La boca se nos llenaba de risas

“La boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares” (Sal 125,2). En un primer momento este verso me parecía poco comprensible a un nivel profundo. Me sonaba a una expresión superficial de una vida en la que todo salía bien. Aún así quise tomarlo para mi oración, como acostumbro hacer, después de haberlo recitado en la hora canónica de vísperas. Vine a entender al vivirlo en ese momento de la oración, en esa intuición amorosa, que mi voluntad se llenaba de satisfacción al contemplar la obra de Dios en mi vida, era Dios el que obraba en mí, y así todo mi ser se llenaba de gozo, de risas. Era Dios quien dirigía mis pasos, cambiaba mi suerte. Me atraía hacia Él. Era el Padre que me hacía descubrir, llevándome a Cristo, mi filiación divina. Por eso tal gozo, no podía expresarse sino en una lengua llena de cantares, de vida armónica que sintonizaba con la obra de Dios en perfecta armonía.

F. Brändle

Cuando me acuerdo de Dios

“Cuando me acuerdo de Dios, gimo” (Sal 76,4). Al escoger este verso para la oración, en este tiempo de Pascua, no me parecía lo más oportuno, pero en mi interior sentía necesidad de repetir este verso. Y con él me adentré en mi oración. Comencé a descubrir que el gemido que me traía el acordarme de Dios, era sumamente entrañable. Tantas son las situaciones en que ese recuerdo de Dios te libera, pudiendo gemir en sus brazos que te llenan de confianza. Volver la mirada al resucitado era caer en la cuenta de que el Dios que nos revela está lleno de ternura, que cuida de nosotros, que nos ha contado los cabellos de nuestra cabeza y no deja que se pierda ni uno solo. ¿Cómo no gemir de confianza y consuelo ante tal Padre? Pude descubrir que nuestra vida esta llena de ocasiones en las que el recuerdo de Dios nos abre a un gemir consolador.

F. Brändle.

alzaré las manos invocándote

“Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote” (Sal 62,5) Al repetir este verso durante mi oración en silencio me parecía descubrir el gran sentido de la vida, hacer de ella una bendición del Señor. Porque yo le bendeciré, porque Él no dejará de ser mi perpetua bendición. Encontré en ello el mejor modo de celebrar la resurrección. El alzar de las manos era una forma de clamar al Señor para bendecirlo, para manifestar nuestro amor y agradecimiento. En este clima de gozo pascual cobraban todo su sentido estos versos que me ayudaban a quedar en un silencio contemplativo, envuelto en el amor de Dios que me permitía descubrir mi vida como bendición.

F. Brändle

Señor, por tu bondad

La Resurrección de Cristo, El Greco, 1597, Museo del Prado

“Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén” (Sal 50,20). Con este verso quise ayudarme en mi oración silenciosa para mantener la atención amorosa. Me identifiqué con los sentimientos de Jesús que contemplaba a Jerusalén, próximo el momento de ser destruida. Mis sentimientos se abrieron a tantas situaciones humanas abocadas al fracaso por no tener un sentido trascendente, por vivirse de modo cerrado y materialista. Con un corazón abierto esperaba de nuevo que Dios abriera a la humanidad un futuro, el que se descubre cuando su presencia se hace viva entre los hombres. La oración es el medio para alcanzarlo, viví mi oración como esa gracia de poder colocar a Dios en el centro de la ciudad, símbolo de la nueva humanidad.

F.Brändle

Desde su templo el escuchó mi voz

Cristo Abrazado a la Cruz, El Greco, Museo Metropolitano, NY

“Desde su templo el escuchó mi voz” (Sal 17, 7) Fácil me resultó identificar a Jesús con el templo. En Él Dios se hace presente. Mi oración, al estilo teresiano, se anclaba en la Humanidad de Cristo, donde Dios se hace presente. La segunda parte del verso también me llenó de luz, mi voz se hacía solidaría con la de todos los hombres, no me sentí clamando fuera de esa humanidad de la que soy miembro. Entendí y vi claro en mi oración, que en la Humanidad de Cristo se hacía Dios presente, en mí se hacía presente esa humanidad necesitada a la que Cristo se une, y nos pide que cada uno de nosotros nos solidaricemos con todos. Sí; Jesús, templo de Dios, donde nos escucha, quiere oír nuestra voz, está atento a ella. Debemos clamar, pues, en nombre de toda la humanidad, con estos sentimientos viví mi oración.

F. Brändle

Hazme oír el gozo y la alegría

San Juan Bautista, Leonardo da Vinci, 1515, Louvre

“Hazme oír el gozo y la alegría” (Sal 50,10). Con esta súplica quise vivir mi oración. Me recogía saber que no se trataba de sentir el gozo y la alegría, se trataba de saber oír. Mi oración me iba llevando a descubrir que para poder celebrar el gozo, sentirlo de veras, tendría que saber primero, porque se me revelaba por el oído, lo que era el gozo y la alegría. Mi oración, repitiendo este verso, se hizo presencia de Dios, que dándome a vivir su amor me revelaba lo que era el gozo y la alegría. Era un gozo y una alegría revelado, no descubierto en gozos efímeros que puede traer la vida, nada se le podía comparar a este gozo y alegría revelados por Dios.

F. Brändle.

La justicia marchará ante Él

“La justicia marchará ante Él, la salvación seguirá sus pasos¨(Sal 84,14). Al tomar el versículo para mi oración, que repetido me sumergiera en la noticia amorosa de Dios, sentí Dios me envolvía en su salvación. Venía trayendo justicia, salvación auténtica. La que nace de la gratuidad de su amor. Con su amor iba creando un mundo de justicia y que definía muy bien su paso entre nosotros. Sí, creía y veía que la justicia marchaba ante Él, pero al mismo tiempo no pasaba en vano, se iba haciendo salvación para todos. Acercarme a Dios al que precede la justicia, me permitía encontrarme con la salvación verdadera. Me sentía salvado por su misericordia. Así pude vivir mi tiempo de oración envuelto en Dios que abría para mi ese espacio de salvación y vida.

F. Brändle

Alzaré la copa de la salvación

Cristo y la Eucaristía, con San Ignacio y San Juan, Sevilla Iglesia de la Anunciación, s. XVII

“Alzaré la copa de la salvación” (Sal 115,4)- Con este verso me adentré en la oración, descubriendo la alegría de ser invitado a una cena con un brindis singular. Brindaba por la salvación. No necesitaba más palabras, no imaginé nada. Sólo sentía que lo que se me ofrecía esperar era algo inaudito, la salvación por la que brindaba. Agradecía en esa noticia amorosa en la que vivía mi oración el haber sido llamado a esperarla, sin mérito alguno, pero con la certeza de que no era un brindis vano. Era el verdadero, el que consumará la vida. Así, seguí repitiendo: “Alzaré la copa de la salvación”.

F.Brändle

A la sombra de tus alas

Ala, Alberto Durero, acuarela, 1512, museo Albertina, Vienna

“A la sombra de tus alas…” (Sal 62,8). Con estas palabras del verso abrí las puertas para orar en silencio. La noticia amorosa de Dios en la que vivir la oración se me explicitaba en estar bajo su protección. Nada más entrañable que sentirse cuidado, protegido, asistido por Dios. Sin más, así: “a la sombra de tus alas”. La oración fue creciendo en silencio, paz, seguridad. Y ello en el silencio de palabras e ideas que toda oración contemplativa encierra. Sabía que de esta oración surgirían después los actos de la vida: cantar y alabar al Señor, o servir a los hermanos. Pero primero era necesario saber que vivimos a la sombra de las alas de Dios.

F. Brändle

Por tu clemencia, sácame de la angustia

Salvator Mundi, 1505, Alberto Durero, Museo Metropolitano

“Por tu clemencia, sácame de la angustia” (Sal 142,11). Al repetir este verso en mi oración, dejé que se abriera mi vida a la clemencia de Dios. La luz se me fue dando en la medida en que su clemencia me ponía a Dios a mi altura. Se hacía totalmente mío y para mí. Si a Dios no lo veía lejano, juzgándome, sino cercano y clemente, mi vida estaría llena de sentido. Nada me podía turbar, y menos la amenaza de un Dios que me oprimía. Sí, por su clemencia todo adquiría un sentido que llenaba de paz mi vida. Sólo así podía salir de la angustia que trae consigo el sinsentido de muchas cosas que hacemos o nos acontecen. En el lenguaje de san Juan de la Cruz, entendía que por su clemencia Dios lo podía ordenar, conducir todo, para bien de sus elegidos. Era claro que podía orar con paz, repitiendo el verso del salmo. Por la clemencia de Dios mi vida salía de la angustia, para vivirse en la paz de Dios.

F. Brändle