Has amado la justicia y odiado la impiedad

Coronación de Espinas, Gustave Doré, 1874

“Has amado la justicia y odiado la impiedad” (Sal 44,8). Este salmo mesiánico siempre me resulto lleno de esperanza, sobre todo por parte del autor inspirado, que seguro lo vivía, pero alguna de sus expresiones no me cuajaba para aplicarlas a Jesús, nuestro Rey Mesías, y una de ellas era este versículo, ¿cómo entender ese odio aplicado a los sentimientos de Jesús?. Por eso era renuente para tomarlo como “versículo” para ayudarme a vivir la oración. Cuál fue mi sorpresa que muy pronto vine a descubrir algo que me llenó de esperanza.  En esta ocasión lo tomé. Cierto que Jesús amó la justicia, ¿cómo no? Si es lo que el traía al mundo, la justicia, la salvación, desde el mensaje del Reino y la revelación de Dios-Padre. Pero lo que más me sorprendió y ayudó fue caer en la cuenta, que odiar la impiedad no se traducía en odio a los que no obran el bien, y además están llenos de maldad. Ni tampoco se reducía a la postura “bonachona” de que yo les perdonaré. Vine a entender, sin entender, que todos caemos dentro de esa frase, porque vivimos justificados al aceptar con postura creyente, con esa que nos asemeja a Él, el misterio de Dios que Él nos revela. Y eso es para todos, aún para los más perversos del mundo. Pero también entendía, desde un verso de San Juan de la Cruz, lo que significaba: odiado la impiedad, el verso era: matando muerte en vida la has trocado. Odiar no era otra cosa que matar dar muerte a la muerte, y muerte era el pecado, el pecado que en mí provocaba la autosuficiencia. De ahí que ya no me sentí confundido con este verso sálmico, al contrario, se llenó de esperanza mi corazón, confiando en que en mí y en todos, y si queréis, no sólo por educación, sino por esperanza, primero en todos y luego en mí la salvación se llevaría a término, al tiempo que se acabaría la impiedad, porque matando muerte, pecado, todo sería gracia y vida.

F. Brändle

Cabalga victorioso por la verdad y la justicia

“Cabalga victorioso por la verdad y la justicia” (Sal 44). Para la comprensión de este versículo del salmo 44 se me abrieron las puertas con el título con que se reza en la liturgia: “las nupcias del Rey”. ¿Qué Rey?, ¿qué nupcias? Si es la iglesia quien ha colocado este título sin duda que se trataba de Jesús, el Mesías. Cristo ungido por el Espíritu. Sus nupcias lo eran con la humanidad, y se trataba de cantar los frutos de esta unión. Al cabalgar victorioso del Rey, se habría de unir la esposa, y lo mismo en el modo de hacerlo, por la verdad y la justicia. Entendía, sin razonarlo, que se nos llamaba a los hombres a cabalgar victoriosos, es decir a lograr liberarnos de lo que nos ata, de nuestro modo de ser hombres, que nunca alcanza ese modo liberado de serlo en Cristo. Cristo es la medida de esa nueva humanidad libre y victoriosa. Su victoria, que incluye la de la cruz, que celebraremos en Pascua, es un cabalgar en total libertad por la verdad y la justicia. Es ser auténticos y verdaderos seres humanos que alcanzan lo que realmente tienen que ser a través de una salvación, justicia, que viene de Dios. Así se hace verdaderamente Dios presente en el mundo, porque le dejamos ser Dios con nosotros, Dios en nosotros, Dios que se encarna en la nueva humanidad. Seremos al fin, hombres teologales, que son capaces de salir de sus meras rezones y costumbres para alcanzar a Dios y lo hacen en la confianza y esperanza que Jesús, al que aclamamos como Rey victorioso, nos ofrece y enseña a vivir.

F. Brändle