“El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano” (Sal 91). Al recitar estos versos, me sentí muy cerca del Santo que este año vamos a recordar de modo singular: San José. Me parecía ver que su altura iba poco a poco destacándose en la historia de su devoción, y que ahora ya esta palmera se va haciendo visible en toda la iglesia. Que aquella intuición de Santa Teresa, de la grandeza de este Santo, está alcanzando su medida, aunque aún quede mucho por descubrir, sobre todo desde su misión tan singular, siempre mediatizada, por quererla comparar con la de María, cuando son únicas e incomparables, como todo lo divino, aún en el menor de los hombres. Si el Verbo se hizo carne, el Verbo entró también en la historia, y aquí juega un papel singular San José. Así también su inmensidad le hacia alzarse como cedro que todo lo llena. La presencia de Dios por la historia en Jesús, se hizo ya para siempre (Mt 28,20), y sin duda que ha sido la gran misión de San José, abrir esta puerta a Dios en la historia, es así ese Padre de Dios, que viene a nuestra historia, el justo y bendito que podemos venerar como el patriarca de la humanidad.
El Carmelo Descalzo es un gran deudor de san José, ya nos es conocida la devoción que tenía
Teresa por este gran santo. No era una devoción más, como tantas que había en la cristiandad,
sino una experiencia entrañable de amparo; escribe ella de san
José: “No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de
hacer”. Pero, también es una experiencia de reciprocidad mutua de amor. Si san
José ofrece su patrocinio a la nueva familia
iniciada por santa Teresa. Ella, por su parte, impulsa como nadie en la
historia de la Iglesia la devoción a este santo.
Para adentrarnos
más aún
en esta espiritualidad josefina me gustaría comentar tres aspectos de la
vida de san
José: la oscuridad de la fe; el silencio
obediente y la vida oculta en Nazaret.
Si por algunos momentos
nos colocásemos en el lugar de José, muy pronto percibiríamos lo marcada
por la fe que estuvo su vida. Una fe más radical incluso que la de la Virgen
María, pues ella verificaba en su propio cuerpo el desarrollo del misterioso
proyecto de Dios. José no tenía “otra luz y guía sino la que en el corazón
ardía”, que es la luz de la fe. Es una fe total, que no duda ni vacila. Que
se apresura a hacer lo que Dios le pide. José no se vuelve atrás, no pone
condiciones. Las Sagradas Escrituras definen a José como un hombre justo,
quiere decir, ajustado al proyecto de Dios. No hay contradicción entre aquello
que pide Dios y lo que está en su corazón. Custodiar a la Virgen María y al Niño
Jesús es lo que él más quiere. José nos enseña a caminar por los senderos de la
vida animados por la “pura fe”.
El segundo aspecto de la vida de José es la
dimensión del silencio. Las Escrituras Sagradas no hacen memoria de una sola
palabra que haya salido de su boca. ¡Completo silencio! Pero, no es un silencio
cualquiera,
no es un silencio temeroso ni vacío, sino un silencio obediente. Es el silencio
de quien escucha y obedece. En todo José hace lo que Dios le pide. El verdadero
contemplativo es aquel que en su silencio está siempre dispuesto para hacer la
voluntad de Dios. Un silencio que nos hace disponibles para el servicio, esto
es lo que José nos enseña.
El tercer aspecto es la vida oculta en
Nazaret. Dios que había escogido la suma pobreza para realizar el misterio de
la encarnación, no quiso privarse del amor de María y de José. Aquel que a todo
había renunciado, no ha querido dejar de experimentar el cariño de un padre y
de una madre. ¡Este es el misterio de la Sagrada Familia! Esta es la vida
oculta de Nazaret, una familia cimentada en el amor.
Llena nuestros corazones de ternura pensar que María y José no solo fueron los
primeros en amar a Jesús, sino que fueron los primeros en
recibir la ternura de Dios hecho hombre.
Cuántas miradas, cuánta ternura, cuánto amor en esta relación filial. José, en su limitación humana reproducía, aunque imperfectamente, como una sombra, el amor del Padre Celeste. Por eso, es también ejemplo para todos los padres. Por eso, también nosotros nos confiamos a sus cuidados paternos.
Hoy la Iglesia celebra el día de S. José. Y en nuestro Monasterio también es día grande, pues, incluso, llevamos su nombre en el nuestro: Santo Desierto de San José de las Batuecas.
Él es un icono privilegiado de acceso a lo sagrado, una ventana a lo divino, modelo en el día a día para nuestras vidas en el valle.
Hoy es un día grande para nuestro Monasterio. Esperamos que vosotros también lo disfrutéis intensamente.