Señor, te la sabes toda

Manos de Jesús, Albrecht Dürer, 1506 Tinta sobre papel. Catálogo de Museos Alemanes

“No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 138,4).  El salmo 138 es una bella reflexión sobre el conocimiento que de cada uno tiene Dios, y la medida desbordante en que se muestra, nos conoce en lo más hondo, desde antes de nacer, en fin, eran muchas las motivaciones para tomar alguno de sus pensamientos para mi oración, pero lo que me sorprendió fueron  estas palabras del versículo cuarto que he recordado, y quise abrirme a su misterio tomándolas para que resonaran en el silencio orante. Dentro de lo que el salmo va describiendo pareciera que me habría tenido que ceñir a sorprenderme de que Dios no necesita que yo le exprese mis deseos, pues ya los conoce antes de formularlos, pero no fue por ahí por donde me vino la luz. Algo me llevada a sospechar que esa palabra no era mi palabra, sino la suya, que aún yo no había llegado a formular. El proyecto que llegará a hacer de mí la persona auténtica en plenitud dentro de una creación y una historia en la que vivo aún no se había expresado y ya Dios lo conocía. Me regalaba la existencia para llevarla a término. Me vi llamado a descubrir para hacer lenguaje, para expresar con mi vida esa encarnación de la Palabra en mí. Recordaba a Santa Isabel de la Trinidad, su elevación a la Santísima Trinidad y el grito admirado al Espíritu para “que se haga en mi como una encarnación del Verbo”. Esa era la Palabra que Dios conocía antes de que yo con mi vida la hiciera lengua, pero que al mismo tiempo me llevaba a preguntarme como verdadero examen de conciencia si buscaba vivir haciendo realidad el proyecto de Dios para mi vida.

F. Brändle

me cubres con tu palma

Las Mártires de Guadalajara

“Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma” (Sal 138,5). En un salmo que nos recuerda el conocimiento de Dios sobre cada uno de nosotros, con un saber que nos sobre pasa, me sorprendió ese abrazo de Dios y esa potencia divina. Habíamos comenzado nuestra oración silenciosa, con el canon: “alma, a ti buscarte has en mí, y a mí buscarme has ten ti”. Descubrí en el silencio y a la luz de este versículo del salmo cuán cierto era. A Dios sólo le descubriré en ese estrecho abrazo que me funde con Él, donde me entrega toda su vida, para poderle conocer en mí, al tiempo que me acoge en su misterio para poderme conocer en verdad en Él. Caer en la cuenta de ello es llagar a no buscarme ya fuera de Dios que así me ha abrazado. En él puedo ser en verdad lo que anhelo y debo ser, porque su abrazo no nos destruye, Así abrazados nos cubre con su palma. La mano de Dios, su bondadoso actuar, se convierte para nosotros en protección cierta. Ser conocidos por Dios, es ser amados, y esto hasta llegar a ser verdaderamente abrazados por Él. Comprendí que el salmo me invitaba a ello, partiendo de esa verdad tan contundente: el abrazo de Dios.

F. Brändle

todas mis sendas te son familiares

“Disciernes mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares” (Sal 138,3). Con este verso del salmo 138 me adentré en el silencio de nuestro tiempo dedicado a la oración. Un salmo tan bello, con muchos versos que pueden ser vividos como apoyo para la oración me vino a cautivar por este versículo que quise vivir desde el misterio de la Trinidad que vamos a celebrar. De nuevo no fueron consideraciones las que me lo pusieron de relieve, sino el recuerdo, mejor intuición, de que ese camino es Jesús, y al mismo tiempo ese descanso era la acción del Espíritu en mi vida.  El Padre me regalaba con la presencia del Hijo y del Espíritu, porque conoce bien las sendas por donde discurre la vida humana. La presencia de la Trinidad no era algo imaginable, era la verdad de mi vida, de la vida del hombre. El Padre me entregaba a su Hijo como camino, como experiencia de vida abierta a un horizonte nuevo y abierto que me liberaba de mi egoísmo y me llevaba a mi verdadera realidad, a ser en plenitud. Pero todo ello era desde la contemplación, el descanso tal y como lo entiende la Biblia.  Es decir todo ello era posible no por mi esfuerzo, sino por el Espíritu que me hacía ser otro Cristo.  En la Trinidad está la vida y así lo celebramos en nuestro Bautismo, hecho en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La experiencia de ello es el culmen de la vida humana tal y como nos lo recuerdan los grandes místicos de la tradición cristiana. Conocemos la Trinidad amándola con aquel amor que nos hace entrar en su misterio. Ser cristianos es descubrir este gran misterio que se da a todos los hombres.

F. Brändle

El Saber

“Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco” (Sal 138,6). Me quedé abierto a este saber del que me hablaba el salmista, comprendí que surgía de su interior, y se sentía abarcado por el conocimiento que Dios tenía de él. En cierta manera compartía su visión. Pero en ese no saber qué es el “saber” de Dios, y orando en medio de la situación que nos toca vivir, me pareció inútil toda pregunta sobre ello dirigida al saber de Dios, concebido como un saberlo todo que habría de dar explicación a lo que nos está sucediendo. El saber de Dios me sobrepasa, pero no porque sabe más, o porque lo sabe todo, sino porque su saber no lo abarco, no entra en mi capacidad de conocer, por eso entendí que no podía pedirle explicaciones a Dios sobre la pandemia que padecemos, y menos juzgar las actuaciones que se van tomando, unas más acertadas, otras menos, desde comportamientos nacidos de ideologías, en unos casos, en datos de ciencia en otros, y siempre buscando tener razón desde ese conocer limitado del hombre.  Si Dios inspira, para actuar, sólo puede ser a favor de los más débiles, los más afectados.

Así lo hizo Jesús, que pasó haciendo el bien. En su vida sólo cabe ese actuar nacido de aquel saber de Dios que nos sobrepasa. Por eso en Él encontramos asumida toda la creación, en su misma debilidad, al asumir la debilidad del hombre. En el misterio de Cristo, en el misterio de la encarnación, se descubre a Dios todo amor, abarcando en su amor, que eso es su conocer, la creación entera, también las situaciones como las que nos encontramos. No lo abarco, porque es sublime, y se me manifiesta al descubrir en estos acontecimientos de la creación y de la historia una esperanza que me permite abrir las puertas a una victoria aquí, por la superación de la enfermedad, más allá por la resurrección, y siempre por la fuerza del Espíritu de Dios.

F. Brändle

Señor, Tú me sondeas y me conoces

Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el silencio creador de este valle de Las Batuecas.

            Siempre he leído con asombro y devoción el salmo 138. “Señor, Tú me sondeas y me conoces”. Pero en esta ocasión que quiero evocar aquí, el salmo se me volvió mucho más luminoso. Si es verdad que se hace alusión al ser tejido en el seno materno, me parecía que era algo grandioso, pero que reducía mi persona, si no me abría a un significado mayor, a un buen organismo, lleno de complejidad, pero sin esa dimensión abierta a una realización más allá de la meramente biológica.       

Había ya escuchado, y admirado, el sentir a Dios como un seno materno donde ya no mi organismo, sino todo mi ser se iba formando, ahora leyendo el salmo se me confirmó lo intuido. Sí, el conoce mis pensamientos, pero lo que es más, distingue “mi camino y mi descanso”. Creo comprender bien, si en estas palabras descubro que Dios sabe de mi caminar en este mundo, pero sabe también a donde me conduce, a ese descanso, que es la plenitud de mi vida. Algo que yo tengo que poner en Él.

Ese saber de Dios, ese tejerme en su seno, lejos de hacerme inhábil, incapaz, me hace totalmente disponible a su proyecto, sentirme seguro de que mi vida está llena de sentido, aunque a mí no siempre me es dado y fácil el descubrirlo, sólo la confianza de que Él distingue mi camino y mi descanso me hace vivir en paz.

Fray Francisco Brändle