
“Mis labios te alabarán jubilosos” (Sal 62,6). Los versos de este salmo, que se reza en la liturgia con frecuencia, me habían servido en más de una ocasión para la oración. Repetirlos me ayudaba a quedarme en la presencia amorosa de Dios, pero no había reparado en este verso. Cuando decidí tomarlo, no podía decir que me encontraba en un momento especial de júbilo, pero entendí que toda mi vida debía vivirla en alegría. Desde ese fondo evangélico, de buena noticia, debería alabar a Dios. Y al ir repitiendo el verso vine también a dejar que fueran mis labios, mi boca, mi voluntad, la que se empeñara en ello. De la materialidad de unos labios que pronuncian unas palabras de júbilo, pasé a descubrir toda mi vida orientada por la capacidad de abrirme a Dios en una alabanza gozosa por el don de esa misma vida. Al repetir una y otra vez el verso todo lo que hago o puedo hacer, se veía envuelto en esa realidad gozosa de orientarlo al gozo de alabar a Dios.
F. Brändle