¿Por qué habré de temer los días aciagos?

“¿Por qué habré de temer los días aciagos?” (Sal 48,) Al tomar este versículo para mi oración no me propuse hacer una meditación en torno a las causas que podrían hacerme temer los días aciagos, y tratar de disiparlas con mi reflexión. No sería una ayuda para vivir una oración silenciosa y contemplativa. Simplemente traté de dejarme alcanzar por lo que el Espíritu me dijera a través de esta frase, sin más. Con ello lo primero que me asaltó fue la impresión de que esos días aciagos, que podrían llegar en mi vida, dejaban de serlo si los vivía en esa dimensión abierta a Dios que estaba tratando de vivir en mi oración. Tendría que venir a vivir la gracia de esa presencia amorosa en medio de esas situaciones y dejarían de ser días aciagos que tendría que temer, para ser nuevas ocasiones de encuentro con Dios en mi vida. Dejarían de ser días aciagos, y por lo mismo no necesitaba respuesta a esa interrogante que planteaba el versículo del salmo, sino una nueva manera de acoger los acontecimientos de la vida. Con ello mi oración, que trato de que sea contemplativa, volvía a ser esa noticia general, oscura y amorosa que lejos de apartarme de la vida me daba luces para vivirla en dimensión teologal, creciendo en fe, esperanza y amor.

F. Brändle

¿Por qué habré de temer los días aciagos?

La Trinidad, El Greco, 1577-1579

“¿Por qué habré de temer los días aciagos?” (Sal 48,6). Me dejé conducir por este verso para vivir mi momento de oración. No me dediqué a hacer consideraciones para darme confianza, dejé que la pregunta se hiciera más honda. Me fui acercando a lo que me parecía era fruto de la cercanía de Dios que habían sentido tantos llamados: “No temas”. En su caso era para una misión concreta, para la que no habían de temer, en el verso lo que se ponía de relieve eran los días aciagos. Fui descubriendo que esos días no eran los que desde mi punto de vista eran aciagos, aunque a mi me lo pareciera, sino los que mi confianza habría de trascender las seguridades en las que siempre me apoyaba cuando en los momentos difíciles acudía a Dios: tener la conciencia tranquila, juzgar que quienes me hacían difícil la vida se movían por pasiones bajas, y otros caminos que me aseguraban el favor y la cercanía de Dios. Ahora comprendía que lo que se me pedía era confiar por lo que Dios mismo era. Por su inefable misterio que celebraría el día de la Trinidad. Si Dios es esa inagotable vida de amor y vive en mí, que podría motivar mis miedos, por muy aciagos que fueran los días.

F- Brändle

A mí, Dios me salva

“A mí, Dios me salva, me arranca de las garras del abismo” (Sal 48,16). Me llamó la atención este verso, después de recitar el salmo, como colofón de una serie de consideraciones en torno a la riqueza. La fuerza con la que se confiesa que es Dios el que salva, se hace totalmente viva en la experiencia de Jesús al acercarse el momento de su muerte. Acercarse a la muere con esta convicción supone confesar al mismo tiempo que nos arranca de las garras del abismo. Al repetir este verso del salmo durante la oración, fue abriéndose paso la convicción de que ese abismo al que se alude se nos abre también cuando decidimos vivir una vida entregada en la que lleguemos a experimentar el abandono de nuestro “yo”, al que nos aferramos. Me pareció ver claro que la salvación y el verse libre de las garras del abismo iban juntos. Salvarnos era desprendernos de nosotros mismos, no por un acto heroico en el que logramos hacerlo, sino en una confianza tal que nos permitía liberarnos del abismo que se nos abre cuando decidimos entregarnos de ese modo radical. La Cruz cobraba todo su sentido como entrega y amor. Confianza plena y comunión total. Es el camino de la resurrección y la vida. 

F. Brändle

Mi boca hablará sabiamente

Pórtico de la Gloria, Santiago de Compostela

Leo y oro con el salmo 48: “Mi boca hablará sabiamente y serán muy sensatas mis reflexiones”. No puedo creer que se me invite con ello a una postura autosuficiente: “¡qué bien lo vas a hacer todo! Me inclino a pensar, y así lo viví, que se trata de un deseo de acercarme a comprender mi vida. ¿Podré dar a entender lo que es mi vida? ¿Podré ser testigo de una verdad que se hace comprensible sólo desde el amor? Orando con este deseo llegué a comprender que poder expresar la verdad de mi propio ser no está ligado a mis éxitos, a mis riquezas, a mi mucho conocer, -como luego desarrollará el mismo salmista-, sino a mostrar a saber decir con sabiduría que respondo a un proyecto divino, que me permite escapar de las garras de todo aquello que me hunde en el abismo de mi autosuficiencia. Llegar a expresarme en una vida que sea digna de esa estima y aprecio que me liberan de egoísmo y abren a la comunión. Con ello se llenaba de sentido mi vida y podría también abrir mi modo de entender la vida en el misterio de una existencia abierta a la luz, a lo que tiene razón de ser más allá de unos cálculos cerrados en un materialismo insolidario. El salmo 48, todo él, era una sensata reflexión que llenaba mi oración de confianza.

F. Brändle