
Con este grito de júbilo pascual, no dejamos atrás lo vivido en Navidad, en la Pasión, para poder celebrar la Resurrección. Todo se vive en el misterio de Dios-Trinidad. Las tres Personas están en el misterio de la Encarnación, del Nacimiento, de la Pasión y de la Resurrección. Hoy celebramos la Resurrección como culmen de la revelación de Dios que hemos ido viviendo en cada misterio de la vida de Jesús, que encierra el misterio de la creación en su plenitud. En este Triduo pascual, el canto de los improperios: ¿Pueblo mío, qué te he hecho, en qué te he ofendido?. Respóndeme, lo viví como ese lamento divino, en el que el misterio de Dios se desvelaba en su maravillosa acción en la historia amando siempre al hombre. Y ese Dios era el misterio de las tres personas actuando siempre en esa indivisible unidad y en su inconfundible identidad. Por eso siempre se me hizo difícil separarlas, alejarlas. No podía entender un Padre eterno que abandona al Hijo, un Hijo que se lamenta del abandono del Padre. Sí, es cierto que los evangelios recogen el comienzo del salmo 21: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Pero es el comienzo del salmo, y no la clave del mismo, que Jesús recitaría acabando en la confianza en Dios. Es el verdadero abandono de quien se sabe entregado por el Padre para mostrar su amor a los hombres. El Padre nos ama, entregando al Hijo que así puede darnos el Espíritu.
El misterio de la Pasión y muerte nos ha de llevar a descubrir que el Hijo no se sintió abandonado del Padre, sino entregado por Él a los hombres, abandonándose Él voluntariamente al Padre, para poder entregarnos su Espíritu, el Amor que de Él recibía para dárselo a los hombres. Hoy podemos celebrar la Resurrección como culmen de la obra de Dios, que nos llama a vivir totalmente su misterio trinitario. La Creación, la Historia, asumidas por Jesús, son llevadas en él, a través de su vida y muerte, a la resurrección, que hemos de vivir siempre en esperanza aguardando el día que se desvele plenamente su fuerza salvadora. Ahora sí que podemos celebrar la Vida escondida en Dios y revelada a los hombres en Jesús resucitado. La Vida que todo lo inunda desde su origen en el Dios Trinidad. Ahora se nos abre nuestra vida descubierta en la creación, en la historia y en uno mismo a la Vida divina, volviéndose así trinitaria. Se nos abre la vida, egoísta y cerrada, para hacerla trinitaria. Se nos abre la vida para sentir las tres Personas divinas en nosotros hechos comunidad humana, expresada en la Iglesia, en la creación hecha lugar en que vive y mora la gloria de Dios. Sentir en nosotros el abrazo inmenso del Padre al Hijo entregado y abandonado en Él, para derramar, haciéndolo todo nuevo, su Espíritu, contemplado en el cuerpo resucitado del Señor. Cristo resucitado nos abre la vida para sentir el Misterio de Dios Trinidad, las tres divinas personas viviendo en nosotros, no como individuos, sino como ese gran Misterio de Amor que culmina su revelación en la resurrección. Cristo resucitado nos abre la vida para contemplar la creación vestida de hermosura, donde mora la honra y gloria de Dios. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
F. Brändle