
“Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos” (Sal 89,13). Con estas palabras del salmo, viví la oración de la mañana, en la situación que nos envuelve. Desde el pasado jueves tuvimos que dejar nuestro monasterio, amenazado por el fuego. La acogida con la que nos recibieron en “La Alberca”, el pueblo al que pertenecemos, nos hizo descubrir la hondura de una verdadera disponibilidad para hacer superar las dificultades a los que se ven envueltos en ellas. Sin embargo, esta mañana se me hicieron vivas estas palabras, no como queja, pues ciertamente el Señor había mostrado bien lo cerca que estaba de nosotros por la multitud de atenciones recibidas, sino como súplica esperanzada para descubrir la compasión que tiene con nosotros. El monasterio no ha sufrido los daños del fuego, han sido mucho los esfuerzos puestos en ello para que no le alcanzase, y lo que hubiera sido una gran desgracia, ha sido sólo una amenaza. Sin duda, que lo hubiéramos vuelto a reconstruir, con pena y dolor, pero también, al menos en mi caso, con impaciencia porque hubiera querido que se hiciera pronto. Bien a las claras podríamos notar su compasión, pues ya se han ofrecido muchos a ayudarnos en lo que necesitemos. Sin embargo, lo que más luz me dio, fue descubrir que Dios en la Naturaleza, es mucho más paciente y creador. El tiempo hará que lo quemado vuelva a ser un bosque frondoso, pero es necesario ese tiempo esperanzado que nos cuesta vivir. Por eso recé con insistencia, ten compasión de tus siervos, haznos comprender la grandeza de una espera en el tiempo que supere la desgracia, que nos muestre lo mucho que hay que purificar, -y no pensar en que se ha destruido-, en nuestras vidas con el fuego de tu amor, que el tiempo hará florecer transformándolo en una nueva vida.
F. Brändle