No abandones la obra de tus manos

Manos en oración, Albrecht Dürer, 1508, Albertina Museum

“No abandones la obra de tus manos” (Sal 137,8). Con estas palabras me adentré en la oración. Al escogerlas para vivir mi oración silenciosa, pensaba que pronto me recogería pensando en que era una bella petición, que facilitaría mi atención amorosa. No caí en la cuenta de que pronto me parecería pretencioso pedir a Dios algo que sonaba a descuido por su parte. Se me fue desvelando que lo que verdaderamente tenía que descubrir era el convencerme de que era obra de sus manos. No me resultaba fácil sentir esa mano divina en el vivir cotidiano. Mi vida parecía estar en mis manos y no en las manos de Dios. El pedir no ser abandonado era en el fondo un modo confundido de acercarme a Dios. No había abandonado la obra de sus manos, sino que era mi postura cerrada la que le impedía realizarla. La petición fue transformándose en: “no permitas que impida realizar en mí lo que siempre has deseado hacer, pues no puedo olvidar que soy obra de tus manos”. Mi oración se fue llenando de ese deseo y con humildad si pude hacer la petición, que no era acusación a Dios que podía abandonarme, sino a mí que no había caído en la cuenta de que era obra de sus manos.

F. Brändle