Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe

“Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe” (Sal 45,10). Nuestro momento histórico me hacía pensar que un versículo como éste me llevaría a vivir una oración de súplica envuelta en las guerras que actualmente nos alcanzan. Sin duda que en nuestras vísperas habíamos pedido como en otras muchas ocasiones por el cese de la guerra, no parece que llegue tan pronto. Me podría preguntar ¿por qué?, y con ello   envolverme en un montón de razonamientos que a nada me llevarían. No obstante, decidí que este verso fuera el que me ayudara en mi oración contemplativa, que, por supuesto, no me podría alejar del dolor de los hombres. Se me fue haciendo luz. No era la que yo imaginaba, porque intuí que Dios no podría destruir a los enemigos por un golpe de fuerza. Al mismo tiempo, caí en la cuenta que lo que estaba sucediendo, Dios, -que es todo Amor-, lo iría ordenando para sacar bien de todo ello. Tal visión no me venía de noticias, que aquí apenas llegan, sino de la confianza en que ha de ser así, si creo en el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo. “Hasta el extremo del orbe” era la clave para proyectar mi certeza en el fin de la guerra dentro de un marco mucho más amplio que cualquiera de los intereses humanos que se proyectan en acabar una guerra. Asumiría el sufrimiento de los inocentes, no como una expiación, sino como un gesto de entrega amorosa, vivida aún en la inocencia, y en la inconsciencia, al lado de la de Jesús en la cruz. Abriría caminos para una mayor colaboración entre todos, superando pactos egoístas. Todo ello me parecía poder esperarlo si me abría a la presencia amorosa de Dios en el mundo.

F.Brändle