviera mi vida a esa situación bienaventurada en la que gozar. Era la postura de la Magdalena. Así Cristo, al que buscaba, se le hizo presente. Su vida se volvió hacia Él y lo encontró. El ordinario apetito de imitar a Cristo, del que me habla San Juan de la Cruz para superar los apetitos desordenados, pasaba por esta actitud, aparentemente pasiva, pero que tanto tiene de humildad y verdadera acción en orden a nuestro encuentro con Dios: Sentados y llorando.

F. Brändle

Junto a los canales de Babilonia

Judíos en Babilonia, Eduard Bendemann 1832

“Junto a los canales de Babilonia, nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión” (Salmo 136,1).

Interiorizando este versículo de salmo, vine a entender que puede muy bien ser reflejo de cómo vivir y experimentar nuestra fe y nuestro vivir creyente. No somos creyentes judíos deportados a tierra extraña, que añoran la vida en su patria, y sobre todo a través del símbolo más querido: la ciudad de Sión, donde se expresaba su vida creyente. Somos, y así lo sentí, llamados a vivir en el mundo y realizar en él, obras que nacen sólo del amor, y por lo mismo de la fuerza del Espíritu que nos mueve a ello. Sin embargo, este modo de realizarnos, de expresar nuestra entrega, se ve aplastado por una sociedad humana marcada por leyes y caprichos de los hombres. Aquellos canales de Babilonia, eran expresión de una vida civilizada, de grandes valores, pero nacidos de la autosuficiencia humana. Tantas veces nuestras buenas obras han caído por tierra por la envidia, el desprecio con el que se han mirado. Y se ha justificado tal acción por leyes y determinaciones que a modo de bellos canales parecían reflejar lo mejor. Lejos de abandonar nuestra verdadera existencia, de renunciar a ella, y aplaudir los valores de una sociedad sin amor, nuestro anhelo y nuestra alegría se han de traducir en seguir poniendo en nuestro vivir aquella esperanza que nos remite a la nueva Jerusalén, expresión de una humanidad hecha una por el amor y donde estará claro que nuestra alegría llegará a su plenitud.

F. Brändle