El Señor lo sostendrá

El Grabado de los 100 florines, Cristo curando a los enfermos, Rembrandt, 1648

“El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor” (Sal 40,4). Me llamó la atención este versículo del salmo, que decidí acogerlo como ayuda para mi oración. No sé bien que es lo que me pudo mover a escogerlo entre los que el salmo, -tan sencillo-, del Dios que ayuda a los pobres, me podía ofrecer. En el discurrir de la oración, el repetir el versículo me fue despertando la conciencia a sentirme unido a toda la humanidad, sí, cierto a los muchos enfermos que pueden yacer en los hospitales, en sus hogares, pero lo que se me abrió a mi conciencia es la humanidad entera en ese lecho del dolor, y así descubrí en la noticia amorosa general y oscura, que Juan de la Cruz coloca como cumbre de la meditación y puerta de la contemplación, al Dios que sostiene a toda la humanidad que yace en el lecho del dolor. Era una visión llena de esperanza. Si Dios sostiene a la humanidad en el lecho del dolor, la humanidad sanará, la salvación se acercará a todos. Me sentí agraciado con esos sentimientos de solidaridad con todos los hombres, al tomar conciencia profunda de la salvación como gracia universal, nacida del deseo más profundo de todo enfermo de salir de su enfermedad para liberarse de ella. para tomar conciencia de lo que es ser libre plenamente, de lo que le impedía llegar a vivir la salud, la salvación.  ¿qué enfermo rechazaría la salud?

F. Brändle

Señor apiádate de mí

Cristo curando los enfermos, Rembrandt 1649, el Grabado de Cien Florines, Rijksmuseum, Amsterdam

“Padece un mal sin remedio, se acostó para no levantarse…” “Señor apiádate de mí, haz que pueda levantarme” (Sal 40,9.11). Aunque el salmista la coloca en la boca de los enemigos, al evocar estos versos en la oración me parece que no sólo podían aplicarse a los enemigos de fuera, sino a la propia condición en la que nos vemos inmersos, que a veces nos parece sin salida. La purificación que tales situaciones conllevan nos hace descubrir al Dios que puede levantarnos, no desde su fuerza y poder sino desde su cercanía. Se me fue abriendo el horizonte para ver en él la misericordia entrañable del Padre de nuestro Señor Jesucristo. Con este descubrimiento entendía mejor que las palabras tan aplastantes del verso primero encontraban salida en la piedad de Dios que puede levantarnos. Aunque no dejaba de sentir que no era desde fuera, solucionando el problema, sino desde mi interior renovado por la prueba. Repetir la primera frase ya no me resultaba deprimente, sino esperanzadora, porque en medio de la situación se hacía paso la luz de una experiencia de Dios cercano y alentador.

F. Brändle

El Señor lo guarda

“El Señor lo guarda…  para que sea dichoso en la tierra” (Sal 40,3). Me quedé saboreando en la oración la dicha que el Señor promete ya en la tierra. Me acordé inmediatamente de las bienaventuranzas. A la luz de este versículo fui entendiendo que el programa tan maravilloso que nos ofrecen no puede ser el fruto de nuestro esfuerzo, sino la consecuencia de ese cuidado amoroso con el que el Señor nos guarda. Entendí que es esa la fuente de la dicha en la tierra, la cercanía amorosa de Dios. Nuestra vida encarnada en este mundo la hemos de vivir en esta clave, sintiendo siempre, sean las circunstancias que sean, -las que se nos recuerdan en las bienaventuranzas-, esa alegría interior con la que el Señor guardándonos nos hace dichosos en la tierra. No es cuestión de plantearnos, a la luz de este versículo, si las tribulaciones nos traerán después el gozo. Hemos de ir entendiendo que en ese llegar a lo más hondo se puede vivir en esa doble dimensión: tribulación y gozo al mismo tiempo.

F. Brändle

Señor Ten Misericordia

“Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra Ti” (Sal 40). El versículo de este salmo me era familiar, es una de las fórmulas litúrgicas para la petición de perdón, al comienzo de la celebración de la misa, u otras celebraciones. No obstante, quise hacerlo más vivo en mi oración. Se fue despertando mi conciencia a un sentimiento de culpa, que no nacía de mi examen de conciencia, sino de mi conciencia de ser pecador. Me pude con ello hacer más consciente de que sólo de esa manera podría acercarme a Jesús, que ha venido a llamar a los pecadores. Me fui sintiendo muy cerrado en mí mismo, y necesitado de salir, de librarme de ese yo, que me impide confiar plenamente en Dios misericordioso que se acerca a mí para salvarme. Sentí que ahí estaba mi pecado y reconocerlo era vivir la verdad de que soy pecador.  Ahora podía decir con verdad: “sáname”, ven a salvarme, porque ahora sí que puedo confiar en ti plenamente. La súplica que tantas veces había oído y concienciado en un contexto tan marcada por la llamada reconocer pecados, me había hecho olvidar que había que ahondar más y llegar a esa conciencia de pecador que al leer el salmo y repetir este versículo en una oración silenciosa se me hizo tan viva. Es verdad que esa realidad de ser pecador me puede llevar a fallos morales, pero es mucho más verdad que sólo desde la gracia puedo llegar a reconocer que soy pecador, y necesito ser salvado.

F. Brändle

Me conservas la salud

“Me conservas la salud, me mantienes en tu presencia·  (Sal 40) Cuando repetía estas frases en la oración, caí en la cuenta de cómo el Señor me mantenía en su presencia de un modo muy sencillo. No estaba fuera mirándome, eso sería algo muy ajeno a su amor que se entrega. Por eso me vi envuelto en su amor, de modo muy general, es decir abarcando todo mi ser. Una noticia, un modo de hacérmelo sentir que me abría a ese amor que Él me daba, pero todo vivido en una fe que nada tenía que ver con las cosas que me imagino o que pienso. Era algo más hondo y profundo que me daba seguridad y certeza de saber que estaba “en su presencia”.  Así podía conservarme salvado, es decir así se conserva la salud que viene de Dios. Cierto que la que gozamos en nuestro cuerpo puede reflejar aquella, pero no siempre es así. Podemos estar sanos, salvados, en situaciones de enfermedad, y a veces en esta situación, en medio de una enfermedad sentir más que nos mantiene en su presencia, conservándonos esa salud, que es salvación. Mantener atenta nuestra mente a esta gracia es algo que podemos y debemos hacer en nuestra oración silenciosa, pero no sólo es ese el momento, en toda ocasión podemos repetir con verdad este versículo del salmo: “Me conservas la salud, me mantienes en tu presencia”

F. Brändle

Sentirse Acompañado

Acabábamos de recitar el salmo 40, me dejó impresionado lo que se puede pensar estando en el lecho del dolor: “Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí, hacen cálculos siniestros: padece un mal sin remedio, se acostó para no levantarse”.  En su conjunto el salmo inspira confianza en el Señor; pero me dolía el sufrimiento que acarrea el sentirse abandonado de los hombres. 

Al repetir una y otra vez la frase durante mi oración, no salía de mi pena. Cómo se puede llegar a vivir las relaciones humanas con tanta distancia que se esté pensando que los demás me aborrecen, se alegran de mi mal y me borrarían del mundo de los vivos. 

Toda mi oración era suplicar que se borren esos sentimientos de los corazones de los humanos, que nos sintamos llamados a vivir en comunión, y que la consumación de nuestra vida en este mundo, no sea una huída de la relación con los demás, sino un sentirse acompañado para vivir el último gesto de esta vida: el morir, para encontrar la plena comunión con Dios y con todos. 

Sin duda los cuidados paliativos han de incluir esta dimensión psicológica, acercar a todos al enfermo para que se vea acompañado, querido, y seguro de que el amor de los que le rodean, está siendo reflejo del de Dios que vive en él y le resucitará sanándolo, o venciendo a la muerte.

F Brändle