
“Sólo en Dios descansa mi alma” (Sal 61,1). Estas palabras me recordaban el “Sólo Dios basta” de santa Teresa y las tomé para la oración. Esa tarde nuestra oración comenzó con el canon “el alma que anda en amor ni cansa ni se cansa” (San Juan de la Cruz). En ese contexto, -del dicho teresiano y del dicho sanjuanista-, comencé a saborear el verso del salmo 61. Por un lado me hacía consciente de que nada fuera de Dios me daría descanso, me dejaría alcanzar la verdadera paz que debería inundar mi vida y por otro descubría que descansar no era abandonarme en la pasividad, sino actuar desde el amor, como enseña el dicho de San Juan de la Cruz. Repetir “sólo en Dios descansa mi alma”, era una invitación constante a confiar de tal modo en Dios que en ninguna otra cosa pusiera mi apoyo, pero esa confianza y abandono no me permitía desligarme del compromiso con el prójimo, que habría de nacer de un amor que no cansa, porque es el verdadero descanso, siendo, no obstante, el obrar más eficaz.
F. Brändle