
“Has amado la justicia y odiado la impiedad” (Sal 44,8). Este salmo mesiánico siempre me resulto lleno de esperanza, sobre todo por parte del autor inspirado, que seguro lo vivía, pero alguna de sus expresiones no me cuajaba para aplicarlas a Jesús, nuestro Rey Mesías, y una de ellas era este versículo, ¿cómo entender ese odio aplicado a los sentimientos de Jesús?. Por eso era renuente para tomarlo como “versículo” para ayudarme a vivir la oración. Cuál fue mi sorpresa que muy pronto vine a descubrir algo que me llenó de esperanza. En esta ocasión lo tomé. Cierto que Jesús amó la justicia, ¿cómo no? Si es lo que el traía al mundo, la justicia, la salvación, desde el mensaje del Reino y la revelación de Dios-Padre. Pero lo que más me sorprendió y ayudó fue caer en la cuenta, que odiar la impiedad no se traducía en odio a los que no obran el bien, y además están llenos de maldad. Ni tampoco se reducía a la postura “bonachona” de que yo les perdonaré. Vine a entender, sin entender, que todos caemos dentro de esa frase, porque vivimos justificados al aceptar con postura creyente, con esa que nos asemeja a Él, el misterio de Dios que Él nos revela. Y eso es para todos, aún para los más perversos del mundo. Pero también entendía, desde un verso de San Juan de la Cruz, lo que significaba: odiado la impiedad, el verso era: matando muerte en vida la has trocado. Odiar no era otra cosa que matar dar muerte a la muerte, y muerte era el pecado, el pecado que en mí provocaba la autosuficiencia. De ahí que ya no me sentí confundido con este verso sálmico, al contrario, se llenó de esperanza mi corazón, confiando en que en mí y en todos, y si queréis, no sólo por educación, sino por esperanza, primero en todos y luego en mí la salvación se llevaría a término, al tiempo que se acabaría la impiedad, porque matando muerte, pecado, todo sería gracia y vida.
F. Brändle